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Europa ha profundizado sus grietas



Elegantemente vestido, de mirada fija y gestos firmes, el diplomático argentino es un apasionado de la conversación. Aprovecha un receso de su apretada agenda en Madrid para hablar con la revista 21 sobre su libro Diálogos sobre Europa (Capital intelectual). Una recopilación de entrevistas donde muestra una enorme capacidad de empatía con el entrevistado, de tal manera que el lector puede comprender algunas de las sinergias que están en juego en el momento actual. Por sus páginas aparecen personajes como Alexis Tsipras, Ban Ki Moon, Felipe González, Howard Davies, Íñigo Errejón, João Ferreira Do Amaral, Mario Soares o Romano Prodi, entre otros. Él responde rápidamente a cada pregunta nuestra, como si estuviera deseando compartir su pasión por Europa y sus circunstancias.

¿Cuál es su relación con Europa y por qué escribir sobre un libro mirando al Viejo Continente? Me considero un observador interesado, es decir, vengo de un lugar extraño a Europa, soy un dirigente de América Latina, que circunstancialmente ocupa el cargo de embajador, ahora en Portugal, pero digo “interesado” porque en realidad para nosotros los latinoamericanos es muy importante ver lo que supone la experiencia europea, una zona del mundo a la que siempre hemos dirigido la mirada con un punto de apasionamiento.

¿De dónde viene su pasión europea? Pertenezco a una generación que creció mirando con admiración a Europa y tratando de emular la experiencia europea en nuestra región. No sólo la hemos admirado por su capacidad de resituarse tras periodos de guerra, sino porque fue capaz de crear algo que se llamó, y todavía trata de llamarse, “Estado de bienestar”, que viene a ser algo así como tomar las mejores banderas del socialismo y asociarlas a la libre empresa y levantar la posibilidad de una sociedad que dé oportunidades a su población, así como ese desafío tremendo que significaron los fondos de cohesión, un intento muy válido de homogeneizar la economía europea.

En ese contexto, ¿cómo se visualiza para un “observador interesado” lo que está ocurriendo actualmente en Europa al hilo de la crisis? Nosotros los latinoamericanos tenemos mucho que aprender de los aciertos y de los errores de Europa. Cuando llegué a Lisboa hace dos años me encontré con un clima social movido, había centenares de miles de personas en las calles de Portugal, movilizadas con una consigna única, que era “Que se lixe a Troika” (“que se joda la Troika”), y esta triada de organizaciones –el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea– me hizo recordar la década de los noventa en América Latina, con lo que se llamó “los hombres de negro” del Fondo Monetario Internacional que venían a supervisar el avance de la economía de nuestros países, a ampliarnos los créditos para que pudiésemos seguir pagando los intereses de una deuda que nunca decrecía sino que siempre crecía, y la dinámica era muy sencilla: ellos llegaban al aeropuerto internacional, se trasladaban a un gran hotel y del hotel al Ministerio de Economía y de allí de nuevo al aeropuerto, y dejaban lo que nosotros llamábamos “las condicionalidades”, decían: “Yo te presto dinero para que vos me puedas pagar los intereses, y me debas más, siempre y cuando tu política económica responda a nuestras líneas de trabajo”. Si tuviera que traducir esas “condicionalidades”, que son tan conocidas en América Latina, al idioma europeo diría que son las políticas de austeridad. ¿Nuestros países crecieron con las condiciones que nos impuso el Fondo Monetario Internacional? No, definitivamente no. Es más, yo reivindico una acción conjunta que fue tomada en horas entre los entonces presidentes de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y el de mi país, Néstor Kirchner, que en un día de 2010, decidieron cancelar casi la totalidad de la deuda con el FMI y a partir de ahí rechazar esas “condicionalidades” que ciertamente determinaban y le torcían el brazo a las decisiones políticas de nuestros países. Ahora Europa está con este mismo debate.

¿Por qué se ha llegado a este punto de desafección que señalan muchas encuestas y donde muchos ciudadanos han perdido la referencialidad de Europa como espacio común y la visualizan más como una fuente de problemas e imposiciones? Porque Europa se está alejando de aquella visión que teníamos de cohesión de las asimetrías. Me encuentro con una Europa que lejos de haber homogeneizado su paisaje, ha profundizado las grietas. En Europa hay países y economías ganadoras y países y economías perdedoras, y lo preocupante de estas últimas es que no tienen horizonte de salida. En el caso de España, tener un billón de euros de deuda equivale al Producto Interior Bruto completo de un año, es algo tremendo… ¿Cuántas generaciones serían necesarias para encauzar esa deuda? En Portugal el problema de la deuda es todavía mayor, en Grecia la situación es incluso más dramática, con una deuda del 180% del PIB… Argentina, en el punto más oscuro de su noche, la crisis de 2001, cuando estalló el corralito, teníamos una deuda del 160% del PIB, pero hoy, con las dificultades que tenemos, con el condicionante para las economías de lo que supone la globalización, con todo eso, tenemos una deuda externa de entre el 9 y el 10%. Y ahora sí, es una deuda razonable. Así que, aprovechando mi estancia en Europa y tras siete años en Estados Unidos, cinco trabajando en Naciones Unidas y dos como embajador ante La Casa Blanca, empecé a estudiar la evolución del proceso europeo partiendo de una mirada positiva sobre lo que significó para la humanidad Europa y cómo entrevistarme con numerosos protagonistas de la vida política europea –líderes políticos, académicos, sindicales…– que pudieran explicar, desde la diversidad, qué es lo que está ocurriendo en Europa. No sólo hablé con gente del continente, sino también de otras latitudes. Elegí 23 personas, de muchas entrevistas que hice, que por su composición podían dar al lector una imagen desde distintos prismas sobre la situación en Europa.

