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“EL ESTADOS UNIDOS QUE NECESITAMOS”, EDITORIAL DEL NEW YORK TIMES.



De algunas de sus horas más oscuras, Estados Unidos ha emergido más fuerte y resiliente.


Entre mayo y julio de 1862, incluso cuando las victorias confederadas en Virginia suscitaron dudas sobre el futuro de la Unión, el Congreso y el presidente Abraham Lincoln mantuvieron sus mirada en el horizonte y promulgaron tres leyes históricas que dieron forma al siguiente capítulo de la nación: la Ley de Asentamientos Rurales (Homestead Act) permitió a los colonos occidentales reclamar 65 hectáreas de tierra pública cada uno; la Ley Morrill permitió la concesión de tierras para universidades estatales; y la Ley del Ferrocarril del Pacífico hizo posible el tren transcontinental.


Casi 75 años más tarde, en la penuria de la Gran Depresión, con la escasez de trabajo y muchos estadounidenses obligados a formar filas para recibir pan, el presidente Franklin Roosevelt demostró tener una visión de futuro similar. Concluyó que la mejor manera de recuperar y mantener la prosperidad no era simplemente inyectar dinero en la economía, sino reescribir las reglas del mercado. "La libertad", dijo Roosevelt en la convención del Partido Demócrata en 1936, "requiere la oportunidad de ganarse la vida. Una vida decente de acuerdo con el nivel de la época, una vida que le dé al hombre no sólo lo suficiente para vivir, sino algo por lo que vivir". Su administración, en colaboración con el Congreso, consagró el derecho de los trabajadores a negociar colectivamente, impuso normas y regulaciones estricta al sector financiero y creó la Seguridad Social para conceder pensiones a los ancianos y las personas con discapacidad.


La pandemia del coronavirus ha puesto de manifiesto una vez más el carácter incompleto del proyecto estadounidense: la gran brecha que persiste entre las situaciones de vida y muerte en Estados Unidos y los valores enunciados en sus documentos fundacionales.


Durante el último medio siglo, el tejido de la democracia estadounidense se ha tensado demasiado. La nación ha hecho frente al debilitamiento de sus instituciones públicas y a una concentración de poder económico que no se había visto desde la década de 1920. Mientras muchos estadounidenses viven sin seguridad financiera ni oportunidades, un puñado de familias posee gran parte de la riqueza de la nación. En la última década, la fortuna del 1% de los hogares más ricos ha superado la riqueza conjunta del 80% de los más pobres.


La crisis actual ha mostrado a Estados Unidos como una nación en la que los jugadores de básquetbol profesionales podían someterse rápidamente a tests de detección del coronavirus pero los trabajadores de la salud eran rechazados; en la que los ricos podían refugiarse en la seguridad de las segundas casas, gracias a trabajadores que no podían tomar licencia pagada por enfermedad para entregar alimentos; en la que los niños de hogares con ingresos más bajos luchan por conectarse a las aulas digitales donde se supone que ahora se imparten sus clases.


Es una nación en la que los funcionarios locales que ordenan quedarse en casa deben tener en cuenta la cruel ironía de que cientos de miles de estadounidenses no tienen hogar. A falta de un espacio propio, deben dormir en espacios públicos. Las Vegas pintó rectángulos en un estacionamiento para recordar a los sin techo que durmieran a dos metros de distancia, una iniciativa que bien podría haber sido una sombría pieza de arte escénico titulada "Lo menos que podemos hacer".


Es una nación en la que las persistentes desigualdades raciales, en patrimonio y acceso a la salud, se reflejan en el número de muertos de la pandemia. En Michigan, donde el coronavirus atacó temprana y severamente, los afroamericanos constituyen sólo el 14 por ciento de la población del estado, pero el 40 por ciento de los muertos. Jason Hargrove, quien seguía conduciendo un autobús urbano de Detroit mientras el virus se propagaba, publicó un video en Facebook el 21 de marzo en el que se quejaba de una pasajera que tosía sin cubrirse la boca. Dijo que tenía que seguir trabajando, para cuidar de su familia. En el video, le dijo a su esposa que se quitaría la ropa en el vestíbulo de la casa y se ducharía, para que ella estuviera segura. Menos de dos semanas después, Hargrove estaba muerto.


El gobierno federal está proporcionando ayuda temporal a los estadounidenses menos afortunados, y pocos se han opuesto a esas medidas de emergencia. Pero ya hay algunos políticos que afirman que la naturaleza extraordinaria de la crisis no justifica cambios permanentes en el contrato social.


Esto malinterpreta tanto la naturaleza de las crisis en general como la singularidad de la actual emergencia. La magnitud de una crisis está determinada no sólo por el impacto de los acontecimientos que la desencadenaron, sino también por la fragilidad del sistema al que ataca. Nuestra sociedad fue especialmente vulnerable a esta pandemia porque muchos estadounidenses carecen de la libertad esencial para proteger sus propias vidas y las de sus familias.


