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Corbyn molesta



Asume ser un republicano entre monárquicos, un ateo entre anglicanos, un europeísta moderado en un Estado con un pie fuera de la Unión Europea. Con o sin futuro político, la ascensión de Jeremy Corbyn al liderazgo del Partido Laborista británico sacude el tradicional ajedrez europeo.

Si bien las asimilaciones apresuradas con las posiciones de Alexis Tsipras y Pablo Iglesias están al orden del día, hay aspectos que considerar. Por lo pronto, Podemos y Syriza han emergido recientemente, desde la protesta, como fuerzas nuevas, mientras el Partido Laborista británico ha dado al Reino Unido cinco primeros ministros desde la Segunda Guerra Mundial. Además, a diferencia de Tsipras e Iglesias, Corbyn llegó al timón de su partido luego de una carrera de décadas en el Parlamento inglés.

Aunque ideológicamente cercanos, Corbyn, Tsipras e Iglesias no son aquellos inseparables Tres Mosqueteros en duelo, ahora, con el neoliberalismo. Se trata de los emergentes de diferentes fenómenos nacionales que expresan la fatiga del esquema imperante en la Unión Europea. Los tres se esfuerzan por encauzar una voluntad colectiva demandante de soluciones alternativas para el problema europeo.

“El Tratado de Maastricht retira de los Parlamentos nacionales el poder de definir la política económica, entregándolo a un grupo de banqueros no electos que impondrán la estabilidad de precios, la deflación y un elevado desempleo en toda la Comunidad Europea”. A nadie extrañaría si esta frase hubiera sido pronunciada ayer por Tsipras oIglesias, pero se trata de una declaración de Jeremy Corbyn de 1992 publicada por The Guardian.

Así Corbyn denunciaba el giro ideológico que supuso el Tratado de Maastricht y que alejaría a Europa de sus padres fundadores al postular la reducción de algunas funciones estatales, dando así vía libre a la desregulación financiera.

En aquellos años, el propio Partido Laborista giraría al centro –como el grueso de la izquierda europea– para conseguir ser elegida y permanecer en el poder. Así surgió la Tercera Vía de Tony Blair, quien proclamaba amar todas las tradiciones de su partido excepto la tradición de perder.

De hecho, entre varias rutas disponibles para profundizar la integración europea, Maastricht definió un camino que desarmó gradualmente las formulaciones de la izquierda. El sector de las empresas públicas fue en gran medida privatizado, los sindicatos del Estado debilitados, las nacionalizaciones prácticamente prohibidas y la posibilidad de devaluar la moneda automáticamente extinguida para quien adhirió al euro.

La crisis del euro marcó un punto de inflexión y determinó que sectores relevantes del electorado comenzaran, aquí y allá, a dar la espalda al bipartidarismo europeo, garante de esos nuevos paradigmas. Un desencanto acelerado por la ola de austeridad que agravó las desigualdades entre Estados y expulsó del mercado laboral a uno de cada cuatro jóvenes en la Unión Europea. Todo potenciado por la mano dura con que Berlín condicionó el futuro de Grecia y, aún más recientemente, por la incapacidad exhibida por Bruselas ante la crisis de los refugiados.

Este vacío político se expresó en las urnas de tres maneras diferentes.

En primer lugar de modo silencioso. El índice de abstención en las elecciones al Parlamento Europeo no ha parado de crecer.

Después, con la irrupción de fuerzas políticas a la izquierda del socialismo y la socialdemocracia, acostumbrados a gobernar en varios países. Así surgieron el Die Linke, partido de la oposición en el Parlamento alemán; el Podemos, que apoyó a la candidata ganadora en Barcelona en las últimas municipales, y el Syriza, que en pocos meses de enormes dificultades triunfó tres veces en las elecciones griegas.

El tercer acto, distinto de los anteriores, fue ahora protagonizado por Jeremy Corbyn. Sin el apoyo de los anteriores líderes laboristas, pero con el voto de muchos jóvenes británicos recién llegados a la política, Corbyn conquistó la conducción de un partido del sistema con un discurso abiertamente antisistema.

Este “terremoto en la historia del Partido Laborista”, como lo llamó el Washington Post, aconteció con el triunfo de algunas ideas que representan la antítesis del proceso de financiarización que se apoderó de la política europea.

Sin ninguna garantía de que el dinero un día llegará a la economía real, los bancos centrales, como el Banco de Inglaterra, están inyectando miles de millones de euros en el sistema financiero. De allí la propuesta de Corbyn de un “quantitative easing popular” capaz de estimular la creación de empleo mediante la inversión en áreas como la energía y los transportes, sectores estratégicos que quiere bajo el control estatal.

El nuevo líder laborista, que comparte la pasión de Jacques Delors por las bicicletas, postula que se debe equilibrar la balanza de las cuentas públicas preferentemente por el lado de los ingresos mediante un combate contra la evasión fiscal y aumentando los impuestos sobre las grandes corporaciones.

Atento a las desigualdades, un tema últimamente ausente de las pomposas agendas europeas, Corbyn es defensor del control de precios de los alquileres y del establecimiento de un salario máximo nacional.

Y sobre los miles de refugiados que todos los días chocan contra los nuevos muros europeos, Corbyn ha dicho algo lamentablemente poco escuchado en las últimas rondas de cumbres en Bruselas: “Hay que abrir las puertas a la gente desesperada por encontrar un lugar para vivir con seguridad y debemos reconocer la enorme contribución que los inmigrantes han dado y dan a este país”.

En una entrevista concedida al diario español El País en el verano del año pasado, Manuel Valls, el primer ministro francés, pronosticó que “la izquierda puede morir si no se reinventa”.

Idílico, alternativo, ingenuo o progresista, Jeremy Corbyn será juzgado por el voto británico. Pero incluso si nunca llega a gobernar, la promoción de Corbyn a la “Premier League” de la política europea es un síntoma más de la recuperación del pensamiento crítico en el Viejo Continente.

Un nuevo viento europeísta que demanda cambios y que sopla a la entrada de un trienio con elecciones generales en España, Francia, Alemania e Italia, además de un referéndum sobre la continuación del Reino Unido en la Unión Europea.

Por: Jorge Argüello Publicado en su columna de opinión de Revista Veintitres 08/10/2015


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