Hay líderes de armas llevar, como los que iniciaron la Revolución Francesa. Los hay de opinión, capaces de influir en el pensamiento de toda una sociedad o de volcar incluso una elección democrática. Hay líderes que se proponen, planifican y logran encabezar movimientos históricos. Y hay otros, fugaces, pero de una intensidad igualmente deslumbrante, que también acaban graficando toda una época.
Pasó con aquél ignoto ciudadano chino que enfrentó de pie, estoico, a los tanques que reprimieron las protestas de Tianamen en 1989, cuya imagen conmovió al mundo. También ocurrió en 2010 con la inmolación del vendedor de frutas tunecino Mohamed Bouazizi, que desató una revuelta popular que derrocó un régimen y dio inicio a la Primavera Árabe.
Hoy, en esta época de redes sociales y comunicación global instantánea, ha vuelto a pasar con una mujer, Alaa Salah, una joven de 22 años retratada una noche de abril de 2019 desde un teléfono móvil y viralizada en horas a través de millones de cuentas alrededor del planeta mientras arengaba a una pequeña multitud, trepada sobre un auto, durante las protestas en Jartum contra el régimen militar, finalmente derrocado, de Omar al-Bashir.
Si la Primavera Árabe nació de algo tan básico como un puesto de frutas, las protestas en Sudán se iniciaron por el aumento del precio del pan, y durante los largos meses que llevaron a la caída de Al Bashir las protestas callejeras tuvieron en las mujeres un protagonismo que ya habían ejercido antes en el empobrecido país de la África nororiental.
La estampa de la morena Salah, cubierta con una larga túnica blanca y luciendo grandes aros redondos y dorados, se correspondía en esa primera e icónica imagen con su apodo de “Kandaka”, o “reina nubia”, en obvia referencia a las monarcas que dominaron la antigüedad de esos territorios antes de ser colonizados en la era moderna.
Los pendientes que luce Alaa, explicaron conocedores del arte y la moda sudanesa, son joyas de boda tradicionales que simbolizan la feminidad. La elección de la túnica blanca, una prenda que ya solo usan los mayores, reflejó a su vez una conexión con las madres y abuelas que las lucían hace tiempo en protestas contra dictaduras anteriores y que fue retomada en protestas previas de mujeres estudiantes de universidades de Jartum.
Consciente de su influencia como ícono democrático y feminista, esta estudiante de arquitectura continuó después cada noche repitiendo su ejercicio de liderazgo callejero, mientras los muros de Jartum eran inundados por su retrato en versiones diferentes.
Su mensaje fue tan definido como su imagen: "Nos quedaremos hasta que ellos satisfagan todas nuestras reivindicaciones, queremos un gobierno civil y democrático y que se procese a todas las personalidades corruptas del antiguo régimen", dijo, y siguió entonando una canción local que reza: “una bala no mata, lo que mata es el silencio del pueblo". Al menos 65 personas habían muerto en la represión del régimen hasta entonces.
La negociación con los militares que heredaron el poder de al-Bashir quedó en manos de la Alianza por la Libertad y el Cambio (ALC), desde la que los principales grupos de oposición que movilizaron las protestas impulsan una reforma que le dé al país un sistema político democrático y con una división básica de poderes ejecutivo, legislativo y judicial.
El liderazgo inesperado y tan femenino de Salah es, más allá de sus frutos inmediatos, de los que se hunde en las raíces más profundas de una cultura y está llamado a reverberar durante largo tiempo, después de tocar las fibras más sensibles y auténticas de unas sociedades como la sudanesa, desgarrada como otras africanas por el impacto de la colonización británica y, ahora, de la globalización que la rodea.
"Las mujeres sudanesas siempre participaron en las revoluciones de este país, forma parte de nuestra herencia", recordó ella misma a la prensa occidental cuando la consultó sobre su rol. Pero también despejó cualquier simplismo de género: “Las mujeres participan masivamente en estos movimientos, no sólo para combatir por sus derechos, sino para defenderlos de toda la comunidad. No hay diferencia entre los dos".
Salah continuó después usando las redes sociales para detallar la complejidad de lo que voceaba a su pueblo desde el techo de un auto: “condenar al racismo y al tribalismo en todas sus formas. Quería hablar en nombre de la juventud. La lucha por un Sudán democrático y próspero continúa".
Seguramente lo seguirá haciendo. Su liderazgo recién se estrena.