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¡Atención! circular con precaución



La firma de un acuerdo comercial entre la Unión Europea (UE) y el Mercosur, que se negocia desde 1999 y ahora sí tiene posibilidades ciertas de cerrarse, se inscribe en un concierto internacional de pactos simultáneos entre grandes bloques. Sin embargo, todos provocaron ríos de tinta sobre sus pros y sus contras. Ese tipo de acuerdos, que exceden el comercio e involucran inversiones y capitales, servicios y patentes, conllevan una disputa de fondo sobre la visión estratégica que cada parte tiene de su país y bloque frente al resto del mundo. De ahí que equivocarse al mover las fichas propias en ese complejo tablero de intereses regionales y globales nos expone a una serie de riesgos, algunos de los cuales vamos a repasar aquí. El más evidente, como en toda negociación, es la asimetría entre las partes. Los 28 países de la UE representan el 17,5% del PIB global y una quinta parte del comercio mundial. El Mercosur, que destina a la UE una tercera parte de sus exportaciones, ronda el 3% del PIB mundial (dos tercios, sólo Brasil). No es lo mismo la resistencia que puede ofrecer una potencia de la UE como Francia para el ingreso de producción agropecuaria del Mercosur, un eje central de las negociaciones en curso, que la que tenga Uruguay para resistir la desigual oferta de bienes industriales. La Argentina, en particular, ha tenido suficiente experiencia con las aperturas económicas asimétricas, sobre todo en los ’90. Un acuerdo como el que se negocia, que involucra hasta 80% de bienes, puede impactar negativamente en el tejido industrial de pymes y en el empleo que generan, por diferencias obvias de desarrollo tecnológico y competitividad frente a rivales europeos. Incluso desde Brasil, voces como la del ex secretario general de la Cancillería Samuel Pinheiro Guimarães advirtieron que la pérdida del Arancel Externo Común (AEC) que protege hasta ahora al Mercosur y sus empresas hará muy difícil el desarrollo industrial dentro del bloque, de por sí desigual. En ese sentido, el impacto no será el mismo en empresas nacionales, sobre todo pymes, que en corporaciones de origen local pero que se expandieron globalmente y ahora necesitan y pueden sacar ventajas de la apertura de mercados europeos. Otro aspecto polémico ha sido la discreción diplomática con que se desarrollaron las negociaciones, en particular durante los últimos tiempos, y el riesgo de que, por temor a un rechazo como el que frenó el ALCA con Estados Unidos en 2005, se introduzcan cláusulas acordadas con los técnicos sin suficiente debate político. Ese un problema generalizado en estos tiempos de grandes pactos comerciales. El Premio Nobel Joseph Stliglitz denunció “el velo del secreto que cubre las negociaciones” del Acuerdo Trans Pacífico (TPP) cerrado por Estados Unidos para crear un bloque que mueve el 40% de la economía mundial y el 30% del comercio global. Es que los riesgos de esos acuerdos, incluido el UE-Mercosur, exceden el puro intercambio de mercaderías: suponen el desembarco de inversiones muy competitivas para los mercados menos desarrollados, el movimiento de capitales a gran escala, el juego de intereses de patentes, el desafío de nuevos actores de servicios y hasta cambios en las compras públicas. Si los acuerdos no son administrados en etapas y en función de objetivos de desarrollo diferenciados, como sugieren muchos expertos, el Mercosur corre el riesgo de primarizar aún más sus economías y de terminar sometiendo su estrategia de desarrollo industrial y tecnológico a las necesidades europeas. Incluso dentro del mismo bloque, no tienen las mismas defensas Brasil que Argentina, o ambos que Paraguay, Uruguay y Bolivia. Si se imponen los intereses de corporaciones que definen sus estrategias a escala global y relativizan la particularidad de los mercados nacionales, en lugar de diversificar la producción con empleo local pueden priorizar el extractivismo para obtener materias primas que necesite la cadena mundial que integren. Formar parte de un entramado global, en el que la Argentina y el Mercosur están por ahora involucrados sólo parcialmente y con sus mercados relativamente protegidos, puede dejar también a nuestros países dependientes del manejo de los excedentes de producción de terceros jugadores. Si bien la llegada de algunos nuevos y poderosos actores variará y mejorará la oferta de productos, en algunos rubros puede recortar notablemente la capacidad sindical de negociar salarios y sacar de competencia a pymes que son grandes generadoras de empleo. De eso se deduce que integrar bloques mucho más abiertos que el Mercosur puede implicar que los Estados nacionales pierdan el control de algunas palancas clave de la distribución de la renta interna –sobre todo algunas extraordinarias como las del uso de la tierra– y en especial del bienestar general de la sociedad, más allá del control político que se pueda mantener sobre el cumplimiento de los acuerdos. Hasta en Estados Unidos, tomando nuevamente como antecedente el TPP, surgieron críticas a las ventajas otorgadas a las grandes farmacéuticas, cuyo manejo monopólico de patentes puede encarecer los medicamentos a la vez que debilitar la capacidad de investigación en algunos países. Ni hablar de la circulación de capitales, cuya falta de adecuada regulación, a veces fatalmente inexistente, le costó a la región y a la Argentina varias crisis de gran costo económico y social. Sin esa saga de “errores”, apadrinados entre otros por intereses financieros europeos, no puede entenderse el desastre de 2001. Por supuesto, hay un riesgo probablemente mayor a todos los que puedan considerarse: el de no firmar ningún acuerdo y aislarse en un mundo globalizado en el que, además del TPP y ante la amenaza china, Estados Unidos apura un acuerdo Trans Atlántico con la UE (TTIP) y los países de Asia se dan el propio (RCEP). Eso nos lleva a ver la otra cara de la moneda: las ventajas de un buen acuerdo UE-Mercosur.

Por: Jorge Argüello

Publicado en Revista 23

04/03/2016


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