El mundo vive una reconfiguración de las relaciones de poder tanto en el plano de la economía como en el militar, cuyo origen y desarrollo obviamente excede la coyuntura actual. China ha consolidado un poderío económico que hace diez años apenas despuntaba y Rusia recuperó un protagonismo militar que nadie hubiera pronosticado en 2008.
Una década atrás, Estados Unidos era una superpotencia solitaria, posición a la que había accedido luego de su victoria en la Guerra Fría. Sin embargo, en un lapso bastante corto la escena mudó considerablemente. China y Rusia avanzan hoy en los rubros recién indicados y Estados Unidos declina, al menos en términos comparativos.
El comportamiento del PBI medido en dólares corrientes a paridad de poder adquisitivo de los Estados Unidos y China, entre 2008-2017, confirma lo recién indicado. El cuadro que sigue, elaborado con cifras del insospechable World Economic Outlook Database del FMI, de abril de 2018, muestra a Estados Unidos en la primera posición hasta 2012, un cuasi-empate en 2013 y un predominio chino a partir de entonces:
Adicionalmente puede señalarse con base en lo anterior que la economía de Estados Unidos creció entre ambas puntas (2008 y 2017) un 31%, en tanto que la china lo hizo en un 129%, es decir, cuatro veces más, lo que muestra mayor dinamismo económico chino.
En el plano comercial, Estados Unidos mantiene todavía la primera posición y China la segunda, pero también con un dinamismo muy significativo. Con base en la misma fuente (FMI) puede establecerse que el crecimiento porcentual anual promedio de las importaciones chinas es 8,34%, entre los años que van de 2008 a 2017, y el de sus exportaciones es 6,65%. En tanto que el de los Estados Unidos es de 2% para las importaciones y de 3.03% para las exportaciones. Es decir, China cuadruplica las importaciones norteamericanas y duplica sus exportaciones.
Por otra parte, China ha avanzado ostensiblemente en África en materia de inversiones y de comercio y, en menor medida sobre América Latina. También ha lanzado el ambicioso proyecto One Belt One Road, que impulsa un amplio programa de desarrollo en Asia Central con ramificación hacia Europa, que implica el desenvolvimiento de rutas terrestres y corredores marítimos. Se trata de una factible utopía euroasiática cuyas contracaras son en Occidente, desde hace ya algún tiempo, la crisis del multilateralismo hegemonizado por Estados Unidos desde la posguerra y el desconcierto de la vieja alianza atlántica liderada por aquel, que atravesó sendas crisis financieras en ambos márgenes oceánicos, y soporta hoy el proceso del Brexit sin final a la vista, entre otros componentes.
En lo que respecta a la seguridad internacional y a los asuntos bélicos, la superpotencia norteña se encontraba, en materia de gasto militar, al tope de la tabla en 2008 y se mantiene aún en 2017, aunque registra un descenso relativo en este período. Rusia pasó del octavo al cuarto lugar y China se mantuvo en el segundo. Según el Military Expenditure Databse 1949-2017, del Stockholm International Peace Research Institute, el gasto militar mundial creció, entre 2008 y 2017, un 34,45%. Para el mismo período, el incremento del gasto norteamericano fue de 22,73%, en tanto que el de la Federación Rusa fue de 64,66% y el gasto chino creció un 68,51%. Tres veces más.
Pero tanto o más importantes que estos porcentajes han sido los desempeños de Estados Unidos y de Rusia. No obstante su formidable capacidad de proyección de fuerzas, con posterioridad a los ataques del 11 de septiembre de 2001 Estados Unidos cosechó pocos resultados favorables. En la guerra de Afganistán, que inició en 2001 y continúa, no ha conseguido aún imponer una decisión. Una cosa parecida ocurre con la guerra de Irak, comenzada en 2003, que se dio por finalizada en 2011 pero todavía persiste. La guerra de Libia (2011), que derrocó a Muhammar Gadafi, sigue en desarrollo tras mutar a guerra civil. Y la de Siria, iniciada también en 2011, aún se libra con perspectiva ampliamente desfavorable para la superpotencia norteña.
