Cuando lo peor de la crisis económico-financiera de 2008 parecía haber pasado, una sucesión de hechos políticos en los países desarrollados ha vuelto a poner en cuestión la vigencia del sistema multilateral nacido en la posguerra. Esta incertidumbre global se hizo patente con la llegada de Trump a la Casa Blanca, y con la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (UE), a su vez escenario de un persistente avance de fuerzas políticas euroescépticas. Cuando hace nueve años el mundo experimentó el primer gran shock del nuevo siglo, la creación del Grupo de los 20, incluyendo a México, Brasil y la Argentina, representó una apertura obligada de las potencias del G-8 a los países emergentes con el fin de ampliar las bases de sustentación de la gobernanza global. Una década más tarde, las próximas cumbres del G-20 -Hamburgo 2017 y Buenos Aires 2018- pueden adquirir una importancia histórica singular. Foto: Javier Joaquin Alemania tomó la posta de China como anfitrión y organizador de la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno del G-20 con una agenda previsible, sobre libre comercio, regulación financiera y cambio climático, con apéndices sobre la lucha contra epidemias mundiales, y un capítulo dedicado al desarrollo de África. La realidad inmediata ha condicionado siempre las cumbres del G-20, así fue que el gobierno alemán agendó cuestiones como terrorismo, migración y refugiados. Lo que resultó más difícil de pronosticar fue el giro impuesto por Trump a la principal potencia económica, comercial y militar del planeta. Los primeros cien días de la administración Trump evidenciaron la nueva agenda de la Casa Blanca, caracterizada por una alta tensión con el sistema multilateral de comercio y el desdén por las organizaciones internacionales nacidas en la posguerra. El mundo pasó de ver a Barack Obama impulsar “un mundo sin fronteras”, a la tajante cita inaugural de Trump: “Mi trabajo no es representar al mundo, sino a Estados Unidos”. En abril, Trump forzó a México y a Canadá a renegociar el Nafta (1994), el mayor acuerdo comercial firmado por los norteamericanos, no sin antes amenazar duramente con abandonarlo. Otros vaivenes acosan el viejo orden mundial: el Brexit, el creciente descontento social en países desarrollados, el avance de fuerzas ultranacionalistas y una crisis extendida de los mecanismos tradicionales de representación política, como acaba de ocurrir en Francia con la derrota de los grandes partidos que habían dominado la escena desde el nacimiento de la V República. El sistema de reglas internacionales está mutando, y los países emergentes no se están llevando la peor parte. Los índices de una sostenida reducción de pobreza extrema en el mundo en desarrollo -muy notoria en Asia- contrasta con el retroceso de las clases medias en el mundo desarrollado, todo en un contexto de acelerada reconversión tecnológica de la matriz productiva que se devora los empleos tradicionales y les quita a millones de ciudadanos del norte desarrollado la seguridad del ascenso social verificado durante más de medio siglo. El orden mundial que la nueva realidad está cuestionando nació del peor escenario: dos guerras mundiales en treinta años. A partir de allí, y pese a la persistencia de conflictos armados, como el actual de Siria o el potencial en la península coreana, el sistema multilateral ha venido funcionando. Sin embargo, ese esquema ya no se corresponde con una realidad que hace crujir los sistemas políticos de las mismas potencias que dictaron las reglas en la posguerra. El G-20 puede ser un puente en este período de transición hacia un orden nuevo que suponga un sistema de toma mundial de decisiones más equilibrado en lo político y en lo social. Nuestra región debe aprovechar un hecho: el G-20 es la única instancia en que América latina se encuentra con las grandes potencias y los grandes países emergentes, que representan más de tres cuartas partes de la economía y el comercio globales. La oportunidad de generar agendas compartidas en el G-20 debiera habilitar a la Argentina, México y Brasil, en nombre de la región, a ser protagonistas del proceso de creación de nuevas normas. Con la Cumbre del G-20 en la Argentina en 2018 se abre para los tres países la posibilidad de establecer una agenda latinoamericana común para defender la agricultura e industria regionales, las oportunidades para nuestros productos, nuestras patentes y una adecuada regulación financiera, bajo un nuevo orden económico global, más estable, democrático y justo.