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Un buen puerto para los migrantes



Las migraciones, un asunto que hoy invade las agendas en todo el mundo y altera peligrosamente los rumbos políticos en el Norte desarrollado, es un desafío global en el que América Latina se erige esta vez como un ejemplo de las prácticas más avanzadas. La última evidencia de ese contraste llegó recientemente, cuando el presidente Donald Trump retiró a Estados Unidos del proceso de firma del Pacto Mundial por una Migración Segura, Ordenada y Regular, iniciado en la ONU a fines de 2016, antes de que el magnate y sus consignas xenófobas desembarcaran en la Casa Blanca.

Desde ya, las urgencias económicas son el motor universalmente reconocido del movimiento de personas y familias de un país a otro. Nuestra región, aun siendo la más desigual del planeta, ha evitado la tentación de “securitizar” sus políticas migratorias, sin dejarse ganar por el miedo y la discriminación que domina Estados Unidos y Europa.

Como ha establecido la Confederación Sudamericana de Migraciones (CSM), “las personas migrantes, en su proceso de inserción e integración, como de vínculo, se transforman en actores fundamentales en el desarrollo humano, económico, cultural, social y político”.

La idea de un pacto de alcance universal nació de la Declaración de Nueva York que emitió en 2016 una cumbre especial de la ONU, en la que los Estados se comprometen también en lo inmediato a proteger los derechos humanos de todos los refugiados y migrantes, independientemente de su condición, a condenar enérgicamente la xenofobia contra ellos, y a reforzar su contribución positiva al desarrollo económico y social de los países de acogida.

La real dimensión. Solo desde aquella tragedia del naufragio de Lampedusa (Italia), que conmovió al papa Francisco en sus primeros días de pontificado, en 2013, unas 15 mil vidas de adultos y niños se han perdido en el intento de cruzar irregularmente el Mediterráneo desde las costas de Africa, y por ahora los gobiernos europeos no han tenido mejor respuesta que invertir ingentes fuerzas políticas y dinerarias sólo en bloquear su llegada.

Aun así, según un completo informe publicado en 2016 (McKinsey Global Institute), el 90% de los 247 millones de migrantes del mundo se trasladaron ese año a través de las fronteras por su propia voluntad, en general movidos por razones económicas. De ese total, 65,6 millones de personas han decidido abandonar sus hogares a causa de conflictos bélicos y persecuciones.

Uno de cada diez del total de migrantes (24 millones) es refugiado y solicitante de asilo. En su gran mayoría provienen de Medio Oriente y el norte de Africa. Y más de la mitad de ese universo son niños y adolescentes.

Los intentos de establecimiento en Europa de estos millones de personas desplazadas dispararon las alarmas sociales primero, y políticas después, con un reverdecer de fuerzas nacionalistas, xenófobas y hasta neonazis.

Del resto, la mayor parte de los migrantes se trasladan a naciones vecinas o del mismo continente, y aunque la mitad se mueve hacia países desarrollados en busca de mejorar legítimamente sus condiciones de vida, su impacto en el PBI mundial triplica su mera dimensión demográfica, y el 90% del beneficio queda en los países de acogida.

En América Latina, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), los patrones cambiaron y tendemos a movernos cada vez más en la región, en especial desde la última década, cuando países receptores como Estados Unidos y España endurecieron sus políticas migratorias mientras los nuestros las mejoraron y promovieron el regreso de sus nacionales y también los desplazamientos entre países.

Los censos nacionales realizados entre 2000 y 2010 en la región mostraron un aumento del 32% de latinoamericanos viviendo en otro país de la región, y entre 2009 y 2015 nuestros países concedieron más de dos millones de residencias temporales y permanentes a personas de naciones vecinas motivadas por la búsqueda de trabajo, el tránsito fronterizo, la movilidad indígena, la reunificación familiar, la movilidad por estudios y la búsqueda de refugio por persecución política (Cepal).

De todos modos, la mayor la cantidad de emigrantes latinoamericanos reside en países extrarregionales, muchos emigran hacia Estados Unidos (unos 20 millones), aunque México representa el 40% de la emigración regional, con 12 millones de sus ciudadanos viviendo fuera del país, sobre todo en su vecino del norte. Haití, el país más pobre de América Latina y el Caribe, vio emigrar 400 mil personas desde 2000, un tercio de ellos a la vecina Dominicana, la mayoría a Estados Unidos y algunos al Cono Sur.

Migrar con derechos. Camino a un pacto que ponga los derechos de los migrantes en el centro de nuestras leyes, con libertad de movimiento y ciudadanía ampliada, es importante tener en claro que la falta de oportunidades en los países de origen, tan determinante para las migraciones desde siempre, es efecto y no causa de la desigualdad económica y social que caracteriza esta etapa del capitalismo globalizado.

Como demostró América Latina, en particular a través de las experiencias de acuerdos subregionales en el Mercosur y la Comunidad Andina, cualquier “gobernanza migratoria” exige un abordaje integral y multilateral del fenómeno, y una valoración positiva de sus efectos a largo plazo. Las migraciones solo han consolidado el proceso de integración de nuestros países.

Además de los estamentos políticos e institucionales, el amplio arco de la sociedad civil necesita comprometerse con todos los aspectos del proceso, en particular en la lucha contra el tráfico de migrantes y la trata de personas, que sigue desafiando las mejores intenciones y leyes que podamos darnos.

El papa Francisco, comprometido hoy con el drama de refugiados rohingyás de Sri Lanka y entusiasta del Pacto Mundial por la Migración, señaló la ruta que vale la pena mantener cuando el horizonte se nubla por el temor a lo distinto: “El principio de la centralidad de la persona humana –dijo– nos obliga a anteponer siempre la seguridad personal a la nacional”.

América Latina ha sido históricamente objeto de recomendaciones de parte del mundo desarrollado, en algunos casos pertinentes, pero esta vez, ante una realidad global que excede respuestas nacionales, es la región que puede dar el ejemplo y liderar la recuperación de valores humanos sobre los que, hasta no hace mucho, recibía lecciones.

Por Jorge Argüello


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