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PANDEMIA Y GUERRA: ¿CÓMO SIGUE AHORA LA GLOBALIZACIÓN?

El conflicto en Ucrania es el último de una serie de acontecimientos traumáticos que, como la crisis financiera de 2008, las guerras comerciales desatadas en la década pasada y la pandemia de COVID-19, alteran el proceso de globalización y renuevan los debates sobre si continuará y, en todo caso, de qué manera.



La invasión rusa de Ucrania, cuando todavía persisten rebrotes de COVID-19, sumó nuevas e inéditas disrupciones en la actual fase de globalización, lo suficientemente poderosas como para volver a golpear una economía mundial que comenzaba a recuperarse después del shock de la pandemia.

La guerra, en la que Occidente a través de la OTAN evitó involucrarse militarmente de manera directa, recortó todos los pronósticos de crecimiento económico global, empezando por los del Fondo Monetario Internacional (FMI), que atribuyó al aumento de los precios del trigo, del maíz y del petróleo, en los que Ucrania y Rusia son determinantes, y anticipó “una revisión a la baja” de próximas proyecciones.


La Organización Mundial del Comercio (OMC) estimó que la mejora del comercio global que se insinuaba con el final de lo peor de la pandemia, y que calculaba en 4,7% para 2022, no será mayor a 2,5%, “debido al impacto de la guerra y a las políticas relacionadas” con el conflicto, en un marco de problemas preexistentes en las cadenas de suministro, que amenazan con desatar una “crisis alimentaria”.


Rusia y Ucrania sólo representan el 2,5% de las exportaciones mundiales de bienes, pero son claves: un tercio de las exportaciones mundiales de trigo, una quinta parte de las de gas y una décima parte de las de petróleo, además de recursos sensibles como fertilizantes, níquel o paladio.


Según la OCDE, los precios en general podrían subir un 2,5% adicional en todo el mundo por un aumento del petróleo un tercio por encima de 2021, así como del gas (85%) y del trigo (90%). En marzo, los precios de los alimentos batieron un récord, con un aumento mensual de 12%. A diario, desde Perú a Sri Lanka pasando por España, llegan reportes sobre los impactos sociales y políticos de estos aumentos.


Al conflicto en sí se suma el efecto global de las medidas adoptadas desde Estados Unidos y la Unión Europea (UE). La secretaria del Tesoro norteamericano, Janet Yellen, proyectó que las sanciones económicas impuestas a Rusia por la invasión -con innovaciones inéditas por sus características y alcance- agravarán los problemas de flujo de alimentos y energía a nivel global.


En este nuevo contexto, dice el historiador Adam Tooze, “algunos han llegado a especular que esta guerra podría marcar un punto de inflexión en la historia de la globalización, a la altura de 1914. El conflicto y la falta de confianza, conjeturan, socavarán la inversión y el comercio y desencadenarán un retroceso general de la interdependencia internacional. Otros ven los esfuerzos de Rusia por abrir canales de comercio con India y China como precursores de un nuevo orden multipolar”.


Otra vez la seguridad


¿El mundo dejó atrás el pico de apertura comercial? Financial Times.


Hace tres décadas, aún persistiendo conflictos heredados de la Guerra Fría (ex Yugoslavia), el mundo aceleró un proceso de conexión de sus economías y sus comunicaciones, desde una plataforma tecnológica inédita, popularizado bajo el término “globalización”. Se asumía que la seguridad, en sentido clásico, bajo la indiscutida hegemonía militar de Estados Unidos, podía pasar ya a segundo plano.


En un sentido estricto no era la primera globalización. En la Historia hubo varias, cada una más profunda y acelerada en el tiempo que la anterior. Las dos más importantes fueron entre fines del siglo XIX y la I Guerra Mundial; y entre los 70 y la crisis de 2008. Cada edición de globalización amplificó los intercambios de bienes, servicios, ideas e información que la anterior había forjado.


Luego de 2008, comenzaron a verse nuevas dinámicas: a) la marcha atrás con las “deslocalizaciones” productivas; b) la formación de cadenas de valor regionales (Fábrica Asia, Fábrica Europa); c) una mayor influencia de todo Oriente, no sólo China; d) y, finalmente, la recuperación del valor seguridad para calcular ventajas comparativas (algo absolutamente determinante hoy mirando a Rusia y Ucrania).


