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"Siete meses de guerra en Gaza: repensar la paz", por Moussa Bourekba


El replanteamiento del enfoque dominante para la paz entre palestinos e israelíes requiere algo más que el reconocimiento simbólico de un Estado palestino; incluye abordar las causas profundas de este conflicto: la colonización y la ocupación del territorio, así como el derecho de los palestinos a la autodeterminación. 


La desescalada regional no puede empezar sin un alto el fuego en Gaza. A largo plazo, el deseo compartido por la mayoría de países de Oriente Medio de restablecer la estabilidad en la región debería ser una oportunidad para abordar el conflicto palestino-israelí. 


La UE puede contribuir a la resolución del conflicto y a la paz actuando contra los crímenes de guerra de Israel, haciendo que la solución de dos estados sea algo más que un eslogan vacío y apoyando la desescalada regional.


Los ataques del 7 de octubre de 2023 liderados por Hamás y la posterior guerra de Israel en Gaza representan sin duda un momento crucial en el conflicto palestino-israelí. La respuesta militar de Israel a estos ataques –que causaron cerca de 1.140 muertos y alrededor de 240 israelíes y extranjeros secuestrados– de momento ya ha provocado la muerte de más de 34.200 palestinos, la mayor parte civiles. Asimismo, más del 85% de los palestinos de la Franja de Gaza han sido desplazados por la fuerza y la mitad de la población de Gaza está al borde de la inanición. Mientras tanto, la violencia en Cisjordania se ha disparado hasta niveles no vistos desde la segunda intifada (2000-2005), con enfrentamientos entre colonos israelíes y la población palestina, a los que se añade el aumento de las incursiones militares israelíes, que se han cobrado la vida de más de 460 palestinos en los últimos siete meses.


Igualmente, el conflicto se ha extendido más allá de Israel y Palestina, lo que ha aumentado el riesgo de guerra regional. El incremento de los enfrentamientos entre las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) y Hezbolá acrecienta el espectro de una guerra total, mientras que otros puntos de tensión emergentes en el Mar Rojo, Siria, Irak y Jordania han llevado a Estados Unidos y a algunos aliados a enfrentarse con grupos armados alineados con el «eje de la resistencia». Además, las recientes represalias iraníes contra Israel añaden otro elemento de riesgo potencial para una escalada regional.


A pesar del creciente número de víctimas, los llamamientos a un alto el fuego en Gaza han sido desoídos por Israel, aunque cada vez son más las voces que abogan por la resolución del conflicto y la paz, entre ellas, la del Alto Representante (AR) de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell. Aún no se han revelado los detalles de su plan de 10 puntos, pero los principios subyacentes en su contenido resuenan en la comunidad internacional: es imperativa una resolución política de este conflicto, que implique el establecimiento de un Estado palestino junto a Israel dentro de las fronteras establecidas en 1967.  


En medio del actual conflicto en Gaza y la escalada de violencia en la región, ¿cuáles son las repercusiones de esta guerra en Israel y los Territorios Palestinos Ocupados (TPO)? ¿Cuáles son los requisitos para una solución política en Israel y Palestina? ¿Cómo puede la cuestión palestina, fundamental para la estabilidad regional, seguir estando en el centro de los debates sobre la desescalada regional? Por último, ¿qué papel puede desempeñar la Unión Europea (UE) en este contexto tan inestable? 


Una evaluación de los fallos en el conflicto palestino-israelí


Antes del 7 de octubre de 2023, Estados Unidos consideraba que Oriente Medio se encontraba más «tranquilo» de lo que había estado en las dos décadas anteriores. Sin embargo, los atentados de Hamás acabaron con esta percepción al evidenciar los arraigados fallos operativos y conceptuales que rodean al conflicto palestino-israelí. Desde el punto de vista operativo, estos atentados pusieron al descubierto las antiguas grietas de seguridad de la estrategia israelí de gestión del conflicto. Además del bloqueo aéreo, terrestre y marítimo que sufre la Franja de Gaza desde 2007, la ocupación militar israelí y la expansión de asentamientos ilegales por Cisjordania han contribuido a alejar la perspectiva de una solución basada en dos estados. Estos planteamientos no han logrado ofrecer paz y seguridad a los israelíes y, por supuesto, han negado la seguridad a los palestinos, lo que ha dado lugar a formas de opresión a múltiples niveles. En esencia, el paso de la resolución del conflicto a su gestión ha resultado ineficaz.


