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LECTURA RECOMENDADA: "El estigma de la menstruación", por Inés Lucía



La mitad de la población convive normalmente cada mes con un proceso biológico que la acompaña durante unos 40 años de su vida. Sin embargo, se trata de una etapa vital que sigue incomodando socialmente y que busca ocultarse o incluso segregarse. Las interpretaciones que dan las diferentes culturas a la menstruación nos dan claves importantes del tratamiento del sexo, el género y la fertilidad en nuestras sociedades.

“Cuando un óvulo no es fecundado, el cuerpo de las mujeres expulsa el endometrio, recubrimiento del útero cuando este se prepara para un embarazo. Se trata de un sangrado mensual, aunque su periodicidad puede variar. Este viene además vinculado a un proceso hormonal cíclico por el que la mujer atraviesa fases —preovulación, ovulación, posovulación y menstruación— en las que el cuerpo produce diferentes equilibrios hormonales”.

Partir de la definición científica podría servir para arrancar desde territorio neutro; sin embargo, los procesos corporales y biológicos son interpretados socialmente para crear realidades tan tangibles como las físicas en el mundo natural. En algunos casos, se trata de costumbres explícitas que se mantienen; en otros, como en Occidente, se tiende a pensar que se han superado estas supersticiones, pero se mantienen de forma encubierta. Analizar el fenómeno de la menstruación implica hacer un viaje por sus interpretaciones culturales con el objetivo de replantear algunos moldes y pautas que creemos fruto de la razón y la ciencia.

Viaje menstrual

Una circunstancia que se mueve entre lo anecdótico y lo representativo nos lleva a detener la vista en Japón: en este archipiélago se aprobó en 1947 una medida por la que las empresas están obligadas a ofrecer a sus empleadas días libres por el dolor menstrual —aunque la decisión de pagar o no a la empleada durante esos días recae sobre la empresa—. Lo temprano de esta política llama la atención; ha sido imitada después en algunos países, como Corea del Sur o Taiwán.

Sin embargo, pocas mujeres llegan a hacer uso del derecho en Japón; en el competitivo mercado laboral nipón, se observa como un signo de debilidad, pero influyen además otros factores. La relación con la empresa en Japón es algo distinta a la predominante en Occidente; la jerarquía, el tiempo y la fidelidad son elementos centrales del universo laboral. Y, aunque hay una competitividad feroz, las aspiraciones individuales quedan opacadas por los objetivos colectivos. Así, muchas japonesas justifican no tomarse días libres por el dolor menstrual aludiendo al trabajo en equipo y no perjudicar a sus compañeros. También ven con recelo que en su entorno de trabajo se sepa los días que menstrúan y, al no pedirlo casi ninguna, reclamar estos días de permiso ha pasado a convertirse en algo infrecuente. Otra cuestión importante que se debate en torno a la conveniencia de esta política es que puede resultar en penalizaciones a las trabajadoras frente a los hombres desde el punto de vista de la contratación.

Además, cuando en Japón una joven tiene su primera menstruación, se organiza una fiesta de celebración de la entrada en la madurez —se entiende que sexual—. Aunque pueda parecer que en este país existe una naturalización social del proceso biológico, si se mira más allá de la superficie, se podría decir que existe un desfase entre la norma formal y su percepción por parte de las japonesas. Si se trata con aperturismo una cuestión ya digerida, se contribuye a su naturalización, pero, si por el contrario se saca de la intimidad un proceso biológico rodeado de tabús, se contribuye a su estigmatización. Estos mismos debates han suscitado la propuesta de introducir la baja menstrual en la India, donde cuenta con muchas defensoras que alegan la imposibilidad de trabajar de forma efectiva con este dolor y molestias. Aunque prohibido por la ley, la fuerza de la costumbre hace que en el Nepal rural y algunas regiones de la India se mantenga una práctica de segregación de las menstruantes. Durante esos días, se ven obligadas a ir a una cueva apartada donde se las aísla de todo; a su vuelta, un baño ritual las purificará y podrán volver a sus vidas normales. Al margen de las consecuencias psicológicas que puede conllevar esta costumbre en un nivel simbólico, existen auténticas amenazas físicas: se producen muertes por las malas condiciones de las grutas e incluso por ataques de animales, como serpientes. En la etnia fang de África occidental —Camerún, Gabón, Guinea Ecuatorial y Congo— se habla de la menstruación como la “enfermedad de la sangre” —Akuan Mekihi—. Además del castigo social, las mujeres tienen interiorizado que durante esos días están literalmente enfermas. El peso del secretismo y la suciedad sigue ensombreciendo este hecho biológico en numerosas culturas.

