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Nuestros artículos: "La invención de una alternativa", por Jorge Argüello



Claves del exitoso gobierno de izquierda de Portugal

Desde la posguerra, el paradigma del “milagro alemán” ha tenido una fuerte incidencia en el debate público. Por simplificación mediática, se habló después del “milagro japonés”, el “milagro chileno” y finalmente del “milagro chino”. Ahora parece tocarle al “milagro portugués”.

Cuando llegué a Portugal en 2013, designado como embajador argentino, el país era escenario de movilizaciones populares de una intensidad tal que sólo se comparaban, según los propios portugueses, con las que acompañaron la Revolución de los Claveles de 1974.

“Que se lixe a troika! (que se joda la Troika) y Queremos as nossas vidas!”, era la consigna principal de las protestas. Cinco años después Portugal pasó de compartir con España y Grecia las páginas negras de la crisis a merecer la etiqueta de nuevo “milagro”. ¿Qué hizo posible este camino?

Como todo milagro, el portugués tiene sus creyentes y sus escépticos. Hay quienes toman a Portugal como un leading case, un caso testigo que demuestra que es posible una alternativa al “austericidio” que se autoimpuso la Unión Europea (UE) por impulso de la Troika conformada por la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo (BCE) después de la crisis global que estalló en 2008.

En el otro extremo, el escepticismo de los neoliberales más duros considera al milagro portugués como una huida de patas cortas que terminará recordando a sus mentores que nadie puede gastar más que lo que gana, que sin inversión privada no hay economía que prospere y que la ilusión de la distribución se acabará cuando los acreedores pasen la cuenta de la deuda.

¿Alternativa progresista con futuro o bonanza casual? Y, por otra parte, ¿resignación a lo posible frente al poder globalizado, falta de coraje para buscar un camino propio de desarrollo, por izquierda o por derecha, o simplemente una manera inteligente y pragmática de no abandonar la UE?

Cuentas claras

2010 fue el año en que los países europeos más complicados por la gran crisis comenzaron a someterse a las recetas de la Troika. Grecia acordó una “ayuda” de 110.000 millones de euros e Irlanda otra de 85.000 millones. Al año siguiente le llegó el turno a Portugal: 78.000 millones. El entonces presidente del BCE, Jean Claude Trichet, lo resumía así: “Estamos en una situación grave, que es de naturaleza sistémica. Enfrentamos la peor crisis financiera desde la Segunda Guerra Mundial” (1).

En Portugal, como parte del boom europeo que comenzó con el nuevo siglo, las bajísimas tasas de interés habían atraído capitales especulativos volcados a créditos para el consumo, un bálsamo para el escaso desarrollo estructural de una economía que seguía a la sombra de España y sus bancos. Sin embargo, la crisis mundial elevó el desempleo de 4% en 2002 a 16,3% en 2013. El proceso fue tan desgastante desde el punto de vista social y político que, como en otros países sometidos a las mismas recetas, la “austeridad” implicó la caída del gobierno que había negociado y aplicado las políticas de la Troika, en este caso del conservador Partido Social Demócrata (PSD). Fue así que en 2015, tras un inédito acuerdo del Partido Socialista (PS) con el resto de la izquierda, integrada por el Partido Comunista Portugués (PCP) y el más nuevo Bloque de Izquierda (BE), el socialista Antonio Costa se convirtió en primer ministro.

Así comenzó el “milagro” del que hablamos hoy. La economía creció 2,7% en 2017, la inversión 9% y las exportaciones 7,9%. La desocupación cayó a 8%, los salarios aumentaron y el empleo precario se redujo (3). Con un déficit fiscal que cayó al mínimo histórico (0,9% del PIB), un superávit primario de 3%, el segundo más alto de los 28 países de la UE, y una deuda pública que se redujo 20 %, las cuentas de Portugal mostraban una mejora notable (4). Para el ministro Mario Centeno, apodado por la prensa el “Cristiano Ronaldo de la economía” y reconocido con la presidencia del Eurogrupo, estos datos reflejan un “futuro sostenible” para el país.

