Pandemias como el COVID-19, alarmantes y destructivas como son, pueden servir a un propósito útil si nos recuerda a todos la importancia crítica de la salud pública. Cuando una enfermedad contagiosa ataca, incluso las elites más protegidas de la sociedad deben preocuparse por la salud de las poblaciones desatendidas. Quienes han propugnado la privatización y medidas de ajuste que niegan la atención de la salud a los más vulnerables saben ahora que lo hicieron por su cuenta y riesgo. La salud general de una sociedad depende de la salud de sus habitantes más pobres.
Sin embargo, en lo inmediato, la crisis de COVID-19 podría tener muchos efectos económicos graves, que podrían llevar a la economía mundial a la recesión. Se están interrumpiendo las cadenas de suministro, cerrando fábricas, clausurando regiones enteras y un número cada vez mayor de trabajadores está luchando por mantener sus medios de vida.
Todos estos acontecimientos conducirán a un aumento de las pérdidas económicas. Una economía mundial que ya padece una demanda insuficiente -debido al aumento de la riqueza y la desigualdad de ingresos- se vuelve ahora vulnerable a un shock masivo del lado de la oferta.
Otra posible consecuencia de la pandemia es menos reconocida pero potencialmente más importante: el aumento de la fragilidad financiera, lo que implica la posibilidad de una crisis de la deuda e incluso un colapso financiero más amplio.
Una vez que se contenga la crisis de COVID-19 y se apliquen políticas para aliviar la situación, se restablecerán las cadenas de suministro y la gente volverá a trabajar con la esperanza de recuperar al menos algunos de los ingresos perdidos. Pero esa recuperación económica real podría descarrilar debido a crisis financieras y de deuda no resueltas.
La fragilidad financiera actual es muy anterior a este "cisne negro" del COVID-19. Dada la acumulación masiva de deuda desde la crisis de 2008, tanto en países desarrollados como en desarrollo, ha quedado claro desde hace tiempo que incluso un acontecimiento de menor relevancia podría tener efectos desestabilizadores de gran alcance.
Sin embargo, hasta hace poco, el aumento de los precios de los activos -debido a un largo período de políticas monetarias extraordinariamente laxas en las economías avanzadas- encubrió los crecientes niveles de deuda. Como indica el reciente desplome de los mercados de valores mundiales, las burbujas de activos no pueden durar para siempre. Por el contrario, en ausencia de una presión pública activa o de una intervención estatal para facilitar su resolución, las deudas no se desinflan por sí solas.
Un análisis reciente de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) muestra cómo las deudas sostenidas podrían plantear un problema mayor para la economía y el sistema financiero mundiales. En 2018, la deuda total (privada, pública, interna y externa) de los países en desarrollo equivalía a casi el doble de su PIB combinado, el más alto de todos los tiempos.
Particularmente preocupante resulta la acumulación de deuda privada por parte de las empresas no financieras, que actualmente asciende a casi las tres cuartas partes de la deuda total de los países en desarrollo (una proporción mucho mayor que en las economías avanzadas).
Según la UNCTAD, las "instituciones financieras extranjeras en la sombra", de por sí volátiles, han desempeñado un papel importante en el fomento de esa acumulación, de modo que alrededor de un tercio de la deuda de las empresas privadas no financieras de los países en desarrollo (con la excepción de China) está denominada en moneda extranjera y en poder de acreedores externos.
Lo que es peor, pronto vendrán más reembolsos de deuda soberana en bonos internacionales de corto plazo. Y las reservas de divisas, que han disminuido en muchos mercados emergentes y economías en desarrollo como resultado de las recientes salidas de capital, serán menos robustas frente a nuevas salidas de capital a medida que los mercados de bonos se vuelvan más tensos.
Estas condiciones financieras, que serían preocupantes en el mejor de los casos, podrían significar un desastre en caso de que se produjera incluso una conmoción económica relativamente leve. Y resulta que ahora nos encontramos en medio de una grave crisis.
Consideremos las economías emergentes de Asia, profundamente integradas financiera y económicamente con China -epicentro de COVID-19- y por lo tanto, muy vulnerables. Las drástica caída de las exportaciones, las perturbaciones en el abastecimiento de materias primas y bienes intermedios y los rápidos descensos de los viajes y el turismo ya están teniendo graves efectos en el empleo en todas las economías de Asia. Ahora, estos resultados adversos se ven agravados por las preocupaciones financieras sobre los ya elevados niveles de deuda de la región.
Estos problemas no pueden ser contenidos por las políticas adoptadas en un solo país. Más que nunca, la comunidad mundial necesita un liderazgo para hacer frente a los efectos inmediatos de la pandemia de coronavirus y sus consecuencias económicas.
Además de coordinar el gasto fiscal en todos los países, necesitamos urgentemente hacer frente a la crisis de la deuda que se creará pronto. Ha llegado el momento de empezar a pensar en la resolución y la reestructuración de la deuda.
Como ha sugerido el economista turco Sabri Öncü, podemos empezar siguiendo el ejemplo del acuerdo de deuda de Londres de 1953, que alteró drásticamente las condiciones económicas de Alemania, que en ese momento era un gran deudor.
El acuerdo entre Alemania y 20 acreedores externos condonó el 46% de la deuda del país antes de la guerra y el 52% de la deuda de posguerra. El resto de la deuda alemana se convirtió en préstamos a largo plazo y con bajos intereses con un período de gracia de cinco años antes de la devolución. Lo más significativo es que Alemania tuvo que pagar su deuda sólo si tenía un superávit comercial, y todos los reembolsos se limitaron al 3% de los ingresos anuales de exportación. Esto alentó a los acreedores de Alemania a confiar en el éxito de sus exportaciones, creando las condiciones para el auge posterior.
Este es el tipo de estrategia de resolución de la deuda coordinada y con visión de futuro que es esencial en el mundo interconectado de hoy. Si queremos sobrevivir colectivamente no sólo a las depredaciones normales de los mercados mundiales, sino también a las amenazas existenciales que plantean las pandemias y el cambio climático, no hay alternativa.
Publicada por Jayati Ghosh, el 16 de marzo de 2020