Superada la amenaza de un trumpismo a la holandesa, las dos grandes elecciones que se avecinan en Europa permiten imaginar un horizonte que hasta hace pocos meses parecía en serio riesgo: retomar las bases del proyecto integrador para refundar la Unión Europea.
En pocas semanas será el turno de Francia, donde la opción por la ultraderecha de Marine Le Pen pierde terreno día a día y casi no hay pronósticos que le asignen chances en una segunda vuelta. Emmanuel Macron, ex ministro de Economía del presidente Hollande y líder de un nuevo movimiento de centro llamado En Marcha se recorta hoy como el beneficiario de las preferencias electorales. Su programa no presenta riesgo para el establishment local y continental, a pesar de que es un outsider en la política tradicional. Todos saben que es un europeísta, a diferencia de Le Pen.
Tampoco en Alemania, siguiente turno electoral, habrá riesgo para el formato europeo. El liderazgo de Angela Merkel está amenazado, sí, pero por un dirigente socialdemócrata de cuyo europeísmo no hay duda alguna: es Martin Schulz, hasta hace muy poco presidente del Parlamento Europeo.
Las perturbaciones, entonces, llegan por otro lado. El estancamiento de la economía del bloque regional y la resistencia de las políticas de austeridad a perder protagonismo. Los datos de crecimiento de la eurozona y del conjunto de la UE del último trimestre de 2016 no parecen suficientes para alimentar el exagerado optimismo que algunos medios ensayaron en las últimas semanas. El PIB de la zona euro avanzó apenas 0,4% y el del conjunto de la Unión Europea, 0,5%. Estos guarismos evidencian que la recuperación perdió fuerza respecto del trimestre anterior, lo cual abre interrogantes hacia el futuro.
Francia y Alemania coincidieron en su registro con el de la eurozona, mientras que el comportamiento de Italia fue más modesto: 0,2%.
Las proyecciones de recuperación para este año y 2018 oscilan en un rango nada excepcional, de entre 1,7% y 1,8%.
Por otra parte, la inequidad en los ingresos también creció: un estudio del blog Social Europe refleja que la desigualdad dentro y entre los países de la Unión revirtió la tendencia declinante que había mostrado hasta la crisis del 2008.
Aunque el panorama electoral luce algo más despejado, los desafíos europeos hoy son críticos. A 60 años del Tratado de Roma que dio origen al proyecto integrador, abundan las incógnitas para las que aún no hay respuestas claras:
Se mantiene sin cambios el euroescepticismo que sobrevuela en buena parte de las comunidades nacionales.
Comenzó a activarse el Brexit, con consecuencias políticas, económicas y sociales para ambas partes.
La gestión de Donald Trump en los Estados Unidos puede dar forma a una reconfiguración del tablero internacional.
La crisis migratoria continúa sin resolución.
Como telón de fondo, ya se discute en Europa un eventual avance integrador “a dos velocidades”, algo que acaso conlleve nuevas grietas y conflictos.
No son pocos, entonces, los que sugieren prestar atención al discurso de Martin Schulz, el desafiante de Merkel en Alemania. Habla de justicia social, de equidad distributiva, creación de empleos y de desterrar el odio a las minorías. Conceptos similares a los que el papa Francisco les transmitió en estos días a los líderes de la Unión Europea reunidos en el Vaticano. “No existe verdadera paz cuando hay personas marginadas y forzadas a vivir en la miseria”, enfatizó el Pontífice, en un mensaje que repite a cada ocasión.
Con una historia exitosa y un presente turbulento, todos coinciden en que la Unión Europea debe encontrar la fórmula para reinventarse y volver a suscitar adhesiones en las sociedades de los países miembros. Cómo hacerlo es el interrogante que urge responder.