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Brexit: crónica de un final anunciado, por Jorge Argüello



El Reino Unido no asiste hoy al final feliz del Brexit que habían soñado sus ideólogos con una salida triunfante de la Unión Europea y una lluvia de ventajas económicas.


Los “brexiters” y el resto de la clase política británica que trató de congraciarse con aquella ajustada mayoría circunstancial (52 a 48%) lidian ahora con una realidad muy diferente. Una crisis política inédita tiene al Parlamento británicobloqueado y confundido; la economía de las islas está bajo amenaza por la fuga de inversiones; la libra esterlina se deprecia y, paradójicamente, la UE quedó más fortalecida. Desde Angela Merkel a Emmanuel Macron, le imponen firmes condiciones al Reino Unido para sacarlo de este callejón sin salida.


Este experimento rupturista, que nadie sabe aún cómo terminará, conlleva sin embargo grandes implicancias globales que se emparentan con el aislacionismo de Estados Unidos bajo la Administración Trump y con el reverdecer de movimientos políticos ultranacionalistas en Europa.


En todos los casos, lo que se expresa es la crisis del “orden liberal” de posguerra creado desde Occidente bajo la tutela, justamente, de potencias como Estados Unidos y Gran Bretaña, que hoy cuestionan el multilateralismo político y económico, la cooperación entre estados y hasta los ideales de democracia representativa que habían impulsado como un modelo único.


Proyecto o reacción

Hace tres años, cuando todavía se sentían los efectos de la gran crisis económica que golpeó a Europa contagiada desde Estados Unidos, los británicos acudieron al referéndum en un clima de descontento generalizado.


El entonces premier conservador, David Cameron, trató de capitalizar la situación abriendo las urnas a pedido de sectores independentistas que agitaban la causa de la ruptura con la UE, apoyada en el viejo recelo británico por el predominio de Francia y Alemania, pero esta vez potenciada al máximo por ese malestar social. Cameron nunca imaginó las consecuencias que esa decisión traería para él, para su gobierno y para su país.


Así las cosas, el Brexit no expresa un proyecto, sino una reacción al fantasma de la inmigración masiva que irrita al resto de Europa; al impacto de la globalización en el empleo, sobre todo para las viejas generaciones; a la desigualdad generada por las políticas neoliberales que pusieron fin al Estado de Bienestar europeo del siglo pasado; y, en definitiva, a un nuevo orden mundial, frenético e incierto, que minimiza la influencia de antiguas potencias como Gran Bretaña y resulta especialmente intolerable para los nacionalistas.


Lo que enseña el Brexit es que el mundo de hoy, en transición hacia un nuevo orden que todavía desconocemos, sólo tolera las islas en términos geográficos. Ante los grandes desafíos, la realidad sigue aconsejando un mínimo de diálogo, consenso y cooperación, regional y global. Por supuesto, cada país debe encontrar el justo término para sus intereses en el marco de un tablero superior que lo contiene, y eso vale para todos.


Hoy, el Reino Unido, otrora un imperio, es el ejemplo de lo que no hay que hacer.


Publicado por Jorge Argüello, el 23/03/2019 en TN

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