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“Trump en Irán, al borde del abismo”, por Ian Bremmer

  • Foto del escritor: Embajada Abierta
    Embajada Abierta
  • 19 jun
  • 6 Min. de lectura
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El presidente Donald J. Trump podría estar a punto de cruzar una línea que él mismo trazó hace menos de una semana. A menos que Irán renuncie a su programa nuclear, algo que nadie espera, es probable que Trump  ordene a los bombarderos estadounidenses atacar en cualquier momento la instalación subterránea más fortificada de Irán, en Fordow, uniéndose así a la guerra de Israel contra la República Islámica. Esta acción no derrocará al régimen iraní. Sin embargo, involucrará a Washington en un conflicto que Trump esperaba -y prometió- observar desde la distancia.


El plan de guerra de Israel condujo directamente hasta aquí (aunque la decisión de Trump de romper el acuerdo nuclear de 2015 en 2018 probablemente allanó el camino). La culminación de la cruzada de décadas del primer ministro Benjamin Netanyahu para neutralizar la amenaza nuclear iraní al Estado judío, la ‘Operación León Ascendente’ comenzó temprano el 13 de junio con un sabotaje digno de Hollywood para deshabilitar las defensas aéreas iraníes, seguido por los mayores ataques aéreos en territorio iraní desde el conflicto con Irak entre 1980 y 1988.


Desde entonces, el Ejército israelí ha destruido metódicamente porciones significativas de las plataformas de lanzamiento de misiles, fábricas de drones e instalaciones nucleares sobre el terreno de Irán. Han diezmado su liderazgo militar. Han atacado su producción energética doméstica y su capacidad industrial. El 16 de junio, Israel anunció que logró la supremacía aérea total sobre Irán, lo que significa que los aviones israelíes ahora pueden volar sobre la capital iraní sin ser derribados, una afirmación extraordinaria de los hechos sobre el terreno.


Irán no ha podido montar una respuesta efectiva. Ha lanzado cientos de misiles y drones contra centros poblacionales israelíes, pero muy pocos proyectiles (menos del 5 por ciento) han penetrado las defensas en capas de Israel. Aunque estos ataques han causado daños principalmente en edificios residenciales y han matado a decenas de civiles israelíes, a medida que el arsenal balístico de Teherán ha comenzado a disminuir, cada oleada ha sido menor que la anterior. La ventaja de Israel solo crecerá cuanto más dure la guerra.


Sin embargo, la campaña israelí tiene una debilidad. A pesar del daño severo infligido a las capacidades iraníes y la dominancia en la escalada, Israel no puede lograr su principal objetivo bélico por sí solo: destruir el programa nuclear iraní. La degradación parcial de las instalaciones nucleares de Natanz, Isfahán y Parchin, junto con el asesinato de 14 de los principales científicos nucleares de Teherán, lo han retrasado meses. 


Pero la planta de enriquecimiento de uranio de Fordow, a más de 100 metros bajo tierra y cemento armado reforzado, sigue fuera del alcance de Israel. Solo las bombas Massive Ordenance Penetrators de la Fuerza Aérea estadounidense, perforadoras de búnkeres, pueden “terminar el trabajo”.


Israel puede y continuará golpeando la otra infraestructura nuclear, de misiles y militar de Irán durante semanas (si no meses), pero una guerra que termine con Fordow garantiza que Teherán conserve los medios para redoblar sus esfuerzos para adquirir una bomba una vez que se disipe el humo. Por lo tanto, el único camino de Israel hacia la victoria pasa por el presidente Trump.


El giro de Trump


Al principio, Trump trazó una línea roja clara: las fuerzas estadounidenses se mantendrían al margen a menos que Irán escalara directamente contra intereses estadounidenses, como atacar bases militares de EEUU o interferir con el tránsito por el estratégico estrecho de Ormuz. El presidente se presentó como un pacificador, prometiendo acabar con las guerras extranjeras y mantener a las tropas estadounidenses fuera de ellas. A su favor, ha intentado hacerlo, aunque no con mucho éxito. Incluso después de sancionar la operación israelí del 13 de junio, insistió en que EEUU no tenía nada que ver y urgió a los iraníes a volver a la mesa de negociaciones, a pesar de estar frustrado por su continua negativa a ceder.


Pero en los últimos días han surgido señales de que la posición del presidente ha cambiado. El 15 de junio, Trump dijo “es posible que nos involucremos”. Al día siguiente, lunes, emitió una advertencia críptica a los 10 millones de residentes de Teherán para que “evacuen inmediatamente” la ciudad. Y el martes, amenazó implícitamente con asesinar al Líder Supremo iraní, Ali Jamene, y pidió la “RENUNCIA INCONDICIONAL” de Irán (todo en mayúsculas, sin duda no mías).


Paralelamente, la administración Trump y el aparato mediático MAGA comenzaron a preparar el terreno político para un ataque puntual de EEUU argumentando ante el ala aislacionista del Partido Republicano que ataques aéreos puntuales -en lugar de invasión  terrestre y ocupación a largo plazo- para impedir que Irán adquiera armas nucleares no solo son coherentes con el enfoque “América First” del presidente, sino necesarios para lograr su visión de “paz mediante la fuerza”. Hasta el vicepresidente JD Vance, crítico de la intervención militar estadounidense en Medio Oriente y principal aislacionista del gabinete, respaldó la nueva línea del partido.


