El mundo se enfrenta a una catástrofe ambiental, y así lo pregona con apenas 16 años la joven sueca Greta Thunberg, con un dramatismo que la emergencia merece pero multiplicado hasta el infinito en una era mediática que, en pocos meses, la convirtió en una estrella global.
Hace más de tres décadas, cuando no existían ni internet ni las redes sociales, el planeta también se acercó al precipicio de otro desastre, el nuclear.
El 26 de septiembre de 1983, el teniente coronel Stanislav Petrov leyó en las pantallas satelitales del sistema soviético que la URSS estaba siendo atacada por misiles nucleares estadounidenses. Incrédulo y responsable, el radarista esperó 23 minutos para dar el aviso que hubiera desatado una respuesta masiva y letal. Y tenía razón: era falsa alarma. En secreto, evitó una segura conflagración mundial.
Petrov falleció solo, a los 77 años y sin grandes reconocimientos, en mayo de 2017, cuando el mundo entero ya hablaba de Greta Thunberg. A diferencia del coronel ruso, ella tardó nada en alcanzar una fulminante celebridad haciendo sonar las alarmas sobre otro desastre planetario: el calentamiento global.
Este singular liderazgo de Greta es fruto único de una época de globalización mediática sin igual, que además reconoce como nunca los derechos de los niños, niñas y adolescentes a expresarse e intervenir activamente en el mundo que le están dejando las actuales generaciones en el poder.
Dos síndromes, dos caras
Greta, hija de un actor y una cantante de ópera, creció en Estocolmo con su hermana Beta (13) y lidiando con el Síndrome de Trastorno de Atención e Hiperactividad (TDAH) y con el de Asperger, una condición que a los 11 la llevó a una depresión de la que salió aferrada, apasionadamente, a la causa ecologista.
Según relata su padre, dejó de comer y de hablar por el temor que le imponía una posible catástrofe climática. La familia entera se alineó entonces con ella, cambió su estilo de vida por otro religiosamente sostenible y se embarcó en una campaña ecologista que Greta inició haciendo una huelga escolar cada viernes hasta que el mundo escuchara sus reclamos de tono apocalíptico.
La huelga tuvo escasa adhesión inicial pero en esos días salió a la venta un libro de los padres sobre la condición TDAH de las dos niñas que potenció la protesta, así como la polémica participación de una fundación, We don’t have time (Ya no queda tiempo), que recaudó cientos de miles de euros para la causa y obligó después a los Thunberg a desligarse de su maniobra promocional.
La vehemencia de las posiciones de Greta, más su condición de adolescente y de mujer contra un mundo en emergencia ambiental dominado por líderes hombres, acentuaron la velocidad con que se viralizó su campaña internacional, pero también las sospechas sobre la espontaneidad de sus protestas y las intenciones de los adultos que la ayudaron a trascender hasta confrontar, este año, a los gobernantes más poderosos del planeta en la Cumbre del Clima de la ONU, en Nueva York.
Medios tradicionales, como The Times, le atribuyeron a los Thunberg dudosas relaciones con “el lobby de la energía verde” decididos a ganar la delantera en la carrera hacia una economía post carbono financiando la promoción publicitaria de Greta como una “celebrity” para conseguir contratos públicos en varios países.
Greta y otros 15 adolescentes de 12 países demandaron en la Cumbre del Clima a Francia, Alemania, Argentina, Brasil y Turquía por incumplir sus compromisos con la lucha contra el calentamiento global y con la Convención Internacional de los Derechos del Niño.
La publicitada travesía transatlántica de Greta en un moderno velero ecológico propiedad de la millonaria familia real monegasca de los Casiraghi -que unió Europa con Nueva York para evitarle tomar un avión que contamine el ambiente- terminó de multiplicar las suspicacias sobre la campaña por un mundo mejor.
“¡Cómo se atreven!”
En palabras del filósofo francés Michel Onfray que resumen la agresividad de las reacciones que despierta, Greta es una marioneta de intereses que la exceden, “cuyo rostro de cyborg ignora las emociones - ni sonrisa, ni risa, ni asombro, ni pena, ni alegría… Una Alicia sueca que no es de mármol, sino de silicona”.
Ignorancia y prejuicios de adultos, dicen los defensores de Greta: ellos reivindican la justicia de sus demandas, destacan el inédito impacto de su campaña para lograr que el poder tome medidas concretas para frenar el calentamiento global y exhiben como muestra su real desafío, cara a cara, a líderes poderosos como Donald J. Trump o su par francés Emanuel Macron, quien la tildó de alarmista y divisionista.
El rechazo al liderazgo mediático de Greta, que descubrió el cambio climático a los ocho años viendo documentales sobre el derretimiento de glaciares y su impacto en la fauna, es la reacción contra una adolescente y mujer, capaz de leer informes científicos sobre cambio climático, de explicar al resto de los chicos de todo el mundo qué son los gases invernadero y cuál es su efecto sobre el clima, dicen.
No aceptan, insisten, que Greta ofrezca discursos apasionados en las COP -irá a la de diciembre próximo, en Chile- y haya logrado movilizar a toda su generación para prevenir una catástrofe ambiental, como en marzo pasado, cuando casi un millón y medio de jóvenes marcharon en 125 países y más de dos mil ciudades.
“¡Cómo se atreven! Estamos ante una extinción masiva y ustedes sólo hablan de dinero. Me han robado mis sueños y ni niñez”, desafió enfurecida la adolescente sueca, a la Cumbre del Clima de la ONU, frente a Trump y demás jefes de Estado.
Al día siguiente, Greta recibió uno de los cuatro Premios Right Livelihood 2019, o Premio Nobel alternativo de Suecia, “por inspirar y amplificar las demandas políticas de una acción climática urgente que refleje los hechos científicos”.
El futuro dirá si la proyección del liderazgo adolescente y mediático de Greta se corresponde en legitimidad y trascendencia de su fulgurante ascenso, si como mensajera está a la altura de su mensaje.
Como fuere, el planeta -igual que al coronel Petrov- ya tiene algo que agradecerle: su intención de evitarle a tiempo su autodestrucción, esta vez, haciendo sonar todas las alarmas.