Ahora, esta guerra, al igual que la última crisis financiera global y más recientemente la pandemia del COVID-19, reaviva el debate sobre si el proceso ha llegado a su máxima expresión y en adelante sólo queda “des-globalizar”. O si, por el contrario, ya no tiene vuelta atrás y superará estos nuevos obstáculos aunque sufra cambios en un nuevo mapa geopolítico que reedite la Guerra Fría y separe a Occidente de un bloque China-Rusia (Globalización Fría).


Yellen hizo un aporte clave para contrastar el escenario actual con la globalización post Guerra Fría idealizada en los 90: "Somos testigos de la vulnerabilidad que supone depender de una sola fuente de combustible o de un solo socio comercial, por lo que es imperativo diversificar las fuentes de energía y los proveedores".


En otras palabras, la seguridad de los Estados no puede ignorarse en ninguna arquitectura económica global, en la que el petróleo es clave desde hace más de un siglo, pero hoy también el gas, las vacunas e insumos médicos ante una pandemia y los alimentos. La suspensión del gasoducto Nord Stream 2, que iba a proveer gas ruso a Europa a través del Báltico entrando por Alemania y que la guerra frustró, impone un freno adicional, a la “globalización energética”.


En ese mismo contexto hay que poner la “militarización de las finanzas” que llevó a Estados Unidos y a la UE -ambos decididos a no comprometer ni efectivos ni armas propias en el terreno, por historia y presiones internas- a congelar 640 mil millones de dólares del Banco Central de Rusia y a bloquear a los grandes bancos rusos.


La globalización -publicó el Financial Times- se vendió en su día como una barrera contra los conflictos, una red de dependencias que acercaría a los antiguos enemigos. En cambio, se ha convertido en un nuevo campo de batalla”. Sanciones financieras se habían ensayado antes desde Estados Unidos, en la Patriot Act contra la financiación de grupos terroristas y contra Irán, por su desarrollo nuclear.


Pero, como dijo el propio presidente Joe Biden desde Polonia, muy cerca del escenario bélico: "Estas sanciones económicas son un nuevo tipo de política económica con el poder de infligir daños que rivalizan con el poderío militar".


Según el analista económico Mohamed El-Erian, este enfoque “confirmará los temores de muchas multinacionales de que ya no podrán depender de dos supuestos operativos clave: la integración e interconectividad cada vez más estrechas de la producción, el consumo y los flujos de inversión global; y la resolución ordenada y relativamente predecible de los conflictos comerciales y de inversión a través de instituciones multilaterales”.


¿Fin de una ilusión?



En el comercio marítimo -que ya se había contraído 3,8% en 2021 por la pandemia- se puede ver uno de los impactos más claros del conflicto de Ucrania sobre el comercio y, por lo tanto, sobre la globalización de estas últimas décadas.


Según la UNCTAD, “algunos países son particularmente dependientes de agro-alimentos provenientes de Rusia y Ucrania” y se estima que los países más pobres, en donde los alimentos significan una parte importante de su canasta de importaciones, serán los más afectados por la suba de estos precios”.


También se agravaron cuellos de botella heredados de la pandemia cuando operadores portuarios se negaron a atender a buques con carga para Rusia y Reino Unido, directamente, les prohibió el ingreso a sus costas.


Rusia y Ucrania, además, son países claves en la ruta ferroviaria del Puente Terrestre Euroasiático: su bloqueo hace que el volumen de carga (que iba desde China hacia Europa sea absorbido por rutas marítimas más largas y ya congestionadas. En 2021 se transportaron bienes por ferrocarril entre China y Europa por 74.900 millones de dólares (pasó del 1,5% al 8% del total desde 2016).


La globalización había reducido costos, no sólo por la relocalización productiva en mercados laborales más baratos como los asiáticos, pero ahora el alza de precios del combustible, más las rutas alternativas más largas y el desajuste entre oferta y demanda encarecerá los fletes, advierte la UNCTAD, y por tanto los bienes. Para rematar, casi el 15% de los marinos son de origen ucraniano y ruso.


El comercio recibe este golpe cuando venía de atravesar dos años de problemas logísticos inéditos para esta fase de la globalización, con escasez de equipos y contenedores, servicios menos fiables, puertos congestionados y retrasos.


En plena guerra, el fondo BlackRock advirtió a sus inversores que “la invasión rusa de Ucrania ha puesto fin a la globalización que hemos vivido durante las últimas tres décadas” y que obligará a todo el mundo a reevaluar sus dependencias y cadenas de suministro. El 40% promedio de la UE depende del gas de Rusia, aunque en el intercambio comercial total de 2021, que llegó a los 248.000 millones de euros, la canasta rusa sólo representa el 5,8%, detrás de China, EE UU, Reino Unido y Suiza.


