Hace ya casi un mes, luego de una encendida jornada de negociaciones entre los representantes de Estados Unidos, México y Canadá, países integrantes del Nafta, y durante la tradicional cena posterior a las reuniones donde tratan de escribir y reescribir complicados acuerdos comerciales, la canciller canadiense, Chrystia Freeland, lanzó una idea poco convencional: crear un club del libro.
Sólo los protagonistas de la cena podrán confesar si la propuesta los tomó por sorpresa. Todo surgió cuando la canadiense, entre plato y plato, empezó a nombrar sus libros favoritos. Quizás ésta haya sido la primera vez que en medio de tantas conversaciones sobre aranceles, productos y déficits comerciales los negociadores dedicaron algún tiempo para cuestiones tal vez más terrenales.
Pero Freeland –un poco en broma y un poco en serio– tuvo una intención más profunda que regalar a sus colegas tres libros sobre las contradicciones y los peligros de la sociedad contemporánea. Fue una advertencia y una sutil invitación a reflexionar sobre lo que está pasando en el mundo. Los libros que escogió marcan perfiles y aristas del ambiente en el que se desarrollan las relaciones entre los países.
Dos de ellos cuentan la extraordinaria evolución del progreso humano, mientras que el tercero narra las desoladoras situaciones que desembocaron en la Primera Guerra Mundial. La historiadora canadiense Margaret McMillan, en “1914: de la paz a la guerra”, traza escalofriantes paralelismos entre los tiempos previos a la Gran Guerra y las turbulencias internacionales actuales.
Algunas de esas semejanzas se ven hoy en los cambios repentinos, en la reacción contra la globalización, en el ascenso de movimientos nacionalistas, en la explosión de ideologías o en el terrorismo. También observa los vaivenes de los liderazgos internacionales, mientras van cambiando sus perfiles, tal como ocurrió en el pasado con el ascenso y la caída del poderosísimo Imperio Británico.
Lo cierto es que el mundo actual está marcado por signos de fragilidad e incertidumbre, tal como ocurría a comienzos del siglo XX. La estructura del orden internacional se está transformando, al igual que en el pasado. Y sería bueno mirarse en ese espejo.
Ante este panorama, incierto y amenazante, la preocupación de los principales líderes mundiales aumenta, y se enfrentan al riesgo latente de que un incidente –de mayor o menor importancia– escale rápidamente en una confrontación global. Tal como sucedió con el asesinato en Sarajevo del heredero del trono austro-húngaro, en junio de 1914.
Conocer la historia, y aprender de los errores, no es poca cosa. Mucho menos para quienes lideran las naciones. Hace 55 años, en octubre de 1962, el presidente John F. Kennedy tuvo que decidir, en cierta forma, el destino de la humanidad, debatiéndose entre la guerra o la paz ante la crisis de los misiles cubanos.
No es casual que en muchos documentos y testimonios aparezca de manera insistente el libro de la historiadora estadounidense Barbara Tuchman, “Los cañones de agosto”, también basado en los orígenes de la primera gran guerra.
Cuando parecería que ya se habían dejado atrás las peores formas de la barbarie que a lo largo de tantos siglos causaron sufrimientos atroces a la mayor parte de la humanidad, saltan señales nuevas de alerta. Y el riesgo, minimizado hasta hace un tiempo, tiene mayor sentido hoy.
Pero no todos son malos presagios. En muchos sentidos el mundo ha ido mejorando, tal como lo apunta el Nobel de Economía 2015 Angus Deaton en su libro “El gran escape: salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad”, otro de los recomendados por la canciller canadiense para el Club del Libro. Deaton, de un modo convincente, expone los procesos que llevaron a las sociedades occidentales a alcanzar altos niveles de bienestar, los pasos gigantescos que se dieron en la salud y en la calidad y en la expectativa de vida.
El siglo pasado fue un éxito sin paliativos que deja al mundo muy por encima de cualquier otra época de la historia.
Y si bien –paradójicamente– el problema de la desigualdad entre los países y las diferencias sociales y económicas en las comunidades son un efecto natural del progreso y del cambio tecnológico, existen vías para atenuar sus consecuencias negativas a través del comercio y la educación.
Quizás Noah Harari, el historiador israelí, tenga razón cuando en “Sapiens: de animales a Dioses”, el tercer libro del Club, demuestra que hoy el hombre es más poderoso que en cualquier otra época, y nuestra vida sin duda es más cómoda. Pero es dudoso si somos más felices que nuestros ancestros. En comparación con lo que la mayoría de la gente llegó a soñar, puede ser que hoy vivamos en el paraíso. Pero por alguna razón, no lo sentimos.
(*)Diplomático
Hoy el hombre es más poderoso que en cualquier otra época, y nuestra vida sin duda es más cómoda. Pero es dudoso si somos más felices que nuestros ancestros.