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Las invasiones bárbaras como espejo de nosotros mismos



Los pueblos no son estáticos, se trasladan. Y en Europa siempre ha sido así.

“Las primeras reacciones de los nobles y del pueblo eran de sorpresa e indignación al ver un vil bárbaro [Alarico] atreverse a insultar a la capital del mundo” Edward Gibbon, Decadencia y caída del Imperio Romano.

A través de los siglos, muchas han sido las lecturas y las interpretaciones sobre lo que fue uno de los puntos de partida más importantes de nuestra cultura: la decadencia y caída del Imperio Romano, las denominadas invasiones bárbaras, bajo una forma que sobreentiende como externo el hecho fulminante de que dicho imperio parecía eterno y modelo en todo, ya sea en el arte, la literatura, el pensamiento o en el derecho.

Pero el marco tremendo, el trauma tuvo un punto alto, un acto notable. Era el año 410 y Agustín de Hipona, un ciudadano romano muy famoso nacido en el norte de África, a quien la historia conoce como uno de los teólogos más importantes del cristianismo, se debatía psicológicamente con lo que era inevitable: Roma fue invadida y saqueada por Alarico. Todavía existía un emperador, pero el viejo orden, el viejo imperio centrado en su ciudad eterna, ya no era más que destrozos en las manos de los dichos bárbaros.

Agustín, como un vientre de todo el occidente latino, haría una larga digestión de los eventos traumáticos a través de su Ciudad de Dios, el escape teológico en una época en que el cristianismo se mantendría para siempre romano – hasta hoy – pero mirando hacia dichos bárbaros como potenciales cristianos, remitiendo, aun, la idea de la eternidad apenas para la dimensión celestial y escatológica, la dicha ciudad de dios, y jamás ciudad de hombres. Una Europa terminó y comenzó otra, la nuestra – todo lo que es mundano es pecaminoso.

Había sido doloroso el vislumbre del fin de un imperio que formuló el mundo con mano de hierro. Pero ese tremendo poder antiguo nada era ante las muchas veces frustradas hordas desorganizadas de personas que veían en este territorio amplio y rico una oportunidad de futuro después de cruzar las largas estepas y los terrenos agrestes del interior del continente euroasiático.

Sin embargo, la lectura no es tan simple, bajo el riesgo de llegar a ser simplista. Obviamente, es mucho más cómodo colocar un enemigo externo como responsable de la caída de lo que queremos ser, de lo que creemos haber sido, de lo que nos gusta ver como nuestro.

Después de Gibbon, mucho se ha investigado y escrito sobre las causas de la caída del Imperio Romano. ¡Hoy se sabe que mucho es lo que aconteció durante el movimiento de las poblaciones, en la economía, en las costumbres, en la religión e incluso el clima! De todas formas el Imperio iba a caer , resultaba igual que Alarico invadiera Roma, o no. Los síntomas del fin de un modelo hegemonico eran visibles desde hacía más de dos siglos. Alarico y los pueblos bárbaros “sólo” llegaron para confirmar y certificar un final que solo los nobles romanos aún no habían percibido, como dice Gibbon en la frase que usó para empezar esta reflexión.

Además, el continente europeo es uno de los más arraigados mitos con pies de barro. ¿Qué es Europa? Nos gusta que nos vean herederos del mundo clásico, el perfecto, el modelo, aquel que quisimos imitar y recrear en el renacimiento y en los diferentes neoclasicismos que fuimos recreando.

Pero la idea de un modelo es altamente peligrosa y disfruta de un aliado que la confirma como garante de todo, la historia, los relatos sobre el pasado que vamos repitiendo, casi siempre llenos de mitos o incluso errores. ¿Roma sería un modelo? Los esclavos, los derechos de las mujeres, el circo, la muerte como diversión, o la forma de enfrentar el “otro”, la célebre Pax Romana, que era la efectividad de una paz resultante, de hecho, de la plena aniquilación del enemigo.

Bien, también a nosotros nos gusta afirmarnos en el mundo con una imagen que no corresponde con las prácticas, redibujando una Europa ya no con el Imperio Romano, pero con una visión muy propia del mismo, al menos en la forma egocéntrica de ver el mundo.

No hace mucho, la forma como se le prestó atención a las pocas víctimas europeas y americanas del Ébola, en contraste con lo poco que se hizo por las víctimas en África, es la imagen de lo ocurrido con el tiempo dedicado a las noticias referentes a un periodista occidental decapitado por el Estado islámico, y lo nada hecho con respecto a los miles de muertos locales.

Hoy, más de 1500 años después de haber entrado Alarico en Roma, volvemos a construir murallas como los romanos hacían en los limites fronterizos, con la vana esperanza de que fueran eficaces en la contención de los pueblos que se trasladaban buscando un futuro mejor.

Publicado por Paulo Mendes Pinto en Diario Publico


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