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“El gobierno estable de Meloni”, Por C. R. Aguilera de Prat

  • Foto del escritor: Embajada Abierta
    Embajada Abierta
  • hace 8 minutos
  • 6 Min. de lectura
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Fratelli d'Italia (FdI) es, en primer lugar, un partido personalista y presidencialista, dirigido por Giorgia Meloni, probablemente la líder más inteligente hoy de la derecha radical europea. Es ella la que ha organizado el aparato del partido, fijado sus elementos ideológicos y los criterios de comunicación, así como las propuestas programáticas. 


Se trata de una líder fuerte que controla un partido piramidal, centralizado y bastante opaco, con un núcleo dirigente reducido y con baja participación de las bases, que goza de una gran popularidad entre todos los electores de las derechas (por descontado, de forma prácticamente unánime en los votantes de FdI y muy alta entre los electores de la Lega y también de Forza Italia) y que proyecta muy hábilmente una imagen moderada y confiable.


Partido a medida


Las características organizativas de FdI responden a las del tradicional partido profesional-electoral —en los términos de Angelo Panebianco— al servicio de su líder. Aunque hay elecciones internas, es escasa la competencia al respecto —FdI sigue teniendo carencias de suficientes cuadros— pues la cooptación desde arriba es alta, lo que da como resultado un partido cohesionado y no corrientista. 


Por tanto, Meloni ejerce un liderazgo incontestado, sin trabas, e incluso en el Gobierno de coalición que preside son escasas las desavenencias públicas que trasciendan. FdI, como principal partido del Gobierno, es el que acaba imponiendo la mayoría de las decisiones ejecutivas, concentradas en Meloni. Todo ello se ve reforzado por su lograda estrategia comunicativa y su hábil uso de las redes, y se beneficia del contexto ideológico mundial dominante que relativiza la democracia, el liberalismo (salvo el económico) y el pluralismo.


Fue un rotundo acierto no formar parte de los gobiernos de Giuseppe Conte/Matteo Salvini (2018) y de Mario Draghi (2021), ya que eso preservó a FdI de los errores y los límites de los mismos. Las constantes contradicciones de Salvini, en particular, beneficiaron de rebote a Meloni, hasta el punto de que FdI acabaría desplazando totalmente a la Lega y a Forza Italia. 


Por tanto, FdI se ha adueñado del liderazgo de las derechas radicales y casi ha anulado al centroderecha post berlusconiano, con lo que se ha convertido en el partido más competitivo de todas las derechas italianas y ha alcanzado una presencia institucional cada vez mayor en todos los niveles representativos (Daniel V. Guisado y Jaime Bordel Gil: Salvini & Meloni. Hijos de la misma rabia: cómo la derecha radical se hizo con el control de la política italiana, Apostroph, 2021).


Límites del poder


Así pues, ha sido un enorme logro presidir el Gobierno italiano, pero, inevitablemente, en el despliegue de algunas de sus políticas está tropezando con dificultades: Italia tiene un índice de inflación moderado (algo por debajo del 2%) pero con constante aumento de los precios; una seria deuda pública (138% del PIB); la economía nacional tiene un nivel muy bajo de crecimiento (0,6%); y los porcentajes de pobreza y exclusión social son altos (23%) al haberse recortado partidas paliativas al respecto. 


Precisamente en cuestiones económicas el margen de experimentación de Meloni es muy limitado, ya que Italia está en el euro y es supervisada por el Banco Central Europeo (BCE) y la Comisión Europea. 


En consecuencia, FdI opta por un modelo híbrido que combina elementos neoliberales atenuados y proteccionismo (potenciar el made in Italy), pero hará lo que las autoridades europeas señalen. Una de las principales promesas de FdI fue la de controlar la inmigración irregular, reputada masiva y desequilibradora de los intereses nacionales. 


Pues bien, el Gobierno Meloni ni ha podido detener las constantes llegadas al país de inmigrantes irregulares ni ha conseguido externalizarlos al fracasar la "operación Albania", que fue desautorizada por los tribunales italianos. Solo convenios con Túnez y Libia —un país este desunido y altamente inseguro— han tenido un mínimo éxito, al precio de vulnerar derechos humanos fundamentales. 


Esta política responde a la ilusión de la soberanía nacional, algo bastante irreal y parcial en un contexto globalizado y europeizado. Ahora bien, Meloni ha demostrado unas dotes pragmáticas muy eficaces con relación a la Unión Europea (UE) y la OTAN.