Otros analistas creen que la guerra en Ucrania sólo acelerará los cambios de la actual globalización, como la regionalización de las cadenas de valor, la producción en proximidad, la diversificación de proveedores y la acumulación de stocks que, hasta hace poco, se ajustaban a las necesidades casi en tiempo real, como si nunca se pudieran presentar problemas de oferta y demanda.


Esta aproximación considera varios elementos: un fuerte protagonismo del riesgo geopolítico (en un escenario bipolar Occidente-China/Rusia) y en el comportamiento de empresas e inversores; cadenas de valor regionales con proveedores más cercanos; más gastos de cada Estado en defensa, transporte, logística y energías renovables adaptando la globalización a patrones locales (un mundo glocal); y una mayor aprehensión sobre la integración global de China proyectando la experiencia con Rusia, la especulación de que Beijing actúe como Moscú pero en Taiwán).


Aquí conviene citar otra vez a Tooze: “Para la futura configuración de la economía mundial, la forma en que el mundo se enfrente a las crisis de la deuda desencadenadas por esta guerra en lugares tan distantes como Sri Lanka y Túnez es probable que sea al menos tan importante como los desesperados esfuerzos de Rusia por eludir las sanciones en su comercio con China e India. En lugar de preocuparnos por posibles alternativas a los sistemas monetarios de Occidente, deberíamos concentrarnos en hacer que esos sistemas funcionen”.



No es para tanto



Tomemos ahora el punto de vista del economista neerlandés Eric Van der Marel, especialista en comercio del European Center for International Political Economy (ECIPE): “La globalización no está en declive; simplemente está cambiando. Aunque durante la crisis COVID-19 se ha producido un drástico descenso del comercio de bienes, las inversiones y la circulación de personas, está surgiendo un nuevo tipo de globalización”.


Según Van der Marel, lo que caracteriza a esta nueva globalización es que se apoya en servicios digitales, investigación y desarrollo, datos, ideas, I+D y otros intangibles, una evolución se viene produciendo desde hace tiempo y se aceleró tras la crisis financiera mundial de 2008-09. Desde entonces, el comercio de servicios digitales se "desenganchó" fuertemente del de puras mercancías.


El comercio de servicios representa ahora entre el 20% y el 25% del comercio global, y lleva varios años creciendo más rápido que el comercio de bienes (sólo la expansión del ítem “conocimiento” se multiplicó 1,4 veces desde 2008.


Según Van der Marel, en esta nueva globalización de servicios digitalizados ya hubo países más beneficiados que otros, y no sólo los desarrollados. “Se beneficiaron, sin duda, pero el aumento relativo para el siguiente grupo de países en la escala de ingresos, es decir, los países de renta media-alta, fue de hecho mayor, como Costa Rica, Rumanía, Bulgaria, Argentina y, en cierta medida, Sudáfrica”.


¿Por qué? No por tecnologías avanzadas de Internet, sino porque “cuentan con infraestructuras digitales adecuadas y, además de sus bajos costos laborales, las empresas encontraron atractivo subcontratar en ellos partes de la cadena de suministro digital”.


La globalización no está muriendo: en realidad está prosperando, aunque de forma diferente (...) seguirá habiendo un enorme potencial de ganancias económicas al ampliar el comercio, la inversión y otras conexiones intangibles a través de las fronteras”, concluye.


La situación es lo suficientemente incierta como para atender, primero, el corto plazo, en particular desde países de renta media más sensibles a estos vaivenes de la globalización en los que apenas pueden influir pero sí tomar recaudos para encontrar caminos propios más sustentables, en lo comercial y financiero, pero también en lo energético y alimentario.


En lugar de librar una guerra de principio imposible de ganar, argumenta El-Erian, los defensores de la globalización deberían adoptar una estrategia más pragmática que se centre en dos prioridades.


“Primero, deberían encontrar maneras de gestionar un proceso ordenado y gradual de desglobalización parcial, que incluya evitar una caída en alteraciones que se autoalimentan y resultan en un dolor y un sufrimiento innecesarios para muchos. Segundo, deberían empezar a poner en marcha un cimiento más firme para relanzar un proceso de globalización más inclusivo y sustentable en el que el sector privado inevitablemente desempeñe un papel más importante de diseño e implementación”.


Publicado el 11/04/2022


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