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Nuestros Artículos: Luces y sombras de la Cumbre del G20, por Jorge Argüello



Las perspectivas que ofrecía la Cumbre del G20 que presidió Argentina en Buenos Aires eran las peores en las semanas previas: una guerra comercial declarada entre las dos potencias rivales que se disputarán la hegemonía económica del siglo y un manojo de intereses políticos y económicos del resto nunca tan dispersos desde el gran consenso de 2008 con el que nació el foro de líderes mundiales.

Donald Trump y Xi Jinping llegaban como dos gladiadores dispuestos a ocupar el centro de un ring en el que, incluso grandes bloques como la Unión Europea (UE) o potencias como Japón, serían apenas espectadoras. Paradójicamente, apostaban por un empate como mejor resultado.

En ese contexto, Argentina arrastraba en particular dos inéditas y pesadas cargas desde que integró el G20, cuando se creó primero en 1999, a nivel de ministros. La principal era la organización del evento, que le fue confiada cuando el país parecía financieramente sólido y sustentable, en 2016.

El otro gran peso fue el que generó, precisamente, la caída de ese espejismo, cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI), bajo la decisiva influencia de su principal accionista, Estados Unidos, rescató al actual gobierno con un préstamo Stand By de un volumen sin antecedentes en la historia del organismo, que lo condicionará durante años. De esa manera, Argentina llegó a la Cumbre de Buenos Aires habiendo percibido por adelantado buena parte de los frutos que podía obtener como país, más allá de su papel natural de facilitador de consensos.

Todos igual

Así, la situación de nuestro país y de la región (débilmente representada, con México y Brasil en plena transición presidencial) arrancaba muy condicionada por los resultados de la cumbre entre Trump y Xi, la primera en un año en el que ambos sólo intercambiaron imposición de aranceles recíprocos por cientos de miles de millones de dólares.

Los antecedentes eran pésimos ya desde la anterior cumbre del G20, la de Hamburgo en 2017, cuando por primera vez en décadas Estados Unidos obligó a incluir en el documento una alusión a “prácticas injustas”, anticipando de esa manera las medidas proteccionistas que vendrían de su parte. En esa oportunidad, el resto del grupo logró abroquelarse y condenar expresamente el proteccionismo.

Todo empeoró más acá en el tiempo, cuando el G7, el bloque de las potencias desarrolladas acostumbrado a llegar al G20 con un consenso monolítico, terminó su última cumbre sin documento, porque el Estados Unidos de Trump subió su apuesta discursiva, sostenida además por aranceles impuestos incluso a sus aliados de la UE.

El final de la cumbre de Buenos Aires, sin embargo, arrojó resultados más optimistas de lo imaginado, para empezar porque hubo documento final, pero además porque si bien Trump volvió a correr la línea y a bloquear, directamente, una alusión al proteccionismo, quedó en pie la reivindicación del sistema multilateral del comercio y el compromiso de su reforma.

“El comercio internacional y la inversión son motores importantes del crecimiento, la productividad, la innovación, la creación de empleo y el desarrollo. Reconocemos el aporte que el sistema de comercio multilateral ha realizado en pos de este objetivo. Actualmente, el sistema no está cumpliendo sus objetivos, y existen posibilidades de mejora. Por lo tanto, respaldamos la reforma necesaria de la OMC para mejorar su funcionamiento. Revisaremos el avance en tal sentido en nuestra próxima Cumbre”, resumieron los líderes del G20.

Lo más aliviador vino después, cuando Trump y Xi acordaron una tregua de 90 días, que ya empezó a correr, durante la cual se disponen a renegociar los términos de su relación comercial, pero también otras cuestiones que subyacen, como la explotación china de patentes.

Un lugar en el mundo

El presidente Mauricio Macri tuvo sus reuniones bilaterales con Trump y Xi, en el primer caso como una reafirmación de una antigua relación personal que no impidió que Argentina terminara envuelta en una delicada alusión de parte de Estados Unidos, en el comunicado posterior al encuentro, a las prácticas comerciales “predatorias” de China.

La obligada aclaración de la Cancillería, sin embargo, terminó siendo un detalle del dato principal: todos los países pasarán los próximos años presas de esa gran batalla de dos, más en una región como América Latina que ha estado bajo la hegemonía norteamericana durante décadas y ha visto asomarse con mucha energía la cola del gigante dragón chino.

Los más de treinta acuerdos que firmaron tras la cumbre los presidentes Macri y Xi resumen de alguna manera ese desafío que China le hace a Estados Unidos en la región, en áreas tan estratégicamente delicadas como la explotación de energía y la infraestructura. En general, Argentina y América Latina siguen perdiendo oportunidades de establecer, coordinar y hacer valer una agenda común frente a los grandes poderes mundiales que están representados en el G20 y discuten y coordinan allí sus intereses.

La tentación del presidente electo brasileño, Jair Bolsonaro, de postergar al Mercosur para favorecer acuerdos bilaterales agrava la vulnerabilidad en este comercio global, y cuando además se multiplican las voces que auguran, después de muchos años de crédito barato, una nueva crisis planetaria por el exceso de deuda (más de dos veces el PIB mundial).

Las estrategias nacionales en la búsqueda de socios comerciales han sido y son legítimas, pero la experiencia ha demostrado, como en el exitoso caso europeo, aun en esta época de zozobra política provocada por los costos de una globalización a menudo darwiniana, que la unión hace la fuerza, y más desde la periferia.

Uno de los grandes cambios históricos en el flujo de comercio mundial desde el establecimiento de reglas internacionales, que ahora cuestiona Estados Unidos, fue el crecimiento del comercio Sur-Sur, que abrió posibilidades a las economías periféricas sin tener que depender tanto de las centrales.

Nuestro pasaporte natural es el latinoamericano y si bien los acuerdos bilaterales pueden verse favorables en el corto plazo, la cuestión será siempre “insertarse” en el mundo pero no de cualquier manera, sino asegurando la protección y promoción de recursos naturales, económicos y empleo.

Cuando las guerras comerciales y otras se terminen, el G2, el G7 o los que fuere seguirán pugnando por sacar ventaja, y no será sólo en la redacción de un documento final del G20.

Publicado por Jorge Argüello el 06/12/2018 para El Economista.


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