Rusia, luego de la sustitución de Yeltsin por Putin, volvió a posicionarse como contrapeso del poder nuclear norteamericano. La reaparición de esta terminante capacidad de mutua destrucción asegurada contribuye decisivamente al mantenimiento de un equilibrio indispensable para evitar una hecatombe mundial.
En el plano convencional, Rusia avanzó con éxito —en su entorno geopolítico inmediato— sobre Crimea, y sobre Lugansk y Donetsk (Ucrania), en abierto desafío a la OTAN. Y su participación ha sido decisiva en Siria, para rechazar a las fuerzas rebeldes y/o yihadistas extremas sostenidas por Estados Unidos y para consolidar la posición de Bashar al Asad, que controla ya más del 70% de territorio sirio. Y ha avanzado en una alianza con China, que además de convergencias en el plano económico como ocurre con el Grupo de Shangai, incluye acercamientos militares. Expresión de esto último es el reciente desarrollo de los enormes ejercicios militares Vostok, en el oriente ruso, en los que participaron también efectivos mongoles y chinos. Incluyeron en total 100.000 efectivos, 1.500 tanques, 120 aeronaves y 70 barcos. China aportó: 3.200 efectivos, 900 tanques y 30 aeronaves.
Así las cosas, la reconfiguración de las relaciones de poder en el mundo mencionada al inicio, ha tomado la forma de una doble polaridad: la que enfrenta a Estados Unidos y China en el plano económico y comercial, y la que contrapone a aquel y a Rusia en el militar. E incluye un incipiente acercamiento chino-ruso.
Bajo estas condiciones de doble polaridad (o paridad triangular) y declinación relativa, la gran potencia norteña ha vuelto a poner un especial interés sobre su zona de influencia inmediata: América Latina. Lo guían principalmente dos propósitos: a) contener la eventual expansión china o rusa hacia la región. b) neutralizar y/o desestructurar los movimientos y gobiernos nacional-populares económicamente heterodoxos y socialmente contestatarios nacidos con el nuevo milenio, que pudieren favorecer los avances chino o ruso; además y secundariamente, resolver selectivamente situaciones de alta corrupción generados por gobiernos de centro-derecha. En función de esto despliega dos grandes vías de acción, interrelacionables.
La primera consiste en el desarrollo de un intervencionismo mediático-judicial que ha operado –y/u opera aun— sobre la Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Paraguay y Venezuela, en el ítem movimientos / gobiernos nacional-populares, con éxito variable, como se sabe; en el correspondiente a corrupción lo ha hecho en Perú y Guatemala, con los relevos de Pedro Kuczinsky y Otto Pérez Molina, respectivamente. Los principales instrumentos estatales norteamericanos de este accionar son los Departamentos de Estado y de Justicia. La acción diplomática obviamente se materializa a través de las embajadas; la judicial, predominantemente por intermedio de la Procuración General norteamericana y del entramado de relaciones que ha construido con las diversas fiscalías latinoamericanas.
La segunda vía apela a un recurso remanido: la influencia sobre las Fuerzas Armadas vernáculas. Ha renovado aproximaciones y relaciones con el objetivo de contener y asegurar vínculos y territorios. Esto se ha procesado a través de los ya conocidos Comando Sur, IV Flota y Junta Interamericana de Defensa, entre otras entidades. Pero ha agregado también nuevos canales: oficinas de cooperación, de coordinación frente a desastres naturales, etc., así como las Conferencias Sudamericanas de Defensa, de las que se han realizado ya ocho, la última de ellas recientemente en Buenos Aires, que se replican también para Centroamérica y para el Caribe.
Este renovado intervencionismo militar centra su interés en la agenda de nuevas amenazas, con especial énfasis en la seguridad interior y en particular, en los asuntos de narcotráfico y terrorismo. Es prácticamente insignificante su abordaje de asuntos propiamente de la defensa. Nada nuevo, en rigor, porque este vaciamiento de lo atinente a la defensa nacional se practicó ya en la época en que rigió en la región la deleznable Doctrina de la Seguridad Nacional.
Así, la custodia del “patio trasero” mantiene viejas prácticas pero incorpora también nuevas formas de intervención. Conviene no perderlo de vista: el parecido de familia de algunos derrocamientos o acosos políticos que recorren hoy nuestra América, no es en absoluto casual.
Por Ernesto Lopez, publicado en El Cohete a La Luna.