¿Cree usted que ahora hay una mayor dispersión de las referencias de liderazgo en Europa? Sí. Desde mi punto de vista ahora hay un liderazgo por parte de Angela Merkel, pero es un liderazgo restringido, porque se niega a asumir el liderazgo. En los hechos hay una serie de decisiones políticas que son tomadas desde Alemania pero para ser aplicadas en el conjunto de la Unión Europea, desconociendo o negando que el conjunto de la Unión Europea no es Alemania, y por lo tanto lo que es bueno para ese país no necesariamente lo es para el resto, incluso a veces es muy malo… Es un contexto muy diferente al de líderes como Felipe González, François Mitterrand o Helmut Kolh, que de alguna manera fueron los grandes artífices del edificio europeo del finales del siglo XX.

En 1984, en un discurso pronunciado en La Haya, Mitterand apuntaba a que era el momento de una Europa con su propio lugar en el mundo, un espacio de referencia a todos los niveles: cultural, militar, diplomático… ¿Se ha abandonado esa idea del “sueño europeo”? ¿Es un problema que tiene que ver con la falta de liderazgos sólidos? Totalmente. Decía Romano Prodi, cuando me entrevisté con él en Bolonia en su Fundación: “No tenemos líderes con capacidad de dirigir Europa. Me acuerdo de Helmut Kohl, que no quería dirigirnos, que no creía en el euro… pero un líder es aquél que es capaz de seguir su percepción más allá de sus necesidades del momento”. Y Prodi añadía: “Hoy lamentablemente la encuesta manda a los líderes y estos están sujetos a lo que las encuestas de cada mañana les dicen lo que la gente quiere”. Eso está muy lejos del espíritu que había en los años ochenta. Hay una entrevista con Alexis Tsipras tras ganar las elecciones europeas de mayo y antes de alcanzar el poder en Grecia. En ese momento, él anticipaba su victoria y es una respuesta precisamente a esa indefinición de un marco conjunto europeo.

Estos nuevos liderazgos, como el del propio Tsipras en Grecia, o la emergencia de fuerzas políticas novedosas como ocurre aquí con Podemos, ¿cómo los analiza? Estos movimientos son la manifestación más evidente de la crisis de Europa. Están peligrosamente señalando a la socialdemocracia tradicional su agotamiento. Pero como decimos los argentinos, “hay que ver al rengo caminar”, porque no es sólo con consignas y con declaraciones rimbombantes como se construye el poder político necesario para cambiar el rumbo de los acontecimientos. Pero evidentemente Syriza y Podemos han generado una enorme expectativa, tienen por delante el desafío de demostrar que son capaces y hay que esperar a ver si la socialdemocracia histórica es capaz de reaccionar y reacomodarse, porque en definitiva estas nuevas fuerzas que vienen de la izquierda no son euroescépticas, sino que están reclamando volver al espíritu de los padres fundadores de la Unión Europea. Así que me parece que estamos en un año interesantísimo para Europa, para estar atentos, para observar y, en mi caso, también para aprender.

¿Hay alguna relación entre lo ocurrido aquí, en España, el 15 de mayo de 2011 con el movimiento de los indignados, y lo ocurrido en Argentina en 2001 con la crisis del corralito? Sí, las dos son expresiones del hartazgo de los ciudadanos ante la falta de respuestas concretas. El estallido argentino fue mucho más severo, mucho más duro, con aquél lema de “que se vayan todos”, porque la precariedad o la pobreza tienen un significado muy distinto en Europa o en América Latina, mucho más profundo e incomparable. Pero los dos estallidos respondían a una ausencia de horizonte para los ciudadanos. Nosotros lo pudimos encauzar con nuevos liderazgos, con nuevos protagonismos y nuevas políticas económicas. Tal vez ahora Europa deba mirar a nuestro continente, que nunca estuvo tan cohesionado como ahora, para aprender también de sus aciertos y de sus errores.

Articulo publicado en la Revista 21 02/07/2015


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