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EL MUNDO ENTERO DETRÁS DE UNA VACUNA - Parte II

Laboratorios de todo el mundo compiten científicamente por encontrar la vacuna que frene el COVID-19, pero de los Estados depende asegurar una distribución equitativa del fármaco, el gran desafío global de la post pandemia y una renovada oportunidad para aumentar la cooperación y mejorar el multilateralismo.


La recuperación del mejor y más eficaz multilateralismo -sobre todo en resguardo de los países menos desarrollados- pasa hoy por neutralizar una puja que encarezca la producción y distribución de vacunas contra el COVID-19, además de evitar que una solución quede reservada a unos pocos países, alianzas bilaterales o bloques.


La situación, sin embargo, crea una paradoja que podría favorecer una salida multilateral: que los propios productores de vacunas necesiten insumos importados de otros países para fabricarlas y en algún momento se vean obligados a cooperar con ellos para salir juntos de la crisis.


Por otra parte, si el impacto de una pandemia extendida siguiera castigando al resto de los mercados, las grandes economías a salvo de una crisis sanitaria se verán igualmente resentidas en términos comerciales. Nadie se salvará solo.


En algunos casos, la reacción ha sido positiva. La alianza AstraZeneca-Universidad de Oxford anunció que si logra la vacuna que desarrolla, según estima a finales de año, la venderá "a precio de costo" en todo el mundo, a 2,5 euros la dosis.

"Nuestro objetivo es suministrar la vacuna a todo el mundo y también hacerlo sin beneficio", declaró Pascal Soriot, director general del laboratorio.


A su vez, la Alianza GAVI acordó con la Fundación Bill & Melinda Gates y con el mayor productor de vacunas del mundo, el Instituto Serum indio, acelerar la producción y reparto de hasta 100 millones de dosis de vacunas contra el coronavirus en países en desarrollo en 2021.


La cooperación reducirá siempre el margen de error en la búsqueda de una inmunización global, incluso para las potencias que lideran la carrera. Por ahora, el “nacionalismo de las vacunas” resulta una tentación muy atractiva en algunos escenarios, para cohesionar voluntades políticas y obtener réditos electorales.

Idealmente, como ya se dijo desde Embajada Abierta, estas decisiones no pueden quedar libradas a la lógica del mercado, ni preservadas a la riqueza de individuos o naciones. Menos aún en tiempos urgentes de pandemia, con miles de millones de vidas en juego.



Preparados, listos… ya


En algunos países se desconocía casi todo sobre el coronavirus SARS-CoV2 que cambiaría la historia moderna, con un golpe económico global sin precedentes, cuando el 11 de enero científicos chinos ya habían dado el primer paso hacia la búsqueda de una vacuna contra el COVID-19: secuenciar el virus.

Producir una vacuna lleva, normalmente, muchos años que se consumen agotando etapas que ahora llevan meses frente a semejante emergencia. Hay que neutralizar el virus dentro de un laboratorio, para recién después, desde ahí, ensayar vacunas en animales y humanos, hasta lograr estándares de eficacia, inmunidad, seguridad e, incluso, dosis necesarias.


En agosto, además de la vacuna registrada por Rusia (de la modalidad adenovirus, pero sin control de la OMS), había media docena de proyectos muy avanzados: Moderna (EEUU), Oxford-Astra Zeneca (Reino Unido), CanSino Biologics, SinoPharm y Sinovac (China), Pfizer (EEUU, con ensayo en humanos en Argentina) y Murdoch Children’s Reaserch Institute (Australia).


Los métodos también son variados, desde las que usan “ARN mensajero” (ácido ribonucleico que transfiere el código genético del virus), como las de Moderna y Pfizer, hasta las que recurren al “adenovirus” (familia de virus responsable de enfermedades respiratorias), como Astra Zeneca y CanSino. También se prueban “inactivadas” (con partículas del virus cultivado), como las de Sinovac y Sinopharm.


En marzo, ya comenzaron las primeras pruebas de seguridad de una vacuna. Las fases que siguieron todos los proyectos desde entonces fueron las habituales, aunque en plazos más reducidos: pruebas preclínicas (con animales), Fase 1 (ensayos en pocos humanos), Fase 2 (ensayos ampliados en distintos grupos humanos como niños y ancianos) y Fase 3 (miles de pruebas). Estas fases pueden combinarse en una misma vacuna y el final del camino es la aprobación.


Como la OMS sólo establece una precalificación, son las regulaciones de cada país las que deben establecer las condiciones de eficacia (en esta situación de pandemia puede tener un piso de 50%, aunque la expectativa es que supere el 90%) a partir de las cuales una vacuna puede ser por fin distribuida, lo cual puede llevar meses.


Después de todo eso, si una buena coordinación global asegura un adecuado acceso a la vacuna, incluyendo la financiación de la costosa logística, las poblaciones deberían someterse a dos dosis (la mayoría de los proyectos avanzados contemplan eso, también por la inmunidad extra que necesitan los adultos mayores), con diferencias de hasta un mes entre una y otra. Los efectos secundarios leves están contemplados como parte de una campaña vacunatoria.

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