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"La transición energética se enfrenta a la realidad", por Daniel Yergin

La “transición energética” de los hidrocarburos a las energías renovables y a la electrificación, hoy en día, ocupa el centro de los debates sobre políticas. Pero los últimos 18 meses han demostrado que esta misión representa un reto mucho mayor y más complejo de lo que uno pensaría al analizar los gráficos que aparecen en muchos escenarios. Inclusive en Estados Unidos y Europa, que han adoptado iniciativas de gran porte (como la Ley de Reducción de la Inflación y RePowerEU) para que las cosas avancen, el desarrollo, el despliegue y la ampliación a escala de las nuevas tecnologías de las que, en definitiva, depende la transición se determinarán con el tiempo.



El término “transición energética” sugiere que, simplemente, estamos dando un paso más en el recorrido que comenzó hace siglos con la Revolución Industrial. Pero, al examinar transiciones energéticas anteriores para mi libro The New Map (El nuevo mapa),me sorprendió lo diferente que es ésta. Mientras que la tecnología y la ventaja económica fueron el motor de las transiciones previas, la política pública hoy es el factor más importante.


Por otra parte, las transiciones energéticas en el pasado se desarrollaron en el transcurso de un siglo o más, y no desplazaron por completo las tecnologías existentes. El petróleo superó al carbón como la principal fuente de energía del mundo en los años 1960. Sin embargo, ahora usamos tres veces más carbón que en aquel momento, con un consumo global que alcanzó un pico sin precedentes en 2022.


Por el contrario, la transición de hoy está pensada para que se desarrolle en poco más de un cuarto de siglo, y para que no sea aditiva. Dada la escala de lo que se tiene planeado, algunos temen que no se le haya prestado suficiente atención al análisis macroeconómico en el proceso de planificación de las políticas. En un documento de 2021 para el Instituto Peterson de Economía Internacional, el economista francés Jean Pisani-Ferry observa que avanzar con demasiada celeridad a emisiones cero netas podría precipitar “un shock de oferta adverso -muy similar a los shocks de los años 1970-”. Pisani-Ferry advierte que “es poco probable que una transición precipitada sea benigna y los responsables de las políticas deberían estar preparados para tomar decisiones difíciles”.


Los progresos desde que comenzó la restricción de los mercados energéticos a fines del verano de 2021 apuntan a cuatro desafíos importantes a tener en cuenta. Primero, debido principalmente a las alteraciones causadas por la guerra de Rusia en Ucrania, la seguridad energética se ha convertido, una vez más, en una máxima prioridad. En general, mantener las luces encendidas y las fábricas en marcha todavía requiere de hidrocarburos, de modo que la seguridad energética implica garantizar suministros adecuados y a precios razonables, así como un aislamiento del riesgo geopolítico y de las penurias económicas.


Aún si el cambio climático sigue siendo el foco principal, la administración del presidente norteamericano, Joe Biden, ha instado a las empresas domésticas a aumentar su producción de petróleo y liberó suministros de la Reserva Estratégica de Petróleo en una escala mucho mayor que cualquier otra administración previa. En Alemania, los Verdes en la coalición gobernante han propiciado el desarrollo de la capacidad del país de importar gas natural licuado: las primeras entregas de GNL provenientes de Estados Unidos llegan este mes a través de infraestructura construida en menos de 200 días. La seguridad energética no es algo que se vaya a dar por sentado en los próximos años.


El segundo desafío tiene que ver con la escala. La economía mundial de 100 billones de dólares de hoy depende de los hidrocarburos para más del 80% de su energía, y nada tan gigantesco y tan complejo como el sistema energético global se puede transformar fácilmente. En un nuevo libro importante, How The World Really Works (Cómo funciona verdaderamente el mundo), el prestigioso académico energético Vaclav Smil sostiene que los cuatro “pilares esenciales de la civilización moderna” son el cemento, el acero, el plástico y el amoníaco (para fertilizantes), cada uno de los cuales depende fuertemente del sistema energético existente.


Frente a estas condiciones iniciales, ¿las soluciones como el veganismo servirán de algo? Smil dice que, en el sistema que lleva un solo tomate cultivado en España (incluyendo los fertilizantes requeridos) a una mesa en Londres, participan cinco cucharadas de petróleo. Efectivamente, la eficiencia energética se podría mejorar. Pero los efectos principales aparecerán en los países desarrollados, más que en el mundo en desarrollo, donde vive el 80% de la gente y donde las economías en ascenso harán subir la demanda de energía.


Eso nos lleva al tercer desafío: la nueva división Norte-Sur. En el Norte Global -principalmente, Europa occidental y Norteamérica-, el cambio climático está en la cima de la agenda política. Pero, en el Sur Global, esa prioridad convive con otras prioridades críticas, como impulsar el crecimiento económico, reducir la pobreza y mejorar la salud con la mira en la contaminación ambiental interna generada por la quema de madera y desechos. Por lo tanto, para muchos en el mundo en desarrollo, la “transición energética” implica pasar de la madera y los desechos al gas licuado de petróleo.


Esta división quedó claramente ilustrada el año pasado cuando el Parlamento Europeo sancionó una resolución que denunciaba un proyecto de oleoducto que iba desde Uganda, pasando por Tanzania, hasta el Océano Índigo. La objeción de los parlamentaristas fue que el proyecto afectaría adversamente el clima, el medio ambiente y los “derechos humanos”. Sin embargo, emitieron sus votos desde un organismo situado en Francia y Bélgica, donde el ingreso per cápita (en dólares corrientes) es, respectivamente, 50 y 60 veces mayor que en Uganda, donde el oleoducto es considerado un cimiento para el desarrollo económico. La resolución provocó una reacción furibunda. El vicepresidente del parlamento de Uganda denunció a los europeos por exhibir “el nivel más alto de nacionalismo e imperialismo contra la soberanía de Uganda y Tanzania”.


El cuarto desafío tiene que ver con los requerimientos materiales de la transición energética. Yo lo veo como el cambio de las “Grandes Petroleras” a las “Grandes Palas” -es decir, de perforar para obtener petróleo y gas a extraer minerales cuya demanda aumentará marcadamente en un mundo cada vez más electrificado.


En un nuevo estudio de S&P, El futuro del cobre, calculamos que la oferta del “metal de la electrificación” tendrá que duplicarse para sustentar los objetivos climáticos de 2050 del mundo. Recientemente, un conjunto de autoridades -entre ellas, los gobiernos de Estados Unidos y Japón, la Unión Europea, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Agencia Internacional de Energía- publicaron informes alarmantes sobre el esperado crecimiento exponencial de la demanda de minerales como el litio y el cobalto.


Pero la alarma en sí misma no abrirá nuevas minas importantes -un proceso que, según se estima, llevará 16-25 años y que enfrenta requerimientos de permisos aún más complejos en todo el mundo-. En algunos países de recursos clave, los gobiernos son abiertamente hostiles a la minería.


De modo que, si bien la dirección de la transición energética es clara, los responsables de las políticas y la población deben reconocer los desafíos que conlleva. Es esencial entender de manera más realista y más profunda las cuestiones complejas que se deben resolver en el esfuerzo por alcanzar los objetivos de la transición.


Publicado por Daniel Yergin en Project Syndicate

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