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El cocodrilo Europeo



Europa es uno de los pocos continentes que carece de una especie nativa de cocodrilo y, paradojalmente, es hoy el territorio que pareciera más necesitar de él. No del reptil, sino de los federalistas europeos que en los años ’80 fundaron el “Club del Cocodrilo”, nombre inspirado en el restaurante donde confraternizaban con frecuencia, el “Au Crocodile”, en Estrasburgo, Francia.

El primero y quizás el más ilustre de aquellos “cocodrilos” fue el italiano Altiero Spinelli, uno de los padres fundadores de la Unión Europea que tempranamente postuló una solución federal para Europa. En efecto, Spinelli presentó al federalismo como el antídoto para la ya entonces “creciente contradicción entre lo que la Comunidad es y lo que debería ser”. Una contradicción que sigue dividiendo Europa entre un norte rico y acreedor y un sur endeudado y empobrecido. En la política, a diferencia de la física, los opuestos no se atraen.

“No hay suficiente Europa en esta Unión. Ni hay suficiente Unión en esta Unión”, admitió recientemente el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, dando pie a una pregunta necesaria: ¿será el federalismo la clave para la continuidad del sueño europeo?

Pero antes de ensayar una respuesta intentemos acertar en el diagnóstico. Y hagámoslo con la ayuda de lo escuchado en dos conferencias pronunciadas en las últimas semanas en suelo europeo, a las que asistí. La primera, de carácter más político, estuvo a cargo de Guy Verhofstadt, ex primer ministro belga. La otra, de naturaleza más económica, fue brindada por Yanis Varoufakis, antiguo ministro griego de Finanzas.

Bruselas fue el escenario elegido por Verhofstadt para presentar su libro De ziekte van Europa (La enfermedad de Europa), recientemente publicado donde sostiene que “los padres fundadores no tenían en mente esta confederación desagregada de Estados” en que la Unión Europea se ha convertido.

Verhofstadt, hoy eurodiputado abiertamente federalista, se refirió al primer intento de convertir a la entonces Comunidad Europea del Carbón y del Acero en una unión política: el proyecto de Constitución Europea de 1953 rechazado por el Parlamento francés.

Aquel documento preveía la creación de un “Consejo Ejecutivo Europeo” formado por “Ministros de la Comunidad Europea”, dirigidos por un presidente que “representa la Comunidad en las relaciones internacionales”. Además de un Parlamento Europeo con una cámara elegida por sufragio universal directo, hecho solamente concretado casi tres décadas después.

El euro y el Banco Central Europeo estaban lejos de nacer, pero uno de los objetivos propuestos por aquella iniciativa ya era “la coordinación efectiva de las políticas de los Estados miembros en cuestiones financieras, monetarias y de crédito”, una sinfonía que aún hoy suena muy desafinada.

Para Verhofstadt, uno de los candidatos derrotados en la última elección del presidente de la Comisión Europea, la Unión no habría fallado en Grecia, ni en Crimea y ni ahora con los refugiados si dispusiese de los instrumentos concebidos hace más de 60 años por los padres fundadores. Por el contrario, señala que la Unión Europea, tal como la conocemos hoy, es una organización a la carte compuesta por 28 Estados miembros que conforman “una red imprevisible en la que cada Estado busca proteger su soberanía y sólo trata de llevarse la mejor parte del proceso integrador y, por lo tanto, con una realidad imposible de gobernar”.

De Bruselas vamos hasta Coimbra, la ciudad portuguesa que alberga una de las universidades más antiguas del mundo, adonde Yanis Varoufakis brindó la conferencia “Democratizar Europa”.

Rival ideológico del ministro de Finanzas alemán Wolfgang Schäuble, el economista griego postula en estos días “una conversación paneuropea” capaz de generar un “nuevo modelo político” en el Viejo Continente. Sostiene que el euro “nunca fue controlado por ningún Parlamento elegido democráticamente”, además de ser “la única economía del mundo con un banco central sin un gobierno detrás”.

Crítico de las fallas de origen del euro, Varoufakis afirmó que “la creación de una moneda única sin amortiguadores de choques asimétricos es un poco como invadir Rusia: al inicio es fantástico, hay progresos muy rápidos, pero luego viene el invierno”, una alusión a las campañas fallidas de Napoleón y de Hitler.

El ex ministro de Alexis Tsipras ve en los últimos pasos de la integración europea –la unión bancaria y el mecanismo europeo de estabilidad– meros “números de marketing” incapaces de liberar el euro de la “jaula de hierro de Maastricht”. El euro, señaló, sigue siendo “un barco de río pretendiendo cruzar el Atlántico a riesgo de hundirse a la primera tormenta”. Y para Varoufakisuno de los frentes de esa tormenta se formó con la “emancipación de las finanzas” que se verificó después de Bretton Woods, en particular con el poder otorgado a los bancos para crear “ficticias pirámides de dinero” y especular con ellas.

De diferentes posturas políticas, incluso opuestas en algunas materias, Verhofstadt y Varoufakis denuncian cada uno a su manera la misma descapitalización institucional de la Unión Europea.

Los síntomas de esta erosión política asoman prácticamente todos los días en un Parlamento Europeo esmerilado por la abstención y el euroescepticismo, y se manifiestan en una Comisión Europea a menudo relegada por el Consejo Europeo, integrado por los jefes de Estado y de Gobierno de los 28 países miembros, en una Alta Representante para los Asuntos Exteriores sin mayores poderes, en un Eurogrupo germanizado y hasta en un Banco Central Europeo impedido por ley de fogonear el crecimiento económico.

Europa ya se ha reinventado muchas veces y, una vez más, esta parada frente a su destino.

El “Au Crocodile” sigue abierto al público, pero seguramente el foro más adecuado para concretar ese debate sea el edificio principal del Parlamento Europeo en Bruselas, el edificio Altiero Spinelli.

Por: Jorge Argüello Publicado en su columna de opinión de Revista Veintitres 04/11/2015


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