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El divorcio europeo



José Saramago, el gran escritor portugués y Premio Nobel de Literatura, nos refiere en su “Ensayo sobre la lucidez” el caso de unas elecciones que acontecieron en una ciudad sin nombre, en la que los ciudadanos ejercen su derecho a sufragar de un modo impensado: el 83% de los votos emitidos son en blanco: “… los votos en blanco, que han asestado un golpe brutal a la normalidad democrática en que transcurría nuestra vida personal y colectiva, no cayeron de las nubes ni subieron de las entrañas de la tierra, estuvieron en el bolsillo de ochenta y tres de cada cien electores de esta ciudad, los cuales, con su propia, pero no patriótica mano, los depositaron en las urnas”

Se ha dicho que la literatura enlaza las nociones de realidad y ficción permitiendo, cada tanto, que esta última nos invite a cruzar los bordes que separan la irrealidad de la propia realidad. Así, el libro de Saramago nos advierte de una de las amenazas mas severas que padece la Europa real: el déficit de legitimidad que expresa el divorcio entre representados y representantes.

Desde 1979, año en que tuvo lugar la primera elección al Parlamento Europeo -la única institución de la Unión Europea sujeta al sufragio universal directo-, la abstención electoral aumentó de forma consecutiva hasta las elecciones de 2014 cuando casi el 60% de los 380 millones de votantes habilitados optó por ignorar las urnas.

Lamentada al caer la noche del día de las elecciones, y olvidada a la mañana siguiente, la abstención europea sigue siendo, extrañamente, un fenómeno incomprendido, tanto en sus causas como en sus consecuencias y, sobre todo, en su relevancia.

En Bruselas le escuché decir a Martin Schultz, Presidente del Parlamento Europeo, que el problema radica en que ese cuerpo es la única institución europea elegida por el voto directo. Esto implica –continuó- que aquellos que no están satisfechos en la UE –sea con las políticas diseñadas en Bruselas, sea con las políticas definidas por el gobierno de su país- expresa su insatisfacción en las elecciones parlamentarias europeas”. Por eso, las elecciones europeas terminan constituyendo una suerte de espacio propicio para el voto de protesta tanto respecto del gobierno local cuanto de las instituciones de la Unión. Distinto será el comportamiento a la hora de elegir quién gobierna el país. Esto explica lo acontecido, por ejemplo, en el Reino Unido el año pasado cuando el UKIP (United Kingdom Independent Party) británico, una formación abiertamente euroescéptica, ganó las últimas elecciones al PE y, sólo un año después -con idéntico líder y agenda- obtuvo solo un tercio de los votos del partido triunfante en las elecciones generales.

Desde hace años la crisis financiera, el drama inmigratorio y el conflicto en Ucrania, sacuden las bases de la UE ¿No deberían estas situaciones haber potenciado el interés de los votantes sobre el presente y el futuro de Europa? La respuesta esta en lo que podríamos denominar la percepción del déficit de influencia del voto. Es que la abstención refleja precisamente la sensación que el ciudadano europeo tiene de que su voto dificilmente impondrá cambios en la agenda de una Unión dominada por los Jefes de Estado y de Gobierno. Coincidencia o no, la palabra “ciudadano” es mencionada 27 veces en el Tratado de Lisboa, mientras que la palabra “Gobierno” merece el doble de menciones.

Una de las raras ocasiones en que David derrotó a Goliat aconteció en 2005, año en que dos referendos, uno en Francia y otro en los Países Bajos, frenaron la ratificación de una Constitución Europea pensada, redactada y firmada por los líderes políticos de la época.

Además de la forma, también la substancia va alejando Bruselas del resto de Europa. La actual obsesión con el cumplimiento ciego de objetivos puramente financieros forzó una convergencia ideológica entre las fuerzas políticas históricas mas representativas (socialdemócratas y conservadores). De allí que, a falta de una opción que considere válida, quien demanda un cambio, tiene -en las urnas- la posibilidad de la abstención, del voto de protesta o, como en la obra de Saramago, del voto en blanco.

“Europe is yours” fue una de las promesas difundidas por el Parlamento Europeo en 1979, año en que puso en marcha una campaña de información para promover la inauguración de las elecciones directas (hasta entonces los eurodiputados eran designados por los parlamentos nacionales). Treinta años después, el mismo Parlamento decidió llevar a cabo una encuesta para intentar entender la invencible abstención. El estudio impresiona al mostrar que el 62% de los consultados indican una de tres razones para no votar: la falta de confianza en los políticos, el desinterés por la política y la sensación de inutilidad de su voto.

El costo de posponer el problema está ya ante nuestros ojos: el euroescepticismo radical. Juntas, la abstención y la depresión económica son un terreno muy fértil para el rápido florecimiento de ideologías opuestas a los valores que erigieron Europa. Me refiero a formaciones como el Frente Nacional francés, que asumió querer “destruir la Unión Europea” desde dentro, o el Partido Popular Danés, que lucha abiertamente contra el multiculturalismo. Dos partidos que ganaron las elecciones europeas en sus países y que hoy integran el centenar de diputados -de un total de 751- que, militando contra la existencia misma de la Unión, conforman hoy su Parlamento.

Hay quienes, en Bruselas, -esforzadamente- interpretan el fenómeno abstencionista como un acompañamiento silencioso, sin percibir que, a diferencia de lo que ocurre en la ciudad imaginada por Saramago, son cada vez más los ciudadanos que ni siquiera concurren para votar en blanco.

Para la campaña de 2014 el Parlamento Europeo eligió el slogan “This time is different”. Pero no esta resultando diferente.

El imperativo principal de Europa radica en volver a entusiasmar a los europeos. La próxima oportunidad llegará en 2019.

Por: Jorge Argüello Publicado en su columna de opinión de Revista Veintitres 08/09/2015


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