Desde el punto de vista conceptual, estos ataques de Hamás ponen de manifiesto la ausencia de un verdadero statu quo en un contexto de profunda asimetría, en el que la parte dominante –Israel– sigue ampliando sus asentamientos ilegales en los TPO, haciendo que cualquier esfuerzo de la parte más débil –los palestinos– por desafiar esta situación esté plagado de peligros e incertidumbre. A escala regional, el 7 de octubre alteró la ilusión de que, ocultando la causa palestina, se podía alcanzar la estabilidad y la paz en Oriente Medio. Globalmente, estos hechos sirven de trágico recordatorio de la falta de mecanismos de rendición de cuentas y de presiones efectivas sobre Israel para que cumpla con el derecho internacional y ponga fin a las violaciones de los derechos humanos.


Aunque las causas profundas de este conflicto siguen siendo las mismas que antes del 7 de octubre, la principal diferencia entre la actual guerra en Gaza y los episodios de violencia anteriores radica en la intensidad sin precedentes del uso de la violencia. En Israel, la magnitud del número de víctimas mortales provocadas por los ataques de Hamás reavivó la idea de que este país se encontraba bajo una amenaza existencial, lo que puso fin a 39 semanas de protestas masivas internas. Presentados por la diplomacia israelí como el equivalente israelí del 11-S, estos atentados han reforzado las peticiones para la eliminación (o reasentamiento) de la Franja de Gaza, así como la anexión de Cisjordania. Israel está inmerso, así, en una de sus mayores y más sangrientas guerras desde su creación; sin embargo, la operación militar en curso no ha logrado ninguno de sus objetivos declarados: Hamás no ha sido erradicado, los rehenes israelíes no han sido liberados mediante la coacción militar y se siguen lanzando cohetes desde Gaza al territorio israelí. En consecuencia, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se enfrenta a presiones al menos desde tres frentes: estancamiento militar en Gaza, tensión interna para liberar a los rehenes israelíes y creciente apremio internacional, con acusaciones a Israel de provocar una hambruna y de cometer genocidio. Sin embargo, sin una contundente presión estadounidense es difícil prever el fin de esta guerra.


El número de víctimas mortales y el nivel de destrucción en Gaza no tienen precedentes. El AR de la UE, Josep Borrell, describió la Franja como el «mayor cementerio al aire libre» del mundo. Según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés), si la actual operación israelí terminara inmediatamente, Gaza necesitaría hasta 2092 para recuperar los niveles de PIB de 2022. A pesar de ello, la estrategia de Israel consistente en atacar a la población civil para que se vuelva contra Hamás ha resultado un fracaso: aunque algunos de sus dirigentes han muerto por los ataques de Israel, Hamás ha logrado mantenerse en pie, militar y políticamente, y los palestinos de Gaza aún no se han vuelto en su contra, aumentando el apoyo al movimiento palestino en toda Cisjordania. Además, esta guerra ha relanzado las conversaciones intrapalestinas para la reconciliación nacional, lo que confirma la inevitable participación de Hamás en las futuras negociaciones entre israelíes y palestinos.


