“Esta vez sí que es diferente para el dólar”, por Kenneth Rogoff
- Embajada Abierta
- hace 19 horas
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Parafraseando un dicho común: no es lo que no sabés lo que te mata. Es lo que creés saber lo que no es. Nada podría describir mejor el pensamiento insensible que se esconde tras los estragos que el presidente Donald Trump y su Rasputín del comercio, Peter Navarro, han causado en la economía mundial. Entre las víctimas probables estará el estatus supremo del dólar.
Aunque es casi seguro que el billete verde seguirá siendo la moneda dominante del mundo durante al menos un par de décadas más, probablemente caerá varios escalones. Es de esperar que el yuan y el euro desbanquen al dólar en la economía legal. Las criptomonedas harán lo mismo en la economía sumergida, que representa aproximadamente una quinta parte del PIB mundial. La reducción de la cuota de mercado significará tipos de interés más altos para la deuda en dólares a largo plazo y un debilitamiento de la eficacia de las sanciones financieras estadounidenses, entre otros problemas.
Incluso antes de Trump, el dominio del dólar había ido disminuyendo lentamente. Hay muchas medidas de la huella del dólar en la economía mundial, incluidas las tenencias de reservas de los bancos centrales, la moneda utilizada en la facturación comercial y la denominación de los préstamos internacionales.
Un indicador especialmente útil es la moneda en la que se fijan los bancos centrales como ancla del tipo de cambio o moneda de referencia. Dado que los bancos centrales nacionales conocen a fondo el funcionamiento interno de sus economías y la forma en que les afectan las variaciones de los tipos de cambio, el ancla o la moneda de referencia de los bancos centrales es la moneda de referencia.
Según esta medida, el dominio del dólar alcanzó su punto máximo en torno a 2015, tras lo cual China comenzó gradualmente a flexibilizar su moneda. Se trataba de un cambio largamente esperado, ya que una gran economía como la china puede experimentar ciclos económicos muy diferentes a los de Estados Unidos, y no hay razón para hacer que su banco central baile al son de la Reserva Federal.
Las sanciones estadounidenses a Rusia, que incluyen la congelación de más de 300.000 millones de dólares de reservas del banco central, también han avivado los esfuerzos de China por desvincularse, dada la probabilidad de un eventual ajuste de cuentas sobre Taiwán.
A medida que el régimen cambiario chino ha ido evolucionando, también lo han hecho los de sus vecinos, dado que China es un socio comercial al menos tan importante como EEUU para la mayoría. Con Asia constituyendo aproximadamente la mitad del bloque del dólar -es decir, las economías que se centran en el dólar a la hora de gestionar los tipos de cambio de su propia moneda- ya se estaba dando una escisión gradual. Europa también se resiente de los tentáculos de control que el dominio del dólar proporciona a EEUU; las medidas del Banco Central Europeo para establecer una moneda digital del banco central deben considerarse en parte como un esfuerzo para competir más eficazmente con el dólar.
Los mayores desafíos al dominio del dólar vienen de dentro, incluida la insostenible trayectoria de la deuda estadounidense. Ya está bajo presión por el inevitable final de un período de tipos de interés reales a largo plazo muy bajos. Si el caos de Trump sigue socavando el “privilegio exorbitante” del dólar -el descuento por endeudamiento del que disfruta el gobierno de EEUU gracias al dominio del billete verde- los tipos subirán aún más.
Una fuente relacionada de preocupación es la creciente disposición tanto de demócratas como de republicanos a desafiar la independencia de la Fed. Los extraordinarios ataques de Trump a la Fed, a la que quiere culpar de la recesión que podrían causar sus aranceles, han llevado el ataque a la Fed a otro nivel.
No piensen, sin embargo, que la independencia de la Fed habría estado totalmente asegurada bajo los progresistas, que quieren que la Fed se centre más en el medio ambiente, la desigualdad y la justicia social, y en última instancia crear una moneda digital del banco central para succionar el dinero del sistema bancario privado y redirigir el crédito hacia los sectores favorecidos por el gobierno.
Trump no inició la caída del dólar, pero es probable que sea un poderoso acelerador. Además de poner patas arriba un régimen comercial mundial en el que EEUU un gran ganador, está trabajando duro para socavar casi todos los demás pilares del dominio del dólar. Con razón ha reducido la inmigración ilegal, pero tampoco parece preocuparle mucho la legal. Parece empeñado en aplastar la investigación en las principales universidades del país, que durante mucho tiempo han sido una importante fuente de innovación y crecimiento.
Por encima de todo, el amplio desafío de Trump al Estado de Derecho debilita los argumentos a favor del excepcionalismo del dólar. Hasta ahora, la confianza en la imparcialidad del sistema legal estadounidense ha ayudado a convencer a los inversores de que los activos estadounidenses se encuentran entre los más seguros del mundo. Esto incluye no sólo los bonos del Tesoro, sino también las acciones, los bonos corporativos, las propiedades y más. Los precios pueden subir y bajar, pero al menos eres dueño de lo que tienes.
Ahora bien, si los esfuerzos de Trump por ampliar enormemente el poder presidencial tienen éxito, los titulares extranjeros de activos estadounidenses se sentirán menos seguros.
El gran ajedrecista danés Bent Larsen, cuando le preguntaron si prefería tener suerte o ser bueno, respondió “las dos cosas”. Los estadounidenses tienden a hacer hincapié en lo bueno que ha sido el sistema estadounidense, ya que el dólar ha vencido a un contrincante tras otro, desde la Unión Soviética a Japón, pasando por Europa, y ahora quizá China y las criptomonedas.
Sin embargo, olvidan cuántos golpes de suerte ha tenido Estados Unidos en el camino. Entre otros, el colapso de las reformas económicas soviéticas de mediados de la década de 1960, que podrían haber convertido al país en algo más parecido a la China de los últimos tiempos; el error de Japón al dejarse intimidar en el acuerdo del Plaza de 1985, cuando su marco de política monetaria y sus reguladores financieros aún no estaban preparados para el prime time; y la decisión de la zona del euro de incluir prematuramente a Grecia.
Esta vez, por desgracia, es diferente. A menos que Trump ponga freno a su caótica política comercial -podría empezar por despedir a su Rasputín-, la suerte de Estados Unidos parece destinada a terminarse.
Publicado por Kenneth Rogoff en Revista de Prensa el 12 de mayo de 2025. Versión original aquí