La sola enumeración de los frentes de tormenta globales, desde las guerras comerciales y de divisas hasta la desaceleración de las grandes economías, todo ello con advertencias creíbles de otra crisis financiera como la de 2008, le dan al lector una idea de los desafíos externos que le esperan al próximo gobierno.
Este agitado contexto internacional se volvió todavía más determinante para la Argentina cuando el actual gobierno recayó en una práctica que mantiene al país estancado desde hace décadas: limitar la relación con el mundo a pedirle dinero prestado y esperar que nos ayude a crecer por simpatía.
Argentina no ha logrado convertir su modelo agroexportador originario en un camino autónomo de ahorro y desarrollo. Y ahora que ese viejo orden mundial se deshace, cuando más hay que repensar un futuro de autonomía y desarrollo, el Gobierno da dos pasos atrás, se endeuda y achica la economía aumentando su fragilidad.
Así, un antiguo dilema se le vuelve a presentar a la Argentina en estos días: cómo conectar la economía interna con la externa sin hacernos daño.
Política exterior y desarrollo. Hay, sin embargo, un camino para generar el excedente de divisas necesario sin caer en nuevos ajustes e iniciando procesos virtuosos y, además, duraderos.
Para empezar, el comercio de bienes es una pieza esencial del resultado externo de una economía. Pero el superávit comercial tiene que ser fruto de exportar más, no de contraer la economía afectando inversión y consumo.
Tras acumular un déficit récord en mayo de 2018 (casi 11 mil millones de dólares), el saldo comercial se recompuso, hasta llegar en mayo de 2019 a un superávit acumulado de más de 5.200 millones para esos 12 meses. Sin embargo, 90% de la mejoría se debió a una contracción de las importaciones, en gran parte bienes de capital, con el consecuente impacto en las inversiones y en el crecimiento futuro.
Hace cinco años que Argentina exporta las mismas cantidades, por debajo de los máximos históricos de 2012: la pérdida de mercados a manos de competidores, la desaceleración del crecimiento y la crisis en algunos de los principales socios comerciales regionales explican esta involución.
Para peor, el mayor retroceso exportador ha sido el de las manufacturas de origen industrial (-24,6%). Argentina retrocede en el tiempo y afronta un peligroso proceso de reprimarización de sus exportaciones que la hace más vulnerable a factores exógenos y volátiles, como los precios de las materias primas.
Impulsar las exportaciones de productos de mayor valor agregado es el único camino seguro para que Argentina se inserte en un mundo de cadenas de valor que reservan los mejores eslabones a las economías más complejas.
En la práctica, ello supone favorecer la internacionalización comercial y productiva de las empresas locales, con financiamiento e incentivos fiscales, promoción y participación en ferias, y acuerdos de cooperación e intercambio.
Y contra lo propuesto en los últimos años, nuestras mayores oportunidades comerciales están en la propia región y en la promoción de acuerdos tipo Sur-Sur. El país necesita asociaciones complementarias y más equilibradas. Africa y el Asia emergente deberán ser otros focos de acción de la diplomacia económica.
El intercambio de servicios, otro rubro esencial del resultado externo, muestra un elevado déficit comercial, pronunciado desde 2016, que ni el ajuste ni la crisis cambiaria lograron revertir (hasta 7.600 millones de dólares en abril pasado).
Otro déficit, el turístico, alcanzó niveles de alto impacto macroeconómico. La promoción del turismo local ofrece un mecanismo para la generación y el ahorro de divisas, con alto impacto sobre las economías regionales, potencial de generación de empleo y valor local. Es lo que debe incluir una buena estrategia.
Exportaciones basadas en el conocimiento (empresariales, software, patentes, derechos de propiedad intelectual y producción audiovisual) constituyen otros campos de oportunidad para incrementar las ventas al exterior de Argentina.
Pero son segmentos que requieren recursos humanos de alta calificación, de modo que lo primero es revertir la tendencia a la expulsión de profesionales, mientras se adopta una estrategia integral para la cooperación tecnológica internacional y la revalorización de las capacidades científicas locales.
Directa y productiva. La inversión extranjera directa (IED) es otro de los ítems claves de las cuentas externas del país, pero pese a la consigna de “volver al mundo” se mantuvo estancada: el promedio de flujos anual en los años 2016-2018 fue un 16% inferior a los correspondientes al período 2010-2015 (Unctad).
Las crecientes convulsiones internacionales establecen un nuevo escenario que desafía las visiones tradicionales y dogmáticas para la promoción de la inversión externa. Ofrecer estabilidad es solo una parte: hace falta una estrategia más ambiciosa que incentive proyectos específicos y socios estratégicos.
Quien gobierne deberá concentrar esfuerzos en la promoción y la atracción de proyectos de inversión que sumen divisas, tanto en segmentos productivos de alta complejidad como en sectores más tradicionales (hidrocarburos no convencionales, minería, energías renovables, recursos marítimos).
Para el final dejamos la inversión financiera, que adquirió una magnitud extraordinaria en estos años, por un endeudamiento externo sistemático y una extrema liberalización de los movimientos de capitales que potenció el problema.
Entre 2016 y 2018, no fue la generación virtuosa de divisas sino el ingreso de capitales financieros lo que financió el elevado déficit externo (comercio de bienes, servicios y fuga de capitales). El repentino cierre de los mercados de deuda voluntaria en 2018 provocó la crisis cambiaria conocida.
El FMI, con aval de Estados Unidos, se prestó entonces al mayor salvataje de su historia. Todavía no terminaron sus desembolsos pero ya sabemos que implicarán una carga extraordinaria que hará más vulnerable y dependiente al país.
El privilegio de los intereses nacionales y la recuperación de los márgenes de soberanía sacrificados hasta aquí constituyen premisas fundamentales de una política exterior para retomar un sendero de crecimiento sustentable que evite de una vez y para siempre estos estrangulamientos de las cuentas externas.
Pero para desendeudarse no bastará con cambiar la estrategia de generación de divisas. Tarde o temprano, habrá que regular los flujos de capitales especulativos y reducir la exposición de la Argentina a estos movimientos financieros que, en lugar de hacer madurar y crecer nuestra economía, la reducen y condenan a una evitable zozobra.
Publicado por Jorge Argüello, el 10/08/2019, en DIARIO PERFIL