Unas conversaciones que no deberían pasar por alto el hecho de que existen intereses divergentes entre Al Fatah y Hamás, tanto a corto como a largo plazo. Aunque Al Fatah reconoce a Hamás como parte del panorama político palestino, actualmente se encuentra bajo la presión de Estados Unidos para que excluya a esta organización de los planes posteriores a la guerra de Gaza. La participación de Al Fatah en estas conversaciones está motivada por la intención de la Autoridad Palestina (AP) de administrar Gaza una vez finalizada la guerra. Sin embargo, Hamás no quiere formar parte de un organismo que atraviesa una profunda crisis de legitimidad, ni participar en un hipotético Gobierno tecnocrático en la Franja de Gaza. Sus objetivos principales son llegar a formar parte de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), la única entidad política que representa al pueblo palestino, y participar en los esfuerzos por resolver el conflicto palestino-israelí.


Con la guerra de Israel contra Hamás sin visos de terminar, la escalada regional presenta una oportunidad para abordar estos fallos conceptuales y operativos y replantear el enfoque dominante para lograr la paz entre palestinos e israelíes. 


Repensar la paz: de los gestos simbólicos a la acción concreta


En palabras del exdiplomático jordano Marwan al-Muasher, volver al formato de negociación anterior una vez finalizada la guerra en Gaza «sería como recalentar comida estropeada, y está abocado al fracaso». Repensar la paz en el contexto actual exige abordar las causas profundas de este conflicto, a menudo ignoradas, aplicando al mismo tiempo los principios de igualdad de derechos y autodeterminación de los pueblos.


En este sentido, la solución basada en dos estados debe comenzar –y no terminar– abordando la colonización y la ocupación israelíes. Tres décadas después de los acuerdos de Oslo, aproximadamente 700.000 colonos israelíes residen ilegalmente en los TPO. La colonización se mantiene como una de las principales prioridades del Gobierno de Netanyahu, y se ha acelerado drásticamente desde el 7 de octubre. Esto ha exacerbado la opresión, la violencia y la discriminación sistemáticas contra los palestinos. Mientras diversos actores, entre ellos la administración estadounidense y la UE, abogan por la solución de dos estados, el primer ministro israelí ha declarado abiertamente que Israel debe «controlar toda la zona desde el río hasta el mar» en cualquier acuerdo futuro. Además, en los últimos siete meses ha aumentado la violencia de larga data de los colonos contra los palestinos en Cisjordania, a menudo con el apoyo activo de las fuerzas de seguridad israelíes. En este contexto, tanto Estados Unidos como la UE han adoptado sanciones contra personas y entidades que financian la violencia de los colonos. Sin embargo, aunque estas medidas representan un esfuerzo encomiable para exigir responsabilidades a Israel por sus asentamientos ilegales, no deben ocultar el carácter sistémico de la colonización y la ocupación en los TPO. Por lo tanto, los debates sobre la solución de dos estados deben ser inseparables del cese de la ocupación israelí en Gaza y Cisjordania, incluido Jerusalén Este.


Del mismo modo, los llamamientos a reconocer el Estado palestino deberían tener un significado más que simbólico. Si bien el valor simbólico es importante, el reconocimiento del Estado de Palestina es también un acto de justicia hacia la población palestina, al situarla en pie de igualdad con la israelí. Además, estos llamamientos sirven para presionar a Israel –que rechaza la solución de dos estados– y abogar por la llamada «revitalización» de la . En Europa, el impulso a favor del reconocimiento está creciendo, con el intento de varios estados miembros de la UE –entre ellos Bélgica, Eslovenia, España, Irlanda, Malta y Noruega– de formar una alianza para reconocer a Palestina como Estado-nación de acuerdo con la Declaración de Berlín de 1999. Sin embargo, las implicaciones prácticas de la creación de un Estado palestino siguen sin estar claras, lo que pone de relieve la urgente necesidad de plantear estos aspectos. Persisten los interrogantes sobre los mecanismos de cumplimiento y aplicación que garanticen la condición de Estado de Palestina, así como sobre la forma de abordar eficazmente la colonización y resolver el destino de los más de 5,9 millones de refugiados palestinos registrados en el Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente (UNRWA, por sus siglas en inglés).


