Los israelíes irán este martes por cuarta vez en dos años a las urnas, producto de una prolongada crisis política. Un escenario partidario fragmentado intentará debilitar todo lo posible al primer ministro Benjamín Netanyahu para impedirle formar una coalición de gobierno, luego de 15 años en el poder. La campaña de vacunación y las relaciones con los países árabes, en el centro de la escena.
El premier Benjamín “Bibi” Netanyahu (71) acumula 15 años en el poder y busca un sexto mandato como jefe de gobierno israelí, después de una primera gestión en los años noventa y una hegemonía política la década pasada. Es el líder del partido Likud (Consolidación), que combina elementos de la derecha política con la ortodoxia religiosa.
En 2019, superó al padre fundador de Israel, David Ben Gurión, como el mandatario con más tiempo en el poder. Al mismo tiempo, investigaciones judiciales desde 2016 llevaron a su imputación en causas de soborno, fraude y abuso de confianza, lo cual lo inhabilitó a detentar cualquier otro cargo ministerial que no sea el de primer ministro.
Israel tiene un régimen político parlamentario. El sistema es unicameral y la asamblea nacional se denomina Knesset. Un Presidente (hoy Reuvén Rivlin) es el jefe de Estado y quien llama a formar gobierno.
Para hacerlo, el candidato a Primer Ministro debe reunir 61 escaños en la Knesset y tiene hasta 42 días para formar gobierno. Por las dinámicas fragmentarias de su sistema de partidos, en toda su historia jamás una sola fuerza ha podido formar gobierno de manera aislada en Israel.
A pesar de que originalmente los miembros del Parlamento tienen un mandato de cuatro años, en los últimos tiempos esto se viene interrumpiendo por sucesivas disoluciones de la legislatura por convocatoria a elecciones anticipadas.
Israel, cuyo territorio cabría en la pequeña provincia argentina de Tucumán, tiene menos de 9 millones de habitantes y un padrón de más de 6 millones de votantes, de los cuales vota cerca del 70%.
CRISIS POLÍTICA Y AJEDREZ DE BIBI
En las elecciones de abril de 2019, Benny Gantz (61), un antiguo funcionario del propio Netanyahu, equiparó al oficialismo en escaños. Con su nueva agrupación Kahol Lavan (Azul y Blanco), Gantz condensaba una tradición militar, reclamos por mayor transparencia y políticas económicas más centristas. Como ex jefe de las Fuerzas de Defensa israelíes, contaba con cierto apoyo de importantes sectores vinculados a los medios y se mostró como político limpio, ajeno al establishment político.
Pero ni Netanyahu ni Gantz fueron capaces de formar una coalición de gobierno en Israel, luego de las tres semanas de plazo para conseguir aliados.
Los segundos comicios fueron en septiembre de ese mismo año, que tuvieron como resultado un empate entre el oficialista Likud y el bloque opositor Azul y Blanco, liderado por Benny Gantz. Nuevamente, ambas fuerzas obtuvieron 32 y 33 bancas respectivamente, lejos de las 61 requeridas para formar gobierno.
Entonces, Netanyahu primero y Gantz luego tuvieron un plazo de tres semanas para formar gobierno, sin éxito. Ante la imposibilidad de ambos de ser investidos primer ministro por la Knesset, Israel se encaminó a su tercer llamado a elecciones en un año.
Esta vez, al desafío de las urnas se sumaba la pandemia del COVID-19, ya desatada en el país. El Likud pudo revertir su derrota anterior y sumar escaños (36) mientras que Azul y Blanco se mantuvo igual. Finalmente, el resultado y la emergencia sanitaria forzaron un acuerdo de coalición entre ambos rivales.
Según lo pactado, Netanyahu ejercería el ejecutivo por un año y medio, luego de lo cual asumiría Gantz por el mismo tiempo. Mientras tanto, el opositor llegó a ocupar el puesto de presidente (speaker) de la Knesset y ministro de Defensa.
El acuerdo debía durar hasta 2023, pero la parálisis parlamentaria en diciembre de 2020 que impidió la aprobación de un nuevo presupuesto gatilló la disolución de la Knesset y este último llamado a elecciones para el 23 de marzo de 2021.
¿LA CUARTA ES LA VENCIDA?
Este cuarto llamado a elecciones es una prueba de la confianza para Netanyahu luego de sus procesos judiciales, la crisis política y la gestión de la pandemia. Tras una década de relativa estabilidad política y alto crecimiento económico, la mayoría de la ciudadanía coincide en que Israel vivió dos años muy convulsos.
Para comienzos de marzo, el país superaba los 800 mil contagios y las 6 mil muertes, pero el 46% de la población ya había recibido ambas dosis de la vacuna (y el 60% al menos una). La calidad en salud, infraestructura y digitalización permitieron una campaña rápida y efectiva, primera prioridad de Bibi para poder reabrir una alicaída economía (-2,4% en 2020) en su campaña “nación vacuna”.
El electorado israelí tiene altas tasas de participación, pero en el caso de los árabes israelíes menos de la mitad suele emitir su voto. En los últimos tres comicios, la Lista Árabe Unida (Ra’am Balad) pudo colocarse como tercera fuerza política.
A su turno, uno de cada seis votantes es ultraortodoxo religioso, y sus prerrogativas siempre se imponen en los debates electorales y la formación de coaliciones. Netanyahu ha retenido esa máxima para sus estrategias de gobierno: en el sistema de partidos fragmentado israelí, esos grupos minoritarios dentro de la Knesset son fundamentales para formar una coalición ganadora.
Según los sondeos, en un escenario promedio Netanyahu podría conseguir alrededor de 30 escaños. Por su parte, la plataforma de Gantz colapsó a lo largo de 2020, luego de que la mitad de sus apoyos transfugaran a otras fuerzas opositoras a raíz del acuerdo de gobierno con Netanyahu.
Los principales rivales son el líder de oposición parlamentaria, el centrista Yair Lapid (quien ya armó coalición con Bibi en 2013) un poco a la izquierda del Likud; el conservador Gideon Saar (ex ministro de Educación e Interior en dos gabinetes sucesivos de Netanyahu) un poco más a la derecha del Likud; y Naftali Bennett por Yamina (Hacia la Derecha).
El contexto económico israelí trae un amplio debate en torno a un Estado que en los últimos lustros ha defendido la libre competencia en el mercado a la vez que mantenido altos niveles impositivos para la población. Los grandes indicadores de Israel en general son muy satisfactorios, en el día a día los ciudadanos aspiran a estar mejor.
En materia de seguridad, las relaciones con los palestinos y la defensa frente a ataques del grupo extremista Hamas -que no reconoce al Estado de Israel- influyen mucho en el voto. En el plano regional, las réplicas de la guerra civil de la vecina Siria son parte también de las preocupaciones del electorado.
El apoyo de la administración estadounidense saliente a Netanyahu fue contundente. El entonces presidente Donald J. Trump dio un giro decisivo en la historia de la política exterior estadounidense en Medio Oriente al reconocer a Jerusalén como capital del Estado de Israel.
En 2020, y gracias al apoyo de Washington, Netanyahu cosechó un gran triunfo político con los Acuerdos de Abraham, por medio de los cuales Israel reanudó relaciones diplomáticas con Emiratos Árabes Unidos y Baréin y abrió embajadas a los pocos meses. Al poco tiempo, pudo replicar esos avances con Sudán y Marruecos, lo que redundó en el mayor dinamismo de la diplomacia israelí en Medio Oriente desde la Revolución Iraní de 1979.
Publicado el 19/03/2021.