“Enséñale a rechazar la conexión entre vergüenza y biología femenina. ¿Por qué nos educan para hablar en voz baja del período? ¿Para que nos abrume la vergüenza si la menstruación nos mancha la falda? La regla no es motivo de vergüenza. La regla es normal y natural y la especie humana no estaría aquí si la regla no existiera. Recuerdo a un hombre que dijo que el período era como la mierda. ‘Mierda sagrada’, le respondí, ‘porque no estarías aquí si no existiera’”

El estigma: “La mayonesa se corta”

Ingrid Johnston-Robledo y Joan Chrisler publicaron un artículo en el que evaluaban si la menstruación entraba dentro de la conceptualización de estigma. Para ello tomaron la definición del sociólogo Goffman, por la que se definiría estigma como cualquier mancha o marca que aparta a una persona del resto. Diferenciaba además tres categorías: los estigmas vinculados a lo corporal, aquellos relacionados con el carácter individual y los marcados por la tribu o el grupo social. En su investigación, las autoras señalaban y justificaban que la menstruación encajaría dentro de las tres categorías simultáneamente: en lo corporal por ser el fluido que más repulsión social despierta, en lo individual en cuanto asociada al carácter durante las fases menstruales y en lo social por vincularse al sexo. Una señal de que se trata de un estigma es el cúmulo de eufemismos con el que tendemos a referirnos al fenómeno: en español tenemos estar en esos días, tener el periodo, tener la roja o incluso estar mala. En algunos lugares está directamente prohibido comentarlo delante de hombres; estos no pueden enterarse de cuándo menstrúan las mujeres con las que conviven. En sociedades que se consideran más abiertas sigue primando la discreción so pena de castigo social, como le sucedió a la corredora Kiran Gandhi. Numerosas investigaciones coinciden en señalar que en el Paleolítico existía una deificación de las mujeres vinculada al sangrado menstrual y a su capacidad de engendrar vida en su vientre. El hecho de que sangraran periódicamente sin debilitarse en extremo era un misterio que explicaban con la magia. En gran medida, se ha pasado de la divinización a la repulsión: la vinculación de la menstruación con lo tóxico e impuro ha sido y es un elemento compartido en muchas culturas que aún hoy sigue manteniéndose. La Torá, la Biblia y el Corán comparten una visión de la menstruación como un mal durante el que se exige evitar las relaciones sexuales hasta la purificación posterior a través de diferentes rituales. En el Levítico de la Biblia se habla de dos impurezas del cuerpo: la gonorrea y la menstruación. Esta última convierte a la mujer en inmunda y establece una prohibición directa de mantener relaciones sexuales durante esos días. Dentro del judaísmo también se establecen normas de higiene íntima para las mujeres en época de menstruación o Niddah. En el caso del islam, encontramos que tras la primera menstruación muchas mujeres se inician en el ritual del Purdah, que, llevado a la práctica de diferentes maneras —aislamiento temporal, segregación por sexos o introducción del velo o burka en la vestimenta—, supone el comienzo de la separación entre la esfera pública y la privada para las mujeres. Existen bastantes paralelismos en el tratamiento de la menstruación como algo inmundo, una enfermedad tóxica de la que es preciso purificarse. Los estudios antropológicos de diferentes culturas recogen la visión de la menstruación como un mal infeccioso. También encontramos similitudes entre las mitologías alrededor del origen de este sangrado; son bastante frecuentes aquellas que creen que se trata de la mordedura de un animal —especialmente serpientes—, la existencia de un feto que no llegó a formarse, un animal que habita en el vientre y que araña en el interior a las mujeres cuando hay luna llena, etc.

Las explicaciones de nuestros orígenes tienen un peso central —son un verdadero fulcro— en cómo se entienden y aprehenden los hechos biológicos y sociales. Existe un sinnúmero de explicaciones que relacionan el fenómeno con una condena con la que se castigó a la figura de la madre o mujer originaria y a su descendencia. Dos caras de un mismo hecho biológico: la maternidad como algo sublime; la menstruación como un acontecimiento apestoso y apestado. Pureza e impureza. El control del cuerpo femenino extiende especialmente sus redes en lo relativo a la fertilidad de la mujer. La sexualidad y la menstruación son conceptos que se asocian de formas muy distintas según cómo se entiendan una y otra; así, hay estudios que indagan, por ejemplo, en la relación entre orientación sexual, raza y menstruación. En muchos casos, una orientación sexual no normativa lleva a las mujeres a sentirse más cómodas teniendo relaciones sexuales durante la regla, mientras que las mujeres heterosexuales tienen más miedo de ser rechazadas por sus parejas durante el periodo menstrual y prefieren no mantener relaciones durante esos días —aunque muchas otras alegan la repulsión y la incomodidad como razones para la abstención—. Existe, por tanto, una correlación entre sexualidad, cultura y menstruación. Estos casos de segregación y estigmatización explícitas vinculadas a la costumbre no son únicos ni exhaustivos; aún sería preciso indagar más. Aislar a la menstruante de lo espiritual y lo material es una costumbre extendida que también se encuentra presente en la Europa Occidental. En español, por ejemplo, han pasado de boca en boca algunos dichos relacionados con la menstruación que resultan muy representativos; según uno de ellos, las mujeres con la regla no deben preparar mayonesa, porque la cortan. Precariedad menstrual

