CAMBRIDGE – La cuestión estratégica clave en Asia Oriental es el ascenso del poder chino. Algunos analistas creen que China buscará alguna forma de hegemonía en la región y que eso llevará a un conflicto. A diferencia de Europa, Asia Oriental no terminó de cerrar lo sucedido en los años treinta, y luego las divisiones de la Guerra Fría pusieron límites a la reconciliación.
Ahora el presidente estadounidense Donald Trump inició una guerra comercial con China y negociaciones con Japón que apuntan al superávit comercial de este país con Estados Unidos. Es verdad que el reciente anuncio de conversaciones bilaterales pospuso la amenaza de Trump de aplicar aranceles automáticos contra Japón, pero los críticos temen que Trump lo empuje más cerca de China, cuyo presidente, Xi Jinping, tiene prevista una reunión con el primer ministro Shinzo Abe este mes. El equilibrio de poder entre Japón y China cambió mucho en las últimas décadas. En 2010, el PIB de China en dólares superó al de Japón (aunque el PIB per cápita sigue muy atrás). Es fácil olvidar que hace poco más de dos decenios, muchos estadounidenses temían ser superados por Japón, no por China. Los libros predecían que Japón lideraría un bloque sin Estados Unidos en el Pacífico, e incluso la posibilidad de una guerra entre ambos países. En vez de eso, durante el gobierno del presidente Bill Clinton, Estados Unidos reafirmó la alianza de seguridad con Japón, y al mismo tiempo aceptó el ascenso de China y apoyó su ingreso a la Organización Mundial del Comercio.
A principios de los noventa, muchos observadores creían que la alianza entre Estados Unidos y Japón era una reliquia de la Guerra Fría que no tenía futuro. Entre ambos países había fuertes tensiones comerciales, y en 1992 el senador Paul Tsongas hizo campaña por la presidencia con el eslogan “la Guerra Fría terminó, y la ganó Japón”. El gobierno de Clinton se lanzó a criticar a Tokio, pero en 1996, tras un proceso de negociación que llevó dos años, Clinton y el entonces primer ministro Ryutaro Hashimoto reafirmaron formalmente la alianza y la declararon fundamento de la estabilidad de Asia Oriental después de la Guerra Fría. Pero en un nivel más profundo subsistía un malestar, aunque rara vez se lo expresaba abiertamente, relacionado con el temor de Japón a que el giro de Estados Unidos hacia China lo dejara marginado. A mediados de los noventa participé en la negociación para la reafirmación de la alianza, y mis homólogos japoneses, al otro lado de una mesa adornada con banderas nacionales, casi no hablaban de China formalmente. Pero después, trago en mano, me preguntaban si el ascenso de China llevaría a Estados Unidos a darle más importancia que a Japón. Eran temores lógicos: cuando las capacidades de defensa de dos aliados son asimétricas, es inevitable que la parte más dependiente tema por el futuro de la sociedad. Hace años que algunos en Japón sostienen la necesidad de convertirse en un país “normal”, dotado de un abanico más completo de capacidades militares. Algunos expertos incluso han sugerido que Japón abandone algunos de sus principios y desarrolle armas nucleares. Pero esas medidas generarían más problemas de los que resolverían. Aunque Japón diera pasos en la dirección de convertirse en un país “normal” (cualquiera sea el significado de esa expresión), no igualaría el poder de Estados Unidos o China.
Hoy Japón tiene nuevas inquietudes en relación con el abandono estadounidense. La orientación “Estados Unidos primero” de Trump y sus políticas proteccionistas plantean un nuevo riesgo a la alianza. La retirada de Trump del Acuerdo Transpacífico fue un golpe para Japón. Pese a que Abe supo evitar un conflicto halagando el ego de Trump, subsisten serias diferencias. Los aranceles al acero y al aluminio que impuso el gobierno de Trump por motivos de seguridad nacional sorprendieron a Abe y generaron malestar en Japón. El gobierno de Trump también sugirió que los aliados de Estados Unidos en Asia deben hacer más por su propia defensa, y puso en duda el valor de las fuerzas de avanzada estadounidenses en la región. Algunos analistas se preguntan si las acciones de Trump obligarán a Japón a cubrirse, acercándose a China. Pero es algo improbable en esta etapa; aunque son opciones explorables, su alcance es limitado, por la inquietud japonesa respecto del predominio chino. La alianza con Estados Unidos sigue siendo la mejor opción, a menos que Trump vaya todavía más lejos.
Hasta ahora, la alianza se mantiene notablemente firme. Abe inició contactos con Trump desde que este resultó electo, con un primer encuentro en la Trump Tower de Nueva York y posteriores visitas a Washington y Mar‑a‑Lago (la residencia de Trump en Florida). La relación entre los dos mandatarios permitió al Pentágono mantener una estrecha cooperación en asuntos de seguridad. La cuestión Corea del Norte ayudó a enfocar la atención de la alianza y dio a Trump una oportunidad de dar garantías a Japón de que cuenta con un “100%” de respaldo estadounidense. Abe y Trump apoyaron la estrategia de “máxima presión” contra Corea del Norte, y se esforzaron para obtener el apoyo internacional a las sanciones en Naciones Unidas. En tanto, Japón anunció una nueva inversión importante en sistemas de defensa antimisiles y cooperó en su desarrollo conjunto. Pero por otra parte, el sorpresivo cambio de la actitud de Trump hacia el líder norcoreano Kim Jong-un después de la reunión que tuvieron en junio en Singapur generó en Japón preocupación por la posibilidad de un acuerdo entre Estados Unidos y Corea del Norte centrado en los misiles intercontinentales que no incluya los misiles de alcance medio con capacidad de llegar a Japón. Otro motivo de inquietud es la retórica de Trump respecto de compartir costos. Aunque Japón gasta en defensa poco más del 1% del PIB, hace un importante aporte al mantenimiento de las fuerzas estadounidenses en su territorio (el Departamento de Defensa de los Estados Unidos calcula que el gobierno japonés paga alrededor del 75% de ese costo). Sólo este año, Japón presupuestó 197 000 millones de yenes (1700 millones de dólares) para costos compartidos, 226 000 millones de yenes (2000 millones de dólares) para la reubicación de fuerzas estadounidenses y 266 000 millones de yenes (2300 millones de dólares) en diversas medidas de apoyo a las comunidades anfitrionas, entre otros gastos relacionados con la alianza. Como el gobierno de Clinton reconoció hace un cuarto de siglo, el ascenso de China creó un equilibrio tripartito del poder en Asia Oriental. La alianza entre Estados Unidos y Japón puede ser una herramienta que permita definir el entorno en el que actúa China y ayude a moderar su creciente poder, pero eso dependerá de la capacidad del gobierno de Trump para mantenerla. Por Joseph Nye, publicado el 4/10/2018 en Project Syndicate.
Traducción: Esteban Flamini