Ningún gobernante responsable exige beneficio de inventario. Tampoco Alexis Tsipras, quien llegó al poder en una Grecia que ya era el síntoma más desgraciado de la crisis de deuda que está metiendo en un callejón histórico a toda la Unión Europea (UE).
Sería miope atribuir el ajuste aprobado por el Parlamento griego a un giro de Tsipras desde sus posiciones contra la austeridad de la Troika europea. También creer que Grecia llegó a este punto sólo por dedicarse a romper las reglas de la zona euro.
Sin desconocer las negativas circunstancias griegas que acompañaron la gestación de la crisis, lo cierto es que el proceso comenzó hace más de dos décadas, cuando la UE introdujo el euro como moneda única y le dio un giro neoliberal al proyecto común europeo que había nacido de los principios de la paz, el desarrollo y la solidaridad.
Un torrente de capitales baratos fluyó desde los países del Centro de la UE (Alemania y Francia) hacia la Periferia como parte de un proceso global de financiarización de la economía. El jolgorio terminó y explotó en 2008, primero en Estados Unidos y luego en Europa.
El principal resultado fue un fenomenal endeudamiento. Así, no es que Grecia haya tomado mucha deuda, sino que la dinámica de la zona euro endeudó exageradamente al país, eslabón débil de una zona de moneda común sin unión política, ni fiscal, ni bancaria.
Grecia no entró endeudada a la zona euro en 2001. Las deudas públicas de España, Irlanda y Portugal tampoco excedían el 60% del PIB, límite impuesto cuando se creó la moneda única. Pero hoy todo el PIB de un año de esos países no alcanzaría para cubrirlas.
Aunque hoy se hable sólo de Grecia, el problema es estructural. El país de Tsipras tiene 11 millones de habitantes y su deuda, de 325 mil millones de euros, representa apenas el 2,5% de toda la europea.
Pero la crisis de 2008 sacó a relucir lo peor del andamiaje neoliberal en la UE y la única receta de Bruselas fue instrumentar rescates e imponer ajustes que multiplicaron las deudas y agravaron la recesión. En 2014 la deuda promedio de los 28 países de la UE era del 92,1% del PIB. Ahora, Grecia debe casi dos veces su PIB (182%), y por encima de aquella media también figuran Italia, Portugal, Irlanda, Bélgica, España, Chipre y Francia.
Los rescates a Grecia (tres por 400 mil millones de euros que según el propio FMI salvaron básicamente a los bancos privados) llegaron otra vez con más ajuste. Contra eso votaron los griegos al elegir a Tsipras y, días atrás, con el NO en un referéndum: la austeridad ya achicó un cuarto el PIB nacional griego en sólo cinco años.
Contra ese NO, la UE subió la apuesta y Tsipras, para asombro de muchos, terminó cediendo y apoyando “un mal acuerdo”. Las otras dos opciones eran llevar a Grecia a una quiebra caótica o la variante alentada por Alemania, una salida temporal del euro. ¿Tenía el griego otra opción?
Ni la crisis griega, ni la europea, están cerradas. A corto plazo, Tsipras dice haber elegido “el mal menor”, porque –desde su óptica- midiendo la relación de fuerzas otra salida hubiera sido aún más devastadora para su pueblo.
Lo que hoy parece una derrota irreversible tal vez sea el germen del cambio. A un altísimo costo político, Tsipras asumió la responsabilidad histórica del “mal acuerdo”, pero también entreabrió una puerta que lleva al reconocimiento del problema de la insostenibilidad de la deuda. Tras el acuerdo, el presidente del BCE, Mario Draghi, consideró inevitable una reestructuración de la deuda griega. En el mismo sentido acaba de pronunciarse el FMI. El acuerdo impuesto a Grecia no sólo no clausuró el debate de la re-estructuración de las deudas sino que lo puso sobre la mesa.
Falta ahora una respuesta de Europa que esté a la altura del proyecto común originalmente solidario y que se fue desnaturalizando con el proceso de financiarización iniciado en los noventa. Es la Unión Europea, y no Grecia, la que ahora tiene que hacer un giro para rescatarse.
Por: Jorge Argüello Publicado en Diario Tiempo 19/07/2015