Pero no todos piensan igual. “Portugal es un ejemplo milagroso de óptimo aprovechamiento de circunstancias externas. Su economía no es sustentable: el próximo shock externo -o interno, como una gran crisis bancaria- la hará descarrilar, pero lo mismo ocurrirá con otros países europeos que aparentan fortaleza”, desafía Andrés Malamud, investigador de la Universidad de Lisboa (5).

¿Qué interpreta esta mitad de la biblioteca? Que tras el ajuste ejecutado antes de la llegada de la izquierda al poder por el gobierno conservador de Pedro Passos Coelho la economía portuguesa soportó varios años de recesión y que, gracias a esas mismas reformas, que redujeron el déficit e impulsaron las exportaciones, la gestión socialista pudo reactivar la demanda y mejorar los niveles de actividad y empleo. En suma, que el milagro portugués liderado por la izquierda no hubiera sido posible sin el ajuste de la derecha.

Pero además advierten que la deuda pública es alta (130% del PIB), que la inversión privada es baja y que el sector financiero sigue siendo frágil, según las autoridades europeas, con insuficiente acceso al crédito, todo lo cual limitará el crecimiento en el largo plazo. De hecho, la reactivación económica y la baja del desempleo se explican en buena medida por dos motores principales, el turismo y la construcción, actividades dinámicas pero que aportan poco valor agregado, se encuentran expuestas a los vaivenes internacionales y se caracterizan por generar puestos de trabajo precarios, poco calificados y con salarios bajos: el promedio de los nuevos empleos en Portugal es de 650 euros y en dos tercios de los casos bajo contratos temporarios.

De acuerdo a esta visión pesimista, Portugal adolece de un problema de inversión: la inversión privada ya bajó a 16% del PIB, sólo por encima de Grecia y Chipre entre los integrantes de la UE. Esa falta de interés de las empresas, más la baja productividad, rasgo que comparte con Grecia e Italia, pondrá al país tarde o temprano en problemas.

La experiencia política

Pero más allá de las diferentes perspectivas sobre la economía, ninguno de estos cambios económicos podría explicarse sin el giro político histórico que experimentó el país en noviembre de 2015. Ese año, el primer ministro conservador Passo Coelho resultó, tras largos años de ajuste, el candidato más votado, con 38,5%, pero perdió la mayoría absoluta y le abrió a la izquierda una oportunidad única: un acuerdo inédito en 40 años, que de algún modo funcionaría como anticipación del entendimieto al que arribaría después la izquierda en la vecina España. Sin llegar a formar una coalición, el Partido Socialista recibió el apoyo parlamentario del Partido Comunista Portugués, liderado por Jeronimo de Sousa, acérrimo rival de los socialistas desde hace décadas, del Bloque de Izquierda y de los Verdes, y coronó a Costa como primer ministro.

Costa hizo posible la nueva etapa con una serie de compromisos, ni radicales ni revolucionarios, pero progresistas. Así, pactó mantener el servicio de aguas en manos del Estado, frenar privatizaciones y desahucios, recuperar el salario mínimo, imponer la semana de 35 horas laborales en el Estado, subir las jubilaciones y, para alentar el consumo deprimido por el ajuste, reducir el IVA de 23 a 13%. Al mismo tiempo, la alianza izquierdista ha sabido valorar las ventajas y posibilidades de un acuerdo que va más allá de lo económico y que alcanza cuestiones sociales como la legislación sobre el aborto, la adopción por parejas del mismo sexo o la gestación subrogada.

La situación portuguesa luce como un ejercicio exitoso de compromiso de todo el arco progresista, sobre todo considerando otras experiencias pos-crisis mundial, como la de Grecia, emprendida en el momento más agudo de la crisis, y la más reciente de España. En 2105, cuando el primer ministro griego Alexis Tsipras acordó un nuevo rescate con la Troika, una parte de los diputados de la colaición Syriza votó en contra y dividió al oficialismo. Tsipras sobrevivió con el apoyo de la derecha. Panagiotis Lafazanis, ministro de Reconstrucción Productiva, Medio Ambiente y Energía, dejó el gobierno, siguiendo el camino del ex ministro de Economía Yanis Varoufakis.

