Las finanzas lo invadieron todo en las últimas décadas. Aun después del estallido de la crisis internacional, el valor de los activos e instrumentos financieros en circulación equivale a más de tres veces el valor del Producto Bruto Mundial. Este proceso de creciente valorización financiera tuvo una de sus mayores expresiones en Europa.
En el viejo continente la creación de la moneda única aceleró vertiginosamente la expansión de las finanzas. Lejos de regular los flujos de capitales, la política europea tendió a profundizar la liberalización en boga. Bancos, fondos de inversión y demás instituciones financieras pasaron a ser los grandes protagonistas de la vida política y económica europea.
Durante los años de bonanza, las economías vivieron un auge motorizado por los flujos de crédito. Las naciones menos avanzadas de la eurozona crecían impulsadas por el ingreso de capitales. Por su parte, las economías centrales fomentaban las burbujas para expandir sus exportaciones de bienes y capitales y aprovechar los diferenciales de rendimiento financiero. Antes de ser los llamados PIGS (cerdos en inglés, en referencia a Portugal, Irlanda, Grecia y España) de Europa, la periferia era un engranaje clave del modelo de financiarización.
Por mucho tiempo las deudas insonorizaron los problemas de la región. Burbujas inmobiliarias, de consumo, de deuda pública, fueron la regla. Las finanzas, que debían ser un instrumento para impulsar el crecimiento en sectores estratégicos de la economía real, se transformaron en un fin en sí mismo. El crédito fluía y el resto no importaba. Ni el rezago productivo de algunos países, ni la avalancha de la competencia asiática, ni los niveles de endeudamiento privado eran una preocupación.
El estallido de la crisis enfrentó a la Eurozona con la cara más perversa de su modelo de base financiera. Caído el velo, los problemas estructurales de la región seguían intactos. Las asimetrías entre un grupo de economías tecnológica y productivamente menos avanzadas y otro grupo que se encuentra en la frontera de las prácticas tecnológicas mundiales siguen ahí. Para peor, se suma un nuevo problema: la carga de las abultadas deudas.
El incipiente optimismo en Europa es hoy nuevamente producto de la recuperación de las variables financieras. La expansión cuantitativa del Banco Central Europeo impulsa los índices bursátiles mucho más de lo que expande la producción real y el empleo. Nuevamente, instrumentos que debieran ser piezas de una estrategia para el desarrollo de la economía real ocupan un rol protagónico desmedido. El resplandor de las finanzas amenaza otra vez con encandilar a la región.
La pertenencia de los países de la periferia al espacio europeo continúa signada por la impronta financiera. Así como ocuparon un rol central endeudándose y siendo motores de demanda de la región, en la actualidad son, ante todo, deudores que deben cumplir con sus compromisos a cualquier costo. Su obligación es pagar y cumplir. Poco se dice de producir o rediseñar su especialización en busca de una mejor inserción al espacio común.
Como explica Aldo Ferrer, los países desarrollados están aún dominados por la ideología de la financiarización. Pese a que los fundamentos teóricos de este enfoque han sido rebatidos por la realidad, estas ideas siguen teniendo una influencia desmedida en la conducción de las economías centrales.
La región precisa rediscutir su proceso de integración y superar las falsas disyuntivas del modelo financiero. Ese es el debate que se debe Europa y el único camino que conducirá a una superación definitiva de la crisis.
Por: Jorge Argüello Publicado en su columna de opinión de Revista Veintitres 23/04/2015