A corto plazo, existe consenso entre los observadores sobre la necesidad de celebrar nuevas elecciones, tanto en Israel como en Palestina, para dar paso a líderes comprometidos con la resolución de este conflicto. En Israel, la actual oleada de protestas antigubernamentales podría impulsar la celebración de otras elecciones anticipadas. Sin embargo, la perspectiva de nuevas elecciones no supondría necesariamente el fin del conflicto, ya que la mayoría de los ciudadanos israelíes apoyan esta guerra.


En el lado palestino, la cuestión clave gira en torno al papel que desempeñaría Hamás en dicho proceso. A pesar de los reveses militares, Hamás sigue siendo un actor inevitable en la política palestina. En particular, Israel no ha conseguido erradicarlo y su popularidad ha aumentado en Cisjordania desde los atentados del 7 de octubre. En pocas palabras: Hamás está aquí para quedarse. En los últimos siete meses, el movimiento palestino ha señalado en repetidas ocasiones su voluntad de participar en un proceso de paz encaminado a hacer realidad la solución de dos estados, lo que implicaría reconocer a Israel y renunciar al conflicto armado contra él. Sin embargo, el 7 de octubre también ha reforzado la percepción de que Hamás busca la destrucción de Israel, lo que supone un importante obstáculo para su participación en las conversaciones de paz: por un lado, Israel sigue pidiendo la eliminación total de Hamás; por otro, la UE sigue considerando a Hamás una organización terrorista y mantiene su política de no contacto con el movimiento islamista.


Paralelamente, la AP se enfrenta a una crisis de legitimidad. En dos décadas no se han celebrado elecciones y un contundente 84% de palestinos pide la dimisión del presidente Mahmoud Abbas; a pesar de ello, la UE considera a la AP como el único interlocutor palestino legítimo. Ante esta situación, ¿se puede excluir a Hamás de la política palestina a pesar de su creciente popularidad? En caso afirmativo, ¿cómo puede evitar la UE que se repita el escenario de 2006, cuando rechazó la victoria de Hamás en unas elecciones parlamentarias celebradas democráticamente? Y lo que es más importante, ¿cómo se puede llevar a cabo un proceso de paz entre israelíes y palestinos si se excluye a una de sus partes, que es calificada de organización terrorista? Estas preguntas se hacen más urgentes a medida que las dimensiones regionales de este conflicto acentúan aún más el papel fundamental de Hamás en los esfuerzos regionales de desescalada.

 

Escalada regional: ¿una oportunidad para la paz regional?


La regionalización del conflicto entre Israel y Hamás ya se produjo en octubre de 2023. Varios miles de mercenarios profesionales y combatientes extranjeros no israelíes se unieron a las FDI, mientras que Hezbolá, los hutíes y las milicias proiraníes atacaron objetivos israelíes y estadounidenses en toda la región como respuesta a la guerra de Gaza. Por lo tanto, la cuestión no es si se puede evitar la regionalización, sino cómo impedir que la situación empeore; es decir, el reto clave es evitar una completa desintegración regional.


El espectro de una guerra más amplia se hizo más inminente con la escalada entre Israel e Irán en abril de 2024. En estos últimos meses, Irán ha ido manifestando sistemáticamente su intención de mantenerse al margen de este conflicto, al encontrase en una posición favorable. En primer lugar, los atentados de Hamás hicieron añicos el mito de la invencibilidad de Israel y detuvieron temporalmente los Acuerdos de Abraham, que amenazaban con marginar a Irán. En segundo lugar, Israel no ha logrado ninguno de sus objetivos declarados en su actual operación militar en Gaza. Es más, este país se enfrenta a un creciente aislamiento en la escena global y a un descontento interno cada vez mayor. No obstante, los repetidos ataques israelíes contra objetivos iraníes, que culminaron con el ataque de Israel contra el consulado iraní en Siria del 1 de abril, provocaron una respuesta a gran escala por parte de Irán. Aunque la reacción fue de gran envergadura, la limitación de los daños sugiere que Teherán se limitó a enviar un mensaje claro a Estados Unidos e Israel: su país no busca una guerra con Israel.