En España, donde la crisis fragmentó en cuatro el escenario político, con un emergente por izquierda (Podemos) y otro por derecha (Ciudadanos), la oposición tardó diez años en capitalizar el desgaste del conservador Partido Popular (PP). Pero el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) llegó al poder por una moción parlamentaria, es decir sin voto popular directo, y con un apoyo político acotado de Podemos.

En ese contexto, el gobierno de Costa no sólo superó un desentendimiento de cuatro décadas entre las principales fuerzas de la izquierda portuguesa sino que se afianzó y se sostiene a pesar de que el partido conservador sigue siendo la primera minoría.

Cohabitaciones

El 24 de enero de 2016 el conservador Marcelo Rebelo de Sousa fue elegido presidente de Portugal sin necesidad de ballottage, con el 52% de los votos, contra una izquierda fragmentada entre el independiente Antonio Sampaio da Novoa, la candidata del Bloque de Izquierda María de Belem Roseira y la socialista Edgar Silva. Haciéndose eco del equilibrio político por el que optaron los portugueses, Rebelo inauguró la cohabitación entre un presidente de derecha y un gobierno de izquierda: “Haré todo lo posible para unir lo que las coyunturas dividieron”, dijo (7).

Sin embargo, la verdadera cohabitación que se pondrá a prueba será la de los partidos izquierdistas que sostienen al gobierno de Costa, más aún de cara a las elecciones parlamentarias convocadas para 2019. De hecho, recientemente se produjo la primera tensión importante. Sin llegar a las fracturas de Syriza, la reforma laboral impulsada por Costa, que limita los contratos temporales pero sin mejorar las indemnizaciones por despido que habían sido rebajadas por el anterior gobierno, dejó a los socialistas sin el apoyo de sus socios. El tiempo dirá si la decisión de Costa de compensar este rechazo con el apoyo ocasional de los conservadores anticipa la declinación de la alianza.

Pero hasta ahora hay mucho por valorar. Para empezar, que esta alternativa progresista funcione cuando el resto de Europa se ve amenazada por fuerzas nacionalistas y xenófobas, que en algunos casos llegaron al gobierno y en otras van en camino de hacerlo, y que ponen en peligro los valores que fundaron el estado de derecho y de bienestar europeo. Dos décadas atrás, aunque el Parlamento Europeo ya ostentaba una mayoría conservadora que nunca perdió, dos tercios de los gobiernos comunitarios estaban en poder de socialistas o socialdemócratas. Hoy, en parte consecuencia de la Tercera Vía, que confundió el fin de la ortodoxia comunista con la adhesión el credo neoliberal, quedan sólo cinco. Hasta Suecia registra un ascenso de la ultraderecha xenófoba.

En este marco, y más allá de las debilidades de su economía, parece indiscutible que, manteniéndose dentro de los límites de UE y y el euro, Portugal encontró una variante a la “austeridad” obsesionada por cerrar déficits y pagar deuda. Por supuesto, el éxito se ve favorecido por circunstancias externas favorables. Pero siempre es así: ¿cuánto de propio y cuánto de externo tuvo la crisis mundial que puso en jaque las economías -y las sociedades- de los países más vulnerables de la UE? ¿Cuánta responsabilidad tuvieron los capitales y cuánta las capitales? Aunque no los una tanto el amor por unas políticas en las que exhiben diferencias como el espanto a la experiencia de la Troika, los partidos que sostienen el actual gobierno de Portugal son finalmente una inspiración para quienes buscan ejemplos de gobernanza progresista una vez suparada la pesadilla de la “austeridad”.

Publicado por Jorge Argüello en la Edición de noviembre 2018 de Le Monde Diplomatique.

Notas

(1) Jorge Argüello, Diálogos sobre Europa, Capital Intelectual, 2015. (2) Ídem anterior.

(3) “Portugal, una historia de éxito”, en El País, 1 de abril de 2018.

(4) Ídem anterior.

(5) “Portugal, la socialdemocracia que nos gusta”, en La Vanguardia, 13 mayo de 2018.

(6) “La crisis se está más profunda, más tóxica”, en eldiario.es, 13 de enero de 2008.

(7) “El conservador Rebelo de Sousa vence en las presidenciales”, en Público, Madrid, 24 de enero de 2016.


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