Hay hombres que trascienden su tiempo, que son innatamente más capaces que sus compañeros, hombres cuyo coraje y capacidad de resistencia les permite desviar la historia de su curso natural.
Mário Soares fue seguramente uno de esos raros héroes políticos. No tengo dudas: este portugués que nos dejó la semana pasada con 92 años será recordado como uno de los más fieles amantes que la libertad conoció en el siglo XX.
No es posible comprender los últimos cincuenta años de historia portuguesa sin la sombra que proyecta su figura.
A menudo exiliado y a veces preso, Mário Soares –a quien tuve el privilegio de tratar y con quien compartí largas charlas en los últimos años en la vieja Lisboa– dedicó la primera mitad de su vida a erosionar al salazarismo, la más larga dictadura europea del siglo XX. El régimen inspirado por António de Oliveira Salazar terminaría –tras más de cuatro décadas– en 1974 con la Revolución de los Claveles.
En la segunda mitad de su vida, Soares se dio a la tarea de inventar la democracia portuguesa. Concretó la descolonización de parte del territorio africano y participó en la construcción del proyecto europeo, siempre en estrecho diálogo con los demás líderes internacionales. Aliados o adversarios, todos en Portugal reconocen tener para con él una deuda histórica que no podrán pagar, la deuda por la restauración de su libertad.
La vida de Mário Soares fue una colección de aventuras increíbles que siempre recordaba con la buena disposición y la milimétrica memoria que lo caracterizaban. Conversador nato, dueño de una cultura intimidante, Soares adoraba el mundo y amaba aún más los rincones de la ciudad que lo ha visto nacer y morir, Lisboa. Recordemos entonces en estos días de luto la extraordinaria lección de ciudadanía y humanismo que fue su vida.
Fundador y secretario general del Partido Socialista portugués, ministro de los Asuntos Exteriores, jefe de tres gobiernos, presidente de la República durante una década. Ajeno a la creciente impopularidad de la política, siempre se presentó, orgullosamente, como un político profesional. De tal modo que para uno de sus últimos ensayos autobiográficos, escrito a los 87 años, eligió el título Un político se asume.
Una de las características clave que definieron su trayectoria pública fue la crítica a los extremos políticos. Ideológicamente, Soares libró tres grandes batallas en su vida. En primer lugar, contra la derecha totalitaria de Salazar, después contra el comunismo que se intentó instaurar en Portugal a finales de los años 70 tras la Revolución de los Claveles y, por último, estando ya fuera de la política activa, contra los “fanáticos neoliberales que se han hecho cargo de la Unión Europea”.
Revolucionario demócrata que prefería la informalidad al protocolo, Soares a menudo nadaba contra la corriente para defender sus convicciones. Así ocurrió, por ejemplo, con la entrada de Portugal a la Comunidad Económica Europea en 1986. Durante los trabajos preparatorios, los más reputados economistas portugueses aconsejaron al entonces primer ministro Mário Soares no adherir. Pero él lo hizo sin vacilar y hoy es difícil imaginar en qué se habría convertido Portugal sin la palanca europea.
Una vida política tan dilatada no puede permanecer inmune a equívocos y polémicas. Soares reconoció algunos de sus errores y admitió que su pensamiento sobre el lugar del socialismo en la democracia europea evolucionó acompañando la evolución de los tiempos. Así lo hizo ante el Parlamento portugués un día cuando, ante la acusación de haber cambiado de opinión, contestó citando a un conocido parlamentario de la I República Portuguesa: “Sólo los burros, querido amigo, no cambian de opinión”. Sí, vamos a extrañar a Mário Soares.
Por Jorge Argüello Publicado en Perfil 14/01/2017