En efecto, Meloni ha entendido que no puede jugar la carta euroescéptica por los importantes fondos que Italia recibe y que representan nada menos que el 2% del PIB anual (194.000 millones de euros para el quinquenio 2021-2026). En todo caso, FdI está a favor de una UE de Estados nacionales soberanos, pero en contra de una verdadera federación política supranacional y de políticas europeas como el Green Deal. 


Meloni quiere tener buenas relaciones con el Partido Popular Europeo, pero cometió un error al no votar a Ursula von der Leyen, algo que ha procurado enmendar para acercar su eurogrupo Conservadores y Reformistas Europeos (ECR, por sus siglas en inglés) a aquel. Esta opción de FdI por un europeísmo instrumental se ha acabado imponiendo en su seno, pero no puede ignorarse que un tercio de sus electores son muy euroescépticos. 


En el Parlamento Europeo las derechas radicales están fragmentadas en tres grupos —además de ECR, están Patriotas de Europa (PfE) y Europa de las Naciones Soberanas (ESN)— y el que lidera FdI es, además del más amplio de los tres, el único de estos con el que la propia Von der Leyen no descarta llegar a acuerdos.


Más llamativo es el inequívoco atlantismo de Meloni, algo a primera vista no previsible dado el tradicional antiamericanismo del votante missino. Meloni apoya plenamente a Donald Trump, con el que mantiene una buena relación hasta el punto de que este no reprocha a Italia su baja contribución económica a la OTAN (1,5% hasta este año), a diferencia de España: la clave está en la distinta actitud de sus gobiernos, pues Pedro Sánchez se enfrentó al presidente de Estados Unidos mientras que Meloni acató formalmente sus demandas, cuya concreción en la práctica se pospondrá. En la guerra de Ucrania, Meloni condena sin reservas la agresión rusa y no puede ignorarse que en Italia la derecha radical de la Lega de Matteo Salvini es favorable a Vladímir Putin.


A diferencia de Viktor Orbán, Meloni no ha dado paso a un régimen iliberal —mucho más difícil de implementar en Italia— y está indicando el camino a todas las derechas europeas, es decir, unir tanto a las convencionales como a las radicales recicladas. 


Esto no quita que FdI tenga pulsiones autoritarias y decisionistas en su obsesión por reforzar y concentrar los poderes del Ejecutivo y aminorar los pesos y contrapesos, así como limitar las voces críticas (la controvertida nueva ley penal de difamación). 


Es cierto que FdI ha trufado de leales las empresas públicas y las cadenas de la RAI, que más del 70% de las leyes son de iniciativa gubernamental y que recurre en exceso a los decretos leyes, pero en estas prácticas han incurrido todos los gobiernos italianos de distinto signo (Carlo Galli: La destra al potere. Rischi per la democrazia?, Raffaello Cortina Editore, 2024).


Las tres propuestas de reforma institucional están atravesando dificultades para abrirse camino: la elección popular del primer ministro (el fracasado experimento israelí entre 1996 y 2001), la autonomía regional diferenciada y el cambio de las carreras judicial y fiscal.


La autonomía diferenciada fue una concesión táctica de Meloni a Salvini (un residuo nordista de la actual Lega) para que se sumara al proyecto de la elección popular del primer ministro, y es que la primera opción es contradictoria con el ideario italianista de FdI y la segunda no es muy del agrado de los liguistas porque con ello quedarían aún más marginados. 


En cambio, en recortar la autonomía judicial —una obsesión de Silvio Berlusconi— coinciden todos los partidos de las derechas. En cualquier caso, estas reformas requerirán con casi total seguridad referéndum popular, con todos los riesgos que ello tiene para quien lo convoca (Berlusconi perdió uno en 2006 y Matteo Renzi otro en 2016). 


La elección popular del primer ministro, que es lo que más le interesa a Meloni, se intenta legitimar con el argumento de la estabilidad del Gobierno. Pues bien, el ejemplo israelí lo desmiente rotundamente y, además, como acertadamente ha señalado Gianfranco Pasquino, la paradoja es que el actual Gobierno goza de una envidiable estabilidad sin necesidad alguna de tal fórmula (In nome del popolo sovrano. Potere e ambiguità delle riforme in democrazia, Egea, 2025).


En conclusión, hoy por hoy Meloni no tiene alternativa y la oposición carece de posibilidades reales de ganar —pese a que la líder del Partito Democratico, Elly Schlein, ponga toda su mejor voluntad en ello—, de tal suerte que es prácticamente seguro que agotará la legislatura —otro logro histórico— y que puede ganar fácilmente las elecciones de 2027.


Publicado en Agenda Pública por C. R. Aguilera de Prat. Texto original aquí

 
 

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