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LAS CIUDADES EN EL SIGLO XXI

La pandemia del COVID-19 llegó a un mundo urbanizado como nunca. El crecimiento de las grandes ciudades y conurbanos, en el mundo desarrollado, pero sobre todo en el Sur Global, supondrá un gran desafío para los Estados y los gobiernos locales hacia 2050. ¿Cuáles son las principales tendencias demográficas en la actualidad y qué ejes necesitamos para pensar ciudades más sustentables?


MÁS Y MAYORES CIUDADES


Los cambios demográficos que el mundo vive hace tres décadas, favorecidos por las mejoras en los niveles de nutrición y sanidad, configuran a paso lento pero seguro nuevos centros de gravedad poblacionales en el planeta. Por ejemplo, seguramente pocos hayamos escuchado hablar de Niamey, en Níger. Para finales de siglo esta ciudad africana tendrá más población que toda Argentina.


La cuestión demográfica combina dos fenómenos: el crecimiento poblacional -sobre todo en el mundo en desarrollo- y la veloz urbanización -en todo el globo-. Las últimas proyecciones de Naciones Unidas esperan que la población mundial crezca en casi 3.000 millones de personas para mediados de este siglo, lo que equivale a dos veces la población de China o India. Para 2100, seguramente habrá otros 3.000 millones de seres humanos, para llegar a 11 mil millones.


Para entonces, dice la ONU, se espera que la humanidad se haya convertido en una especie casi exclusivamente urbana, con hasta 9 de cada 10 personas viviendo en ciudades. En menos de 30 años, ya dos tercios de la población planetaria lo hará, según la OCDE. Cientos de nuevas ciudades marcarán la cumbre del proceso de modificación humana del relieve de la Tierra, toda una culminación del Antropoceno.


Esa lista de nuevas ciudades se sumará a las ya existentes, que se ampliarán con extensos cinturones conurbanos. Según las proyecciones de los estudios demográficos, hacia 2050 más de 100 ciudades tendrán una población superior a los 5,5 millones de personas. Para 2100, los centros de población del mundo se habrán desplazado a Asia y África: 85% de las grandes ciudades estarán allí, mientras que el 15% en Europa y América.


Esto tiene implicancias estratégicas en lo económico y lo político. Primero, porque las grandes urbes son cada vez más motor fundamental del desarrollo e innovación en una economía. De hecho, según estimaciones de la OCDE, las ciudades ya son responsables por el 80% del PIB global.


Segundo, pues estas ciudades gozan de un peso político (hacia adentro) y diplomático (hacia afuera) que les da dinámicas propias al margen de sus gobiernos nacionales, e incluso en ocasiones les disputa protagonismo.



DESAFÍOS DEL FUTURO URBANO


La ciudad de Lagos, Nigeria, es un caso modelo de cómo el crecimiento poblacional y la urbanización pueden salirse de control. Desde la descolonización en lo años sesenta, Lagos creció 100 veces, de menos de 200.000 personas a 20 millones (o más, pues el gobierno no cuenta con estadísticas exhaustivas). Hoy en día es una de las 10 ciudades más grandes del mundo, extendida a lo largo de casi 1.000 km2 (cinco veces la superficie de la Ciudad de Buenos Aires). En Lagos predominan los asentamientos informales, la carestía de servicios básicos y la acumulación alarmante de residuos.


La magnitud y velocidad de esta transición urbana demanda políticas activas e integrales por parte de los gobiernos. Las grandes urbes pueden convertirse en sistemas urbanos sofisticados y sustentables, o en megalópolis con altos niveles de desigualdad e inestabilidad social. Para ponerlo en perspectiva, una ciudad “grande” en promedio tiene 7,5 millones de habitantes; en 2100 será de 23 millones (equivalente a la mitad de la población de Argentina).


Por un lado, los expertos sostienen que el crecimiento de la población es necesario para crear riqueza; además la urbanización reduce significativamente el impacto ambiental del ser humano. Por el otro, las visiones pesimistas sostienen que las grandes ciudades pueden volverse ingobernables para países institucionalmente débiles, o amplificar las catástrofes climáticas.


Lo que sí es certero, gracias a medio siglo de estudios de impacto ambiental, es que en las grandes metrópolis mal administradas aumentan las probabilidades de tener peores índices de salud y bienestar. Por el contrario, cuando son gestionadas adecuadamente, la urbanización puede ser un poderoso antídoto contra la degradación del medio ambiente, ya que la densidad de la población y la prestación eficaz de servicios básicos permiten aumentar considerablemente la eficiencia del consumo de recursos y la gestión de los desechos. La urbanización también se asocia con tasas más altas de educación y de prestación de servicios de salud.


La habitabilidad del nuevo mundo urbano tendrá mucho que ver con la solución de la creciente brecha de infraestructura. Sin formas de conectar a las personas con los mercados, los empleos, las escuelas y los servicios básicos, será imposible aprovechar las oportunidades económicas de la urbanización. Por eso, las ciudades necesitan tanto la autoridad legal como los recursos financieros y humanos para emprender y gestionar grandes planes de infraestructura.


Además, a medida que las ciudades crean riqueza, existe el riesgo de que también la concentren a niveles perniciosos. Si no se puede auspiciar un desarrollo urbano equitativo, existirán pequeños barrios privilegiados en las grandes metrópolis del siglo XXI, los cuales estarán rodeados de anillos concéntricos de barrios precarios y asentamientos informales. Allí, la contaminación, la inseguridad y todo tipo de delito serán moneda corriente. También el acceso inequitativo a los medios de comunicación podría reforzar divisiones culturales a las que se enfrentan muchos países, ahora a escala metropolitana.


Es por ello que los organismos internacionales ya rastrean ciertas condiciones que son necesarias para una urbanización exitosa: un Estado y gobierno local presentes; distribución equitativa de la propiedad; sistemas impositivos amplios confiables; planificación de cada nueva etapa de expansión urbana; inversión a largo plazo en infraestructura y servicios de calidad; y el manejo de grandes volúmenes de datos de esas poblaciones metropolitanas.


El diagnóstico es claro: las metrópolis del futuro pueden ser una tremenda fuente de dinamismo y crecimiento; pero si no se planifican o se gestionan mal pueden llegar a ser abarrotadas, desconectadas y costosas. A esto el Banco Mundial se refirió como “los demonios de la densidad”.


El ex alcalde de Denver, Wellington Webb, alguna vez dijo: "El siglo XIX fue un siglo de imperios. El siglo XX fue un siglo de Estados-nación. El siglo XXI será un siglo de ciudades". Asegurar que la gente pueda prosperar en las ciudades del mañana será uno de los mayores retos de este siglo: lo que ocurra en los próximos 30 años determinará el entorno global y la calidad de vida de los 11.000 millones de personas del planeta.

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