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Chile busca que el consumo no sea sólo argentino



Todos los días, desde las 10 de la mañana, los locales del centro comercial chileno Costanera Center, en Santiago, se ven inundados por legiones de compradores que hacen filas interminables para pagar decenas de productos. El dato particular es que el 75% son argentinos. En los últimos fines de semana fue noticia la inmensa cantidad de turistas locales que viajaron por tierra o por aire con el confesado objetivo de aprovechar diferencias de precios en amplios segmentos.

Un impulso clave

El entusiasmo de los argentinos parece un impulso suficiente para sostener los niveles de consumo en Chile, que en verdad sufrirían notoriamente si la relación cambiaria se invirtiera abruptamente.

Las proyecciones de los analistas trasandinos indican que el consumo en 2017 crecerá por debajo del 2%, lo cual supondrá el menor registro desde la crisis del 2008. Se desacelerará así uno de los motores en los que Chile deposita expectativas de crecimiento. El consenso de economistas que releva el Banco Central de Chile ya redujo las expectativas de avance de la economía para este año a un modesto 1,6% y la recuperación que se espera para el año próximo no será superior. La última actualización de la Cepal coincide con esta previsión.

Si se desagrega el comportamiento del consumo, se advertirá una desaceleración en alimentos y bebidas, que se expresa esencialmente en las ventas de supermercados. En barrios populares de Santiago, las ventas de Navidad están mostrando una caída de hasta el 50% respecto de las primeras semanas de diciembre de 2015. En cambio, en la compra de bienes durables no se percibe una retracción: es aquí cuando la influencia argentina hace su parte. Basta una rápida mirada a las cintas transportadoras de los aeropuertos para contar por decenas los televisores de alta gama que viajan desde el país vecino.

Un mercado débil

Pero más allá de estacionalidades turísticas, lo cierto es que la confianza de los consumidores en Chile está estancada o en retroceso. La razón más notoria es la debilidad del mercado laboral. Los empleos se crean con cuentagotas y además reflejan una mayor tendencia a la informalidad. La Cámara de la Construcción trasandina acaba de proyectar para 2017 una nueva caída de la inversión en el sector, sumando así tres años consecutivos de retroceso. El empleo, obviamente, lo sufre: el año próximo la desocupación trepará dos puntos en ese segmento, hasta alcanzar el 10%.

La debilidad de la economía, que ha sido un tradicional “ejemplo” para la ortodoxia, suma ya trastornos derivados del fuego amigo: la calificadora Fitch redujo la semana última la perspectiva de la economía chilena de estable a negativa, con el argumento de que la moderada performance actual terminará afectando las cuentas fiscales.

Pero, a la vez, economistas y banqueros que militan en la ortodoxia comenzaron a reclamar al Gobierno y al Banco Central de Chile medidas para dinamizar la economía y restablecer la fortaleza del mercado laboral. El clamor se viralizó cuando una cámara empresarial tuvo la lamentable idea de regalar una muñeca inflable al ministro de Hacienda “para estimular la economía”.

Hacia las urnas

Con un bajo nivel de aprobación, la presidenta Michelle Bachelet intentará gestionar la incertidumbre hasta que las elecciones del año próximo clarifiquen el panorama. El ex presidente Ricardo Lagos, que dejó en su momento la jefatura de Estado con una alta aprobación, buscará una nueva oportunidad. Con una orientación opuesta, el empresario Sebastián Piñera también podría intentar repetir. En los próximos meses se despejará el panorama político, con el consiguiente impacto en las expectativas económicas.

En un contexto internacional complejo y adverso, la opción para la economía chilena termina emulando los desafíos recurrentes de los países del Cono Sur: ajuste fiscal tradicional, como aconsejan calificadoras y el FMI, o políticas de estímulo a la producción, la inversión y el empleo, que aún hoy, pese a la amenaza recesiva, muchos gobiernos se resisten a encarar.

Por Eduardo De Simone

Publicado en El Economista

16/12/2016


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