Desde una perspectiva regional, la escalada entre Irán e Israel sirve como prueba de fuego tanto para los Acuerdos de Abraham como para los esfuerzos de reconciliación en curso entre Irán y los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG). Aunque la colaboración de algunos estados árabes con los servicios de inteligencia estadounidenses y/o las fuerzas israelíes puede sugerir una alineación estratégica con Israel, la idea de una «OTAN árabe» es exagerada. Los países del CCG no están dispuestos a poner en peligro su reconciliación con Irán formando un eje antiiraní, a pesar de la importancia de sus vínculos estratégicos y de seguridad con Estados Unidos e Israel. Por el contrario, desde el 7 de octubre, varios países del CCG han entablado un diálogo con Teherán con el objetivo principal de reducir las tensiones y salvaguardar su propia seguridad.


A diferencia de lo que puedan suponer europeos y estadounidenses, la mayoría de los países árabes del Golfo no se inclinan por elegir entre la normalización con Israel o la reconciliación con Irán. Por el contrario, ven la necesidad tanto de la normalización como de la reconciliación para recuperar la estabilidad regional. En lugar de plantear el dilema «normalización versus reconciliación», la mayoría de los actores regionales prefieren un escenario de «normalización y reconciliación» y coinciden unánimemente en que abordar el conflicto palestino-israelí es crucial para restaurar la estabilidad.


En este contexto, el papel desempeñado por Arabia Saudí es fundamental. Por un lado, la reconciliación saudí-iraní facilitada por China ha sido decisiva para garantizar un nivel mínimo de estabilidad regional desde octubre de 2023. Tras la escalada entre Israel e Irán, es probable que este acuerdo tenga repercusiones en relación con el conflicto de Yemen, la dinámica de la cooperación económica regional, así como la diplomacia. Por otra parte, una acuerdo de normalización entre Arabia Saudí e Israel no sólo beneficiaría a Israel, sino también a la administración Biden, que ha abogado por la normalización durante varios años.


Sin embargo, como la amenaza de una escalada regional persiste mientras continúa la guerra en Gaza, es probable que Arabia Saudí exija más concesiones a Estados Unidos para llegar a un acuerdo de este tipo. Además de las garantías de seguridad estadounidenses y el apoyo a su programa nuclear civil, Riad insiste en que la creación de un Estado palestino forme parte de cualquier acuerdo de este tipo con Tel Aviv. Dado que los países árabes tienen una capacidad limitada para aliviar las tensiones regionales sin una presión efectiva de Estados Unidos sobre Israel, las aspiraciones de Arabia Saudí al liderazgo regional podrían verse reforzadas abogando por la creación de un Estado palestino a cambio de la normalización de las relaciones con Israel.


En este punto, aunque estos escenarios puedan o no llegar a materializarse, una cosa sigue estando clara: la desescalada regional es imposible sin un alto el fuego en Gaza; aunque, por sí solo, un alto el fuego en Gaza puede no ser suficiente para la desescalada, si se tienen en cuenta la superposición de otros conflictos. Las crecientes tensiones entre Hezbolá e Israel podrían desembocar en una guerra a gran escala, mientras que los hutíes en Yemen y las milicias respaldadas por Irán que operan en Irak han aprovechado sus ataques para obtener ventajas estratégicas. Además, no hay indicios de que la reciente escalada entre Israel e Irán haya concluido. En definitiva, las dimensiones regionales de este conflicto deben ocupar un lugar central en los debates en curso sobre el llamado «día después» en Gaza. 


Recomendaciones para la Unión Europea


A pesar de la magnitud de la guerra de Gaza, la UE parece estancada en la época y la lógica anteriores al 7 de octubre, comportándose como si la situación sobre el terreno no se hubiera deteriorado. Aun cuando el conflicto actual ha profundizado las divisiones existentes entre los estados miembros de la UE, sus responsables continúan con la misma rutina, emitiendo declaraciones periódicas en las que lamentan las acciones de Israel en los TPO sin darles un seguimiento con acciones concretas. En este contexto, ¿cómo pueden los líderes de la UE adoptar un enfoque que rompa este ciclo de malas prácticas repetitivas? A pesar de su menguante credibilidad en la región, la UE aún tiene la oportunidad de contribuir a la paz entre israelíes y palestinos y de estabilizar el nuevo orden regional en ciernes.