Trump aún no ha tomado una decisión definitiva. Hoy dijo que no es “demasiado tarde” para que Irán evite un ataque estadounidense si acepta renunciar a su programa nuclear. Pero mientras Israel e Irán intercambian golpes por séptimo día, el presidente podría dar luz verde para atacar en cualquier momento. La amenaza de represalias contra las fuerzas estadounidenses en Irak debería hacerlo reflexionar; dos docenas de misiles balísticos o un fuego sostenido de cohetes de corto alcance podrían abrumar las defensas aéreas que protegen las bases estadounidenses cercanas a Irán. 


Un solo ataque exitoso que cause bajas estadounidenses podría atrapar a Estados Unidos en otro lodazal sin fin. Sin embargo, la posible ganancia -alentada por Netanyahu- de pasar a la historia como el hombre que eliminó la amenaza nuclear iraní probablemente sea demasiado tentadora para dejarla pasar. El ejército estadounidense ya ha desplegado suficientes activos aéreos y navales en la región para permitir un ataque y defenderse de posibles represalias.


A pesar de los esfuerzos de última hora de ambas partes para evitar un choque directo, parece poco probable que Teherán capitule; Jamenei lo juró hoy. La prioridad del liderazgo es la supervivencia del régimen, considerando el enriquecimiento doméstico como piedra angular de su estrategia de supervivencia a largo plazo, la póliza de seguro definitiva contra un derrocamiento al estilo Libia. 


Rendirse en el programa nuclear bajo amenaza de bombardeo estadounidense sacrificaría la disuasión y legitimidad a largo plazo por un respiro a corto plazo, una “copa envenenada” aún más amarga que la decisión de 1988 del predecesor de Jamenei, el ayatolá Ruhollah Jomeini, de aceptar un alto el fuego con Irak de Saddam Hussein. Aunque devastador, perder la planta de Fordow al menos permitiría al régimen vivir para luchar otro día y quizás incluso reconstruir el programa nuclear en secreto una vez que pase la tormenta.


Con la capitulación iraní prácticamente descartada y sin otra salida clara para que Trump retracte su ultimátum, el resultado probable es un ataque estadounidense a Fordow en los próximos días. Teherán enfrentaría una creciente presión para tomar represalias contra bases estadounidenses, infraestructura energética del Golfo y el tránsito por el estrecho de Ormuz (por donde fluye el 20 % del suministro mundial de petróleo) para restaurar la disuasión y mantener la credibilidad interna. 


Pero, a pesar de la retórica incendiaria, un régimen debilitado en modo supervivencia probablemente (es decir, con suerte) se abstendrá de ampliar intencionadamente el conflicto, especialmente de formas que lo obligarían a luchar en tres frentes contra Israel, EEUU y los estados árabes del Golfo. Irán podría optar por hostigar el transporte de petróleo y las instalaciones locales de exportación, posiblemente apoyándose en sus proxies, sin llegar a medidas que provoquen una represalia mayor. Trump, por su parte, muestra poco interés en consentir las fantasías de cambio de régimen de Netanyahu.


El mayor peligro reside en la niebla de la guerra. Los ataques israelíes para descabezar el mando iraní han fracturado la cadena de mando; incluso si el consenso entre los tomadores de decisiones es proceder con cautela, una facción rebelde de la Guardia Revolucionaria podría decidir actuar por su cuenta y disparar contra cuarteles estadounidenses, o un misil errante podría impactar un petrolero y hacer que el crudo de 120 dólares por barril sacuda la economía global. Cuanto más dure el conflicto, mayores serán las probabilidades de una escalada no intencionada. Y si se ve acorralado, por ejemplo, por intentos abiertos israelíes o estadounidenses de inducir un cambio de régimen (sin importar cuán probable sea que fracasen o se vuelvan en contra), Irán siempre puede decidir subir la apuesta, sin importar los riesgos de represalia.


El presidente Trump aún podría retroceder del borde del abismo. Hace solo unas horas dijo a los periodistas en la Casa Blanca: “Puede que lo haga, puede que no lo haga”. La opción para que Estados Unidos destruya Fordow no desaparecerá en un mes ni en seis. 


En este momento, pondría innecesariamente en riesgo a las tropas estadounidenses y no resultaría en un cambio de régimen. De hecho, es más probable que una acción así una a los iraníes en torno a su bandera, fortalezca a los sectores duros, acelere las actividades nucleares clandestinas y genere presión para una participación estadounidense prolongada. Sería más inteligente permitir que Israel continúe degradando las capacidades nucleares, de misiles y militares iraníes mientras retrasa su programa nuclear varios meses más.


Pero las evidencias sugieren que Trump está a punto de apretar el gatillo. Cuando lo haga, los titulares celebrarán un triunfo estadounidense-israelí. La realidad será más compleja: el programa nuclear iraní destruido pero no permanentemente, su régimen debilitado pero no muerto; Estados Unidos más profundo en un conflicto que prometió evitar; e Israel enfrentando a un enemigo mortal cuya determinación de adquirir armas nucleares solo se intensificará. Oriente Medio tendrá 16 centrifugadoras de uranio menos, pero no estará más cerca de la paz.


Publicado el 18 de junio por Ian Bremmer en GZERO. Texto original aquí


 
 

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