Las estadísticas oficiales revelaron recientemente la verdadera dimensión del daño que la última sequía le causó a la economía argentina, por pérdidas en sus cultivos y en su ganadería que explicaron la mitad de la tremenda caída del PIB del 5,8% en mayo pasado, la peor desde 2009 según el Indec.
Poco después, en el marco del severo ajuste fiscal acordado con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para recibir un préstamo de 50 mil millones de dólares, el gobierno nacional anunció su decisión de revisar sus contratos con Invap (Investigación Aplicada Sociedad del Estado), una empresa pública rionegrina de producción y exportación de tecnología nuclear y espacial, reconocida a nivel mundial.
El propio Presidente asoció la financiación a revisar con una época de magia –pese a que la empresa tiene una facturación anual de más de 3.200 millones de pesos, el 20% de ella en exportaciones– dejando en duda el respaldo a varios proyectos espaciales y de provisión de tecnología al propio Estado nacional.
Paradójicamente, directivos y científicos de Invap recibieron el comentario presidencial mientras ultimaban el envío a Estados Unidos de uno de los dos satélites Saocom proyectados por la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (Conae), un proyecto que lleva dos décadas, que costó 300 millones de dólares de inversión y que, una vez en órbita, aportará datos únicos clave para el sector agrícola y la prevención ante emergencias hidrológicas.
Desarrollo. Las informaciones precedentes sobre la sequía y la financiación de Invap, al parecer aisladas, establecen sin embargo, con bastante exactitud las coordenadas de lo que se entiende universalmente como desarrollo para un país periférico como Argentina: el desafío de hacerse de capacidad tecnológica propia para cuidar y fortalecer, a la vez, la usina productiva históricamente más potente de su economía.
A estas alturas del siglo XXI, ¿qué Estado nacional que valore sus recursos naturales, sobre todo en un país con las riquezas relativas del nuestro, puede desatender el desarrollo de la tecnología que le permita protegerlos de cualquier riesgo? ¿Hace falta explicar la vulnerabilidad que el sector agropecuario, pero también las grandes urbes, tienen hoy día de los eventos meteorológicos extremos que, según el consenso científico, está agudizando el cambio climático?
Hace décadas que los servicios climáticos más avanzados del mundo, europeos, estadounidenses, y otros dedicados al estudio y la comprensión de patrones climáticos globales complejos y sensibles como El Niño, apuestan al desarrollo de todo tipo de tecnología, en especial la satelital, para prevenir y mitigar los tremendos daños causados por inundaciones o sequías en economías e infraestructuras de alto impacto social.
Recursos. Los países más desarrollados invierten en recursos científicos, humanos y tecnológicos, para el estudio de los cambios que están sufriendo hielos polares y continentales, océanos, ríos y la biodiversidad de todo el planeta, en cuyo equilibrio Argentina juega un papel clave como pocos países, por sus características geográficas.
Provoca asombro, así, saber que el Estado nacional mantiene una deuda millonaria y revisa encima la financiación de Invap, una exitosa empresa tecnológica pública que lleva una década y media dando superávit, que funciona en una planta de excelencia desde 2011 (en Bariloche) y que, entre otros logros, es la única del país calificada por la NASA estadounidense para llevar a cabo proyectos espaciales.
Equipo ganador. La corta historia de Invap es muy rica. En 2007, la empresa pública hizo la mayor exportación tecnológica llave en mano de la historia nacional, una operación de 200 millones de dólares por la venta del reactor nuclear OPAL a Australia.
En 2005, invitado por el gobierno australiano, participé como presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados de una delegación de legisladores argentinos y australianos que visitó la planta para apreciar el montaje de los sistemas de instrumentación y control del reactor OPAL, en vísperas de su exportación. Quedamos, australianos y argentinos, impresionados.
Invap se adjudicó el diseño y la construcción del OPAL en una licitación internacional en la que se impuso a compañías privadas de potencias industriales como Alemania, Francia, Canadá y Japón. La empresa argentina coronaba un proceso que le había permitido antes vender reactores de uso pacífico a Perú (1977-78) Argelia (1985-89) y Egipto (1992-98).
Diez años más tarde, en 2017, unas rigurosas evaluaciones conjuntas confirmaron la calidad del reactor exportado a Australia, usado en diagnóstico y tratamiento de enfermedades y en investigaciones en biotecnología, ciencia de materiales, nanociencia y medio ambiente.
Invap, que factura 200 millones de dólares por año y emplea a más de 1.400 personas, entre ellos ingenieros nucleares, químicos y electrónicos, se lució además en 2015 con el diseño y construcción, más la participación en el lanzamiento y puesta en órbita, del segundo satélite geoestacionario argentino de telecomunicaciones, el Arsat 2, gracias a una tecnología compartida solo por una decena de países.
Este mismo año, el actual gobierno comprobó las ventajas de una política de inversión pública con la venta por 40 millones de euros de un reactor de investigación y usos medicinales que cubrirá dos tercios de la demanda de radioisótopos de toda Europa. Esta vez, Invap asociada a una empresa de ingeniería holandesa se impuso a compañías de Francia y Corea del Sur.
Volviendo al inicio, cuando el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), después de décadas de postergaciones y desinversión, pudo actualizar con apoyo del Estado nacional en 2011 las herramientas tecnológicas a disposición de sus especialistas, acudió a Invap para encargar la construcción de una veintena de radares de última generación que estarán enlazados entre sí en todo el país, y el primero de los cuales ya funciona en Córdoba.
La conclusión es evidente. Ahí donde algunos interpretan un gasto producto afiebrado de cerebros mágicos, otros leemos la definición básica deinversión en el diccionario de un Estado moderno. El Invap nos ha dibujado durante décadas la línea gruesa que divide el gasto de la inversión.
Es un ejemplo práctico de la política pública con amplio consenso político que inunda los discursos, y la demostración de que el buen camino lleva su tiempo, pero da sus frutos. Y como dicen los futboleros, equipo que gana no se toca.
Por Jorge Argüello, publicado el 05/08/2018 en Diario Perfil.