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“La OTAN sin Estados Unidos”, por Ian Bremmer

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (la alianza militar más exitosa de la historia) hoy es más fuerte que nunca. La plena invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 puso de manifiesto que su propósito y su valor siguen en vigencia; y desde entonces, la organización ha añadido dos nuevos integrantes capaces: Finlandia y Suecia. Pero mientras Rusia no deja de perder soldados, armas y resiliencia económica a largo plazo, es Ucrania, y no la OTAN, la que absorbe los golpes rusos.

¿Qué sucederá en el futuro? La dirigencia europea sabe que Donald Trump tiene firmes chances de ganar la elección presidencial de noviembre en los Estados Unidos, y que su regreso a la Casa Blanca pondría en duda la continuidad del compromiso del principal aportante a la OTAN y la credibilidad de las garantías de seguridad que tornan tan poderosa a la alianza.

Para ser justos, hay que decir que el expresidente planteó algunas inquietudes legítimas. Después de que Rusia invadió Crimea en 2014, todos los países integrantes se comprometieron a llegar a 2024 gastando en defensa al menos el 2% del PIB nacional. Hace dos meses, el secretario general de la OTAN Jens Stoltenberganunció que por primera vez desde el nacimiento de la alianza en 1949, los miembros europeos alcanzarán esa meta en forma colectiva. Pero eso sólo es posible porque algunos estados (en particular los más cercanos a la frontera rusa) gastan más de lo que les corresponde.

En concreto, trece de los 31 miembros de la OTAN todavía no llegan al mínimo del 2%, y Trump ha vuelto a cuestionar su fiabilidad en cuanto aliados. Si tanto temen a Rusia, pregunta Trump, ¿por qué todavía se rehúsan a gastar el 2% del PIB en su propia seguridad? Casi todos los líderes europeos reconocen la necesidad de aumentar el gasto; y la reciente provocación de Trump, quien invitó a los rusos a «hacer lo que quieran» con los países que no cumplan la meta (que por supuesto, se encuentran en muchos casos lejos de la frontera con Rusia), ha llevado a que muchos europeos se pregunten por lo que pueda depararles una segunda presidencia de Trump. ¿Puede la OTAN seguir existiendo sin un compromiso claro y creíble de los Estados Unidos?

Durante las celebraciones del 75.º aniversario de la alianza realizadas a principios de este mes, Stoltenberg propuso un fondo quinquenal de 100 000 millones de euros (107 000 millones de dólares) para Ucrania, independiente del resultado de la elección estadounidense en 2024. Pero además de la cuestión de Ucrania, la preocupación de Europa por su falta de preparación también ha llevado a que la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen pida la creación de un puesto de comisario europeo de defensa.

No sería el primer plan ambicioso que los líderes europeos hayan emprendido en los últimos años. En su momento dirigieron el veloz despliegue de vacunas durante la pandemia de COVID‑19, proveyeron ayuda de emergencia a gobiernos necesitados y, después de febrero de 2022, lanzaron un costoso y complejo programa para poner fin a la dependencia energética respecto de Rusia. Y todo esto lo hicieron mientras Europa absorbía cifras históricas de refugiados que comenzaron a llegar hace más o menos un decenio.

Si pueden lograr todo eso, ¿qué les impide blindar contra Trump la seguridad europea creando una política industrial de defensa independiente y coordinada, respaldada por el presupuesto y el mercado común europeos? Por desgracia, hay tres razones para el escepticismo, al menos en lo inmediato.

En primer lugar, el diseño y la implementación de nuevas atribuciones para la Comisión Europea en las áreas de defensa y política industrial llevará tiempo. Será un proceso complicado que enfrentará la oposición de las autoridades nacionales, recelosas de ceder control de sus políticas. Sobre todo en el caso de los estados miembros que temen que Francia (que siempre ha promovido una defensa colectiva europea y es el único integrante actual de la Unión Europea que posee armas nucleares) lleve la voz cantante en la política de seguridad del continente.

En segundo lugar, la UE sigue siendo muy dependiente de los sistemas de armamento de Estados Unidos, del acceso a sus datos de inteligencia y del papel que cumple como impulsor de la interoperabilidad entre los países integrantes de la OTAN. Hoy más que nunca, la continuidad de la amenaza rusa convencerá a más europeos de la necesidad de incrementar el gasto en defensa, crear capacidades de inteligencia y ampliar las fuerzas armadas; pero es un proceso que llevará al menos un decenio, y el peligro actual no admite una transición tan larga.

Finalmente, hay unos pocos gobiernos europeos que preferirán alinearse con Trump a estrechar lazos con los otros estados de la UE. Dos ejemplosobvios son el primer ministro húngaro Víktor Orbán y su par eslovaco Robert Fico, y en los próximos años tal vez veamos a otros países de la UE (incluidos algunos con más importancia sistémica) elegir gobiernos populistas prorrusos. Hasta ahora, la primera ministra italiana Giorgia Meloni ha sido una firme defensora de Ucrania, pero eso puede cambiar si Trump vuelve a la Casa Blanca. Y si Marine Le Pen alcanza la presidencia de Francia en 2027, podría haber una mayor alineación con Trump también en el Elíseo, donde existe hace mucho tiempo el deseo de una política exterior y de seguridad europea más independiente.

Pero dejando a un lado la elección de noviembre en los Estados Unidos, también hay que analizar una cuestión a más largo plazo. Si Trump pierde, ¿morirá con su carrera política la tendencia a una política exterior estadounidense más aislacionista y transaccional? ¿O acaso las nuevas generaciones de votantes estadounidenses (demasiado jóvenes para recordar el papel internacional que, para bien y para mal, tuvo Estados Unidos entre 1945 y 2008) habrán cambiado la actitud de la opinión pública estadounidense en relación con el «liderazgo global» en el que tanto insistieron demócratas y republicanos?

Si así fuera, el debate dentro de Europa por su propia seguridad continuará incluso con una victoria de Biden.

Publicado el 15/04/2024 por Ian Bremmer en Project Syndicate