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Mercado único sí, moneda única no


La política británica es un buen laboratorio de lo que puede suceder con la UE si la crisis del euro pone en jaque la evolu­ción de unión económica acordada en los últimos tratados.

Dentro de la amplia gama de euroescepticismos activos en danza vemos como, en un extremo, están las posiciones que han dado muchos de los votos conquistados por el ultradere­chista UKIP de Nigel Farage, a costas del Partido Conservador en el poder.


En este caso, los argumentos vienen fuertemente teñidos de la xenofobia de otras fuerzas extremistas de la Europa continental, porque se centran en la situación de los sec­tores vulnerables de la economía británica que consideran víctimas indirectas de la existencia de la UE. Según razona Farage: “No se puede alabar una inmigración en masa, que en el Reino Unido conduce a una carrera claramente a la baja en los salarios y en las condiciones de los trabajadores britá­nicos. ¿Por qué debería el contribuyente británico financiar el sistema de salud, educación y bienestar de inmigrantes que no han aportado nada al Estado? Lo que nos gustaría es un sis­tema como el de Australia o Canadá: poder elegir el número y el tipo de personas que vienen a trabajar al Reino Unido. Y no podremos hacerlo mientras seamos miembros de la UE. Por eso queremos salir”.

Ese singular laboratorio político que integra la UE pero no la zona euro, que adhiere a sus tratados pero impone restric­ciones a sus inmigrantes y que es guardián celoso del mayor centro financiero europeo que alberga casi sin regulaciones en la City de Londres, es gobernado por un Cameron con una posición que lo convierte en el euroescéptico tal vez más pragmático e interesado de Europa, fiel reflejo de un país que tiene un pie en la unión y otro afuera, a conveniencia.

Jorge Argüello. Diálogos sobre Europa. Pág. 168


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