En primer lugar, restablecer la legitimidad, credibilidad y reputación de la UE en la región implica fijar límites más firmes con respecto a Israel. Esto supone acciones concretas tales como suspender el acuerdo de asociación UE-Israel debido a la violación por parte de este último de las cláusulas de derechos humanos del acuerdo –como han sugerido España e Irlanda–; imponer un embargo total de armas a Israel en respuesta a su violación del derecho internacional humanitario; y ejercer una presión efectiva sobre Israel para que cese la expansión de sus asentamientos ilegales en Cisjordania, incluido Jerusalén Este. Aunque estas medidas deberían adoptarse a nivel de la UE, también pueden ser aplicadas por bloques de estados miembros, como demuestra la actual iniciativa para reconocer el Estado palestino. De lo contrario, el hecho de que la UE no aplique sus propias normas, valores y principios –aquellos que aplica a Rusia e Irán, entre otros–, sólo la hará más vulnerable a las acusaciones de doble rasero y ahondará aún más la desconfianza de los países y las sociedades de Oriente Medio.


En segundo lugar, desde una perspectiva regional, la UE debería aspirar al mejor escenario posible para la desescalada, lo que implica combinar la normalización de las relaciones de los estados árabes con Israel y la reconciliación con Irán. Por un lado, la normalización requiere que los Acuerdos de Abraham incluyan las condiciones que plantean los palestinos, como el reconocimiento del Estado de Palestina y la realización de su autodeterminación. Por otro lado, cualquier plan de desescalada en la región debería involucrar a Irán, dada su considerable influencia en la seguridad regional y su ascendiente sobre Hamás, Hezbolá, los hutíes y otros aliados. En este contexto, la UE podría desempeñar un papel clave comprometiéndose diplomáticamente con Irán para facilitar la desescalada regional. Aprovechando su diferente enfoque respecto a los ataques de los hutíes en el Mar Rojo, la UE puede contribuir a construir un planteamiento más integrador hacia el orden regional, que incorpore a Irán en lugar de basarse en una alianza antiiraní.


En tercer lugar, la UE debe garantizar que la cuestión palestina, de importancia crucial para la paz regional, siga ocupando un lugar destacado en los debates relacionados con la estabilidad regional. A corto plazo, es necesario un llamamiento y una acción europeos en favor de un alto el fuego en Gaza para cumplir con el deber y la obligación moral de la UE de impedir que Israel siga cometiendo crímenes de guerra. Además, es necesaria una acción concreta por parte de la UE para que la solución de dos estados sea algo más que un eslogan vacío. Para lograrlo, Bruselas necesita claridad con respecto a la forma que adoptaría el Estado de Palestina y a cómo este podría apoyarse. Ello implica abordar cuestiones relacionadas con la ocupación israelí, la colonización, las fronteras y los refugiados palestinos, entre otras, y participar en los mecanismos de cumplimiento y aplicación para el reconocimiento del Estado palestino.


En este sentido, uno de los temas más espinosos es cómo abordará la UE el hecho de que Hamás sea un actor inevitable en las negociaciones presentes y futuras para una solución política del conflicto palestino-israelí. Bruselas sigue manteniendo su política de no contacto con Hamás, a pesar de reconocer que Israel no logrará su erradicación. Además, los palestinos y muchos países de Oriente Medio coinciden en la misma observación: hablar de un hipotético Estado de Palestina excluyendo a Hamás no sólo repercutiría en cualquier posible proyecto destinado a «revitalizar» la Autoridad Palestina, sino que también perpetuaría este conflicto durante muchas décadas más. 


Publicado el 29/07/2024 por Moussa Bourekba en CIDOB

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