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El nuevo orden climático



“Se hizo historia. Es un gran triunfo para la gente y para el planeta”, proclamó el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, sobre el Acuerdo de París alcanzado días atrás por 196 Estados para enfrentar el cambio climático. Desde el Protocolo de Kyoto (1997) que el mundo no escuchaba una declaración tan optimista sobre el calentamiento global.

Las ilusiones de Kyoto se fueron evaporando por la falta de compromiso político de los mayores responsables del problema, los países desarrollados, lo que acrecentó a la vez la vulnerabilidad de las naciones en desarrollo, principales víctimas de los impactos económicos y sociales del cambio climático.

El mundo desarrollado eludió desde 1997 las “responsabilidades comunes pero diferenciadas” establecidas en Kyoto para los emisores históricos de gases de efecto invernadero (GEI). También incumplió compromisos de asistencia financiera y transferencia de tecnología para que países en desarrollo mitigaran las consecuencias y se adaptaran al cambio según sus capacidades.

Las cumbres para relanzar un acuerdo se sucedieron (Copenhague, Cancún, Durban y Lima), pero la situación del planeta se agravó. Las emisiones de GEI aumentaron 30%. Se duplicaron las olas de calor, se acidificaron los océanos, los “refugiados climáticos” ya son millones, los eventos extremos se hicieron más frecuentes, el Ártico y la Antártida sufrieron deshielos y sequías e inundaciones amenazan la seguridad alimentaria de pueblos enteros.

En el año 2011, la presidencia argentina del Grupo de los 77 y China (G-77+China), a mi cargo, tuvo un activo rol al frente del principal bloque negociador de la ONU en la cumbre de Cambio Climático de Durban, Sudáfrica.

Integrado por las naciones en desarrollo (85% de la población mundial), el G-77+China se comprometió, entonces, a hacer su aporte pero dejando en claro que ni la mitigación ni la adaptación al cambio climático debía afectar sus prioridades de desarrollo sustentable.

Desde Kyoto, muchos de nuestros países habían dado pasos ambiciosos pero sin financiamiento ni tecnología. Las potencias industrializadas alegaron luego que las emergentes como China e India debían aceptar una revisión de Kyoto, ya que su despegue económico los convertía en importantes emisores. Recibieron como respuesta obvia que los daños en evaluación correspondían a más de un siglo de impactos sobre los países en desarrollo.

Ahora, la Cumbre de París, alentada por figuras como el papa Francisco y dirigida por el ex premier socialista francés Laurent Fabius, recuperó el espíritu de Kyoto gracias a compromisos de reducción de emisiones inéditos de Estados Unidos y China para la próxima década (entre los dos, responsables del 45% a nivel global) y de la UE (reducción de 40% en 2030).

El G-77+China, por su parte, llegó a París decidido a reivindicar la Convención de Cambio Climático (CMNUCC, 1992) y las posiciones ya sostenidas en Durban. “No podemos perder los cinco años que van hasta 2020”, cuando entrará en vigencia el Acuerdo de París, “perdiendo el foco sobre compromisos futuros cuando hay muchos que afrontar ahora mismo”, declaró el G-77+China. Se refería, en particular, a los 100 mil millones de dólares anuales de asistencia del mundo desarrollado acordados a partir de 2020, y a la necesidad de aumentar ese monto.

Los países en desarrollo, que permitieron al gran emisor Estados Unidos eludir un compromiso vinculante de reducción de emisiones, se llevaron de París la confirmación de una asistencia financiera decisiva. La Agencia Internacional de las Energías Renovables (IRENA) estimó que para cumplir con el mandato de París habrá que duplicar las fuentes limpias antes de 2030 e invertir 900.000 millones de dólares anuales para esa fecha.

El Acuerdo de París deja otros resultados auspiciosos. Es vinculante, tanto en la financiación para el mundo en desarrollo como para la reducción de emisiones globales, que se revisarán cada cinco años desde 2020. El principio científico de que el cambio climático es fruto de un modelo productivo basado en combustibles fósiles quedó legitimado.

Pero hay que cuidarse del canto de sirenas de algunos medios occidentales que anunciaron “el fin de la era de los combustibles fósiles”. Económicamente, los avances tecnológicos ya permiten a las energías renovables ser tan viables como las de combustibles fósiles, y con un futuro mejor y sustentable. Pero la cumbre evitó una definición sobre los subsidios a las fósiles o sobre una eventual reducción de la producción de petróleo.

El problema seguirá teniendo una raíz política, en un escenario de desigualdad global. Según la reconocida ONG internacional Oxfam, el 80% de la población que padece hambre en el mundo, unas 640 millones de personas, son pequeños productores agrarios, los más vulnerables a impactos del cambio climático que causan pérdidas irreparables, crisis alimentarias y desplazamientos forzosos.

Esa misma desigualdad acentúa el cambio climático. Según el economista Thomas Piketty, el 10% de los grandes emisores de GEI producen el 45% de emisiones, mientras el 50% de los pequeños emisores aporta el 13%. El mundo, según Oxfam, invierte cuatro veces más en industrias que alteran el clima que lo que todo el mundo invierte en tecnologías para superar el problema.

Los países en desarrollo pueden tener su propia agenda. En la región, Brasil comenzó a revertir la deforestación de la Amazonia y Uruguay está en condiciones de cubrir toda su demanda con energías renovables. La Argentina tiene el desafío de administrar las posibilidades sustentables de Vaca Muerta y el resto de su riqueza en petróleo y gas, y combinarlas crecientemente con su potencial eólico e hidráulico. En los ’90, un estudio determinó que entonces la Patagonia tenía capacidad eólica para generar siete veces la demanda total de energía de América latina, recordó en París el Global Wind Energy Council.

Desde que el hombre comenzó a alterar el clima en nombre del “progreso”, la explicación del clima y de la fuerza de sus impactos negativos excede la meteorología. Detrás del modelo productivo y de consumo dominante creado desde el Norte hay factores políticos y económicos a transformar. En ese sentido, los países en desarrollo tienen el doble desafío de corregir lo necesario puertas adentro y seguir bregando unidos en los foros internacionales por un nuevo orden climático que, sin condicionar su propio potencial de desarrollo, refleje un mundo menos desigual, más democrático y más sustentable.

Por: Jorge Argüello Publicado en su columna de opinión de Revista Veintitres 29/12/2015


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