Las reivindicaciones vinculadas con la menstruación han ido en diferentes direcciones en función de los parámetros culturales y el contexto histórico. Las más básicas han girado en torno a la brecha económica y al llamado “impuesto rosa”. Desde esta posición, se ha demandado que los productos de higiene íntima entren en la categoría de productos de primera necesidad y no sean gravados como productos de lujo. Sin ir más lejos, el pasado 28 de junio la diputada laborista británica Danielle Rowley comentaba abiertamente ante los parlamentarios que tenía la regla y que ello le había supuesto un gasto de 25 libras esa semana. Era su forma de poner sobre la mesa una cuestión sumamente relevante en la economía de muchas mujeres y que precariza la higiene de aquellas que no pueden permitírselo.

Junto con la cuestión económica, emerge la publicidad. La práctica totalidad de los anuncios llaman a la discreción e incluso utilizan un irreconocible líquido azul para simular la sangre. Este tipo de representaciones no contribuyen a la naturalización de la menstruación y alimentan su categorización como algo vergonzoso e impuro. Además, desde hace algún tiempo ha comenzado un debate entre lo médico y lo social alrededor de los utensilios de higiene íntima: ¿copa menstrual o tampones? En este sonado debate se habla de las sustancias cancerígenas de los tampones, de su impacto medioambiental y su elevado precio. Por otro lado, la copa pone a la mujer en un contacto más directo con su menstruación, lo que es tan criticado como alabado. La copa requiere un mayor conocimiento corporal y, frente al usar y tirar de los tampones, obliga a la mujer a plantarse ante su flujo menstrual.

La sangre menstrual despierta repulsión tanto en hombres como en mujeres, y ello tiene un componente social central. Muchas artistas han buscado ya desde los años 70 romper con el tabú haciendo uso de la sangre menstrual en performances y manifestaciones artísticas en busca de una reivindicación más profunda que vaya directamente a la raíz de esta estigmatización: la menstruación en su concepción social consciente e inconsciente. Sin duda, el bombardeo de imágenes negativas es constante desde la infancia: la vergüenza, la obligada discreción y, sobre todo, el desconocimiento. En lo relativo a la sexualidad femenina, se sigue manteniendo un secretismo que lleva a la vergüenza de las mujeres con su cuerpo y, como resultado final, a la falta de control sobre él en favor de un control social. Magia roja

En vista del cúmulo de referencias negativas sobre la menstruación, la antropóloga Alma Gottlieb comenzó una investigación en busca de culturas en las que el acontecimiento se celebrara o fuera visto como algo natural o incluso positivo. Encontró que en algunas regiones al oeste de Gana las mujeres viven la menstruación como un proceso casi sagrado y, además de ser tratadas como deidades, recibían presentes durante su periodo. En las comunidades nativas de yuroks, en América del Norte, las mujeres de clase alta se aislaban durante los días de sangrado, pero lo hacían en comunidad y practicaban diferentes rituales. Al estar sincronizadas, lo vinculaban con el ciclo lunar —menstruación proviene del latín mensi, ‘mes’ o ‘ciclo lunar’— y se servían de estos días para reforzar los lazos de la comunidad femenina. Otro ejemplo más extremo sería el de los baúles, un subgrupo del hinduismo que llega a beberse el flujo menstrual. Por otro lado, la cantidad de células madre que contiene esta sangre podría abrir el camino a muchas investigaciones científicas.

Este conjunto de referencias positivas intenta atenuar la mala imagen de un hecho biológico tan común en su extensión como único en sus síntomas y efectos. Para que la mujer retome el control de su cuerpo, debe cuestionar los preceptos culturales heredados y reconciliarse, en su caso, con su menstruación. Si la menstruación es la “enfermedad de la sangre”, la mitad de la población está infectada de forma crónica, una pandemia sin la cual la vida humana no existiría.

Por Inés Lucía, publicado 29/07/2018 en El Orden Mundial.


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