Esta nación estaba enferma mucho antes de que el coronavirus llegara a sus costas.


(...) El dilema de una crisis ofrece la oportunidad de forjar una sociedad mejor, pero la crisis en sí misma no lo resuelve. Las crisis exponen los problemas, pero no dan alternativas, y mucho menos aseguran voluntad política. El cambio requiere ideas y liderazgo. Las naciones suelen pasar por el mismo tipo de crisis repetidamente, o bien porque son incapaces de imaginar un camino diferente, o bien porque no están dispuestas a recorrerlo.


Las peores crisis suelen ocurrir bajo un liderazgo débil: esto explica en gran parte cómo un problema se sale de control. Los estadounidenses tenían todas las razones para desesperarse por la capacidad del presidente James Buchanan para dirigir la nación durante una guerra civil, o la del presidente Herbert Hoover para sacar a la nación de la Gran Depresión. Ahora, como entonces, el país sobrelleva un liderazgo débil y tiene la oportunidad de reemplazarlo, como lo hizo en 1860 y 1932.


También hay necesidad de nuevas ideas, y la recuperación de otras antiguas, sobre lo que el gobierno debe a los ciudadanos, lo que las empresas deben a los trabajadores y lo que nosotros nos debemos unos a otros.


La escala multimillonaria de la respuesta del gobierno a la crisis, con todos sus defectos e insuficiencias, ofrece un poderoso recordatorio de que no hay sustituto para un Estado activo. El politólogo Francis Fukuyama ha observado que las naciones que mejor han capeado la pandemia del coronavirus son aquellas como Singapur y Alemania, donde hay una gran confianza en el gobierno y donde el Estado la merece también. Una parte crítica del proyecto de reconstrucción de Estados Unidos después de la crisis es restablecer la eficacia del gobierno y reconstruir la confianza del público en él.


Una fuerte inversión en la salud pública sería un comienzo adecuado.


El objetivo del proyecto más grande, sin embargo, es aumentar la capacidad de recuperación de la sociedad estadounidense. Varias generaciones de encargados de formular políticas públicas federales han dado prioridad a la búsqueda del crecimiento económico sin prestar mucha atención a la estabilidad o a la distribución. Este momento exige el restablecimiento de un compromiso nacional con una concepción más amplia de la libertad: la seguridad económica y la igualdad de oportunidades.


El propósito del gobierno federal, escribió Lincoln al Congreso el 4 de julio de 1861, era "elevar la condición de los hombres, aliviarlos de cargas excesivas, asegurar a todos un comienzo sin restricciones y una oportunidad justa en la carrera de la vida". La Ley de Asentamientos Rurales, en particular, fue un paso concreto en esa dirección: el 10 por ciento de toda la tierra en Estados Unidos fue distribuida en parcelas de 65 hectáreas. Aún así, la concepción de Lincoln de "todos" no incluía a todos: la ley se basaba en la expropiación de las tierras de pueblos originarios .


Roosevelt compartía la visión de Lincoln sobre el gobierno, pero la industria había sustituido a la agricultura como fuente de prosperidad, por lo que se centró en asegurar una distribución más equitativa de la producción manufacturera, aunque los afroamericanos eran tratados como ciudadanos de segunda clase en muchos programas sociales del New Deal.


Hoy en día, Estados Unidos necesita nuevas medidas para que todos sus ciudadanos participen en la economía moderna.


(...) Y la deteriorada red de seguridad social necesita desesperadamente ser fortalecida. Los estadounidenses necesitan un acceso confiable al cuidado de la salud. Necesitan opciones asequibles para el cuidado de los niños y de los miembros mayores de sus familias, una crisis cada vez mayor en una nación que envejece. Nadie, y especialmente los niños, deberían pasar hambre. Todos merecen un lugar al que llamar hogar.


Hace poco más de una década, los estadounidenses vivieron un tipo de crisis muy diferente, un colapso financiero que expuso fragilidades similares en la sociedad. La respuesta del gobierno fue inadecuada. La recuperación aún estaba en marcha cuando llegó el coronavirus y 'en parte porque la recuperación había llegado muy lentamente- los líderes políticos no habían aprovechado esos años para prepararse para la inevitabilidad de nuevos desafíos.


La nación no puede permitirse el lujo de repetir esa gestión, sobre todo porque ya se avecinan otros desafíos para su sociedad, en especial el imprescindible de frenar el calentamiento global.


Estados Unidos tiene la oportunidad de salir de esta última crisis como una nación más fuerte, más justa, más libre y más resistente. Debemos aprovechar la oportunidad.


Fragmentos del editorial publicado por el New York Times, el 9 de abril de 2020.

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