CIUDAD DE MÉXICO – La visión de mundo del Presidente estadounidense Donald Trump está cambiando para peor. De hecho, el caos y la polémica que han marcado hasta ahora su mandato han profundizado las dudas, tanto dentro como fuera de Estados Unidos, sobre si su presidencia sobrevivirá sus cuatro años.
La Canciller alemana Ángela Merkel fue quien articuló más claramente la perspectiva de Europa. Tras una cumbre de la OTAN y una reunión del G7, ambas llenas de desacuerdos, llegó a la conclusión de que, bajo Trump, Estados Unidos ya no se podía considerar como un socio de confianza. “Se puede decir que los tiempos en que podíamos fiarnos plenamente los unos de los otros ya son cosa del pasado”, señaló explícitamente.
Las declaraciones de Merkel estaban motivadas en parte por el desacuerdo entre Trump y Europa sobre el cambio climático, el comercio, la OTAN (en particular el Artículo 5, su cláusula de defensa colectiva, que Trump se negó a apoyar) y las relaciones con Rusia. Pero las disputas sobre otros asuntos reflejan las divisiones al interior de la propia administración de Trump, sembrando dudas sobre quién está realmente al mando.
Piénsese en la decisión de Trump de retirar a Estados Unidos del acuerdo climático de París, medida recomendada por Steve Bannon, su estratega en jefe, y Stephen Miller, su redactor de discursos. Pero el Secretario de Estado Rex Tillerson, así como su hija y su cuñado, Ivanka Trump y Jared Kushner (ambos asesores oficiales de la Casa Blanca) pueden no haberla apoyado, a pesar de la defensa pública por parte de Tillerson de la decisión de su jefe.
El comercio es otro tema en disputa. Bannon se opone al actual orden de apertura global, al igual que Peter Navarro, que encabeza el Consejo Nacional de Comercio de la Casa Blanca. El Secretario de Comercio Wilbur Ross apoya el libre comercio, pero no sin reservas. De manera similar, el Representante de Comercio de EE.UU. Robert Lighthizer preferiría negociaciones francas e implacables a la interrupción del comercio, aunque ya está en un conflicto con Ross.
Sobre la OTAN y Rusia, Tillerson se ha hecho eco de Trump al presionar a los miembros europeos de la Alianza a elevar su gasto de defensa. Pero también ha adoptado una postura más dura que Trump hacia Rusia, llamando a que EE.UU. y Europa adopten un enfoque sólido y unido. Si bien en teoría el Asesor de Seguridad Nacional H.R. McMaster concuerda con Tillerson, ya han comenzado las guerras de trincheras entre los dos cargos, en lo que es ya una tradición.
Estas luchas intestinas han generado preocupación mucho más allá de Europa. Como me dijera hace poco un ministro de exteriores de un país latinoamericano: “Parece que todos están peleándose con todos acerca de todo”. Si a eso se añade la investigación sobre la relación de la campaña de Trump con Rusia, así como el desplome de los índices de aprobación del gobierno, es fácil entender por qué algunos se preguntan si merece la pena involucrarse con Trump. El Presidente de México Enrique Peña Nieto ha pospuesto indefinidamente reunirse con Trump, y otros países también están poniendo en suspenso los vínculos con Estados Unidos.
Cabe preguntarse cómo podría ocurrir un fin prematuro de la presidencia de Trump, ahora que parece cada día menos imposible. Hay tres posibilidades:
La primera ruta, y la más conocida, es el juicio político (impeachment): una mayoría de la Cámara de Representantes acusaría a Trump de “delitos y faltas graves” y dos tercios del Senado lo condenarían, sacándolo del poder. Es un resultado altamente improbable, ya que para él sería necesario el apoyo de 20 diputados y 18 senadores republicanos, además de todos los demócratas en ambas cámaras. Pero todo podría cambiar si la investigación sobre los intentos de Rusia de interferir en las elecciones de 2016 y la posibilidad de una colusión con la campaña de Trump revela pruebas irrefutables.
La segunda opción, según la Sección 4 de la Enmienda 25 a la Constitución, requeriría que el vicepresidente y el gabinete o el Congreso declaren al presidente “incapacitado para desempeñar las facultades y obligaciones de su cargo”. Esto parece incluso más improbable que el juicio político, a menos algunas conductas de Trump (como sus tuits de madrugada o sus broncas privadas contra miembros de su equipo, como el Fiscal General Jeff Sessions) indiquen claramente disfunciones neurológicas o psicopatológicas.
La tercera solución, que algunos han llamado la “solución nixoniana” es la más interesante. En 1974, el Presidente Richard Nixon renunció antes de que el Congreso pudiera votar para hacerle un juicio político. Semanas después, su sucesor Gerald Ford le concedió un perdón total e incondicional para todos los posibles crímenes.
En el caso de Trump, el motivo de una renuncia así sería recibir un perdón similar. Si bien no se le puede procesar por cargos criminales mientras se desempeña como presidente, una vez que acabe su mandato sí puede ser procesado.
Más aún, tanto Kushner, a quien se ha acusado de intentar crear un canal extraoficial para garantizar una comunicación segura entre la Casa Blanca y el Kremlin como Ivanka estarían sujetos a un procesamiento judicial si se determinara que han participado en comunicaciones o actividades ilegales con agentes o funcionarios rusos. Los dos hijos mayores de Trump, que administran su imperio comercial, también pueden ser acusados de faltas o delitos. Es posible que Trump prefiera renunciar y lograr un perdón para todos los involucrados, en lugar de pasar por un juicio político que bien podría costarle la presidencia de todos modos.
Pero, con todo lo que a los opositores a Trump les gustaría verlo fuera del poder, cualquiera de estas situaciones hipotéticas dañaría mucho a Estados Unidos y al resto del mundo. La participación estadounidense, para no hablar de su liderazgo, es indispensable para la cooperación internacional en áreas como el comercio global, las medidas para enfrentar el cambio climático, y las respuestas a toda suerte de crisis, sean naturales, humanitarias o nucleares. Más aún, el aislacionismo de Trump no implica la irrelevancia o pasividad de Estados Unidos: podría ser mucho peor si acaba siendo un factor distractor o perturbador.
Considerando esto, los enemigos internos de Trump deberían tener cuidado con lo que desean, y los aliados de Estados Unidos deberían intentar un modo de interactuar de manera más eficaz con su administración. Guste o no, la mejor opción del mundo es lograr que los próximos tres años y medio sean tan exitosos (o, al menos, tan resistentes al desastre) como sea posible.
Publicado por Jorge Castañeda, el 15 de junio en Project Syndicate
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen