La última crisis económica mundial, a pesar de sus detalles complejos, tuvo una gran causa muy sencilla: una enorme burbuja inmobiliaria y de endeudamiento que había surgido en Estados Unidos y en Europa, y que al desinflarse hundió la economía mundial. La recesión anterior, que se produjo en 2001 y fue más leve, tuvo también una sola causa: el estallido de una burbuja de los valores bursátiles de las empresas tecnológicas y de la inversión (¿recuerdan Pets.com?). Pero la crisis anterior a esa, en 1990-1991, fue una historia más liosa. Fue una recesión bufé: una caída con múltiples causas, que abarcaban desde los problemas de las cajas de ahorro hasta un exceso de edificios comerciales, pasando por la caída del gasto militar al finalizar la Guerra Fría.
Lo más lógico es suponer que la próxima depresión se deberá igualmente a una mezcla de problemas, y no a uno grande y concreto. Y en los últimos meses hemos empezado a ver cómo podría ocurrir. No es seguro que haya una recesión en ciernes, pero algunos de nuestros temores empiezan a hacerse realidad.
En estos momentos, percibo cuatro amenazas claras para la economía mundial. (Es posible que se me pasen otras).
China: muchos, yo incluido, llevamos tiempo prediciendo una crisis china, pero sigue sin producirse. La economía china está profundamente desequilibrada, con demasiada inversión y un gasto muy bajo de los consumidores; pero una y otra vez el Gobierno ha logrado apartarla del precipicio aumentando la construcción y ordenando a los bancos que ofrezcan crédito ultrafácil. ¿Pero no ha llegado por fin la hora de la verdad? Dada la resiliencia que ha demostrado China en el pasado, es difícil afirmarlo con seguridad. Aun así, los últimos datos sobre la fabricación china no tienen buena pinta. Y los problemas en el país tendrían repercusiones en todo el mundo. Tendemos a pensar en China solo como un gigante de las exportaciones, pero también es un enorme comprador de productos, sobre todo de materias primas como la soja o el petróleo; a los agricultores y a los productores de energía estadounidenses no les haría muy felices que la economía china se paralizase.
Europa: durante años, la debilidad económica subyacente de Europa, por causa del envejecimiento de su población y de la obsesión de Alemania con los superávits presupuestarios, ha quedado enmascarada por la recuperación de la crisis del euro. Pero la racha de buena suerte parece estar llegando a su fin, con la incertidumbre que rodea al Brexit y la crisis a cámara lenta de Italia minando la confianza. Como en el caso de China, los datos recientes son sombríos. Y al igual que China, Europa es un gran actor en la economía mundial, de modo que sus tropiezos salpicarán a todos, incluido Estados Unidos.
La guerra comercial: en las últimas décadas, empresas de todo el mundo han invertido cantidades ingentes de dinero basándose en la creencia de que el proteccionismo a la vieja usanza era cosa del pasado. Pero Donald Trump no solo ha impuesto aranceles, sino que ha demostrado también su voluntad de incumplir el espíritu, e incluso la letra, de los tratados comerciales actuales. No hace falta ser un defensor acérrimo del libre comercio para creer que esto puede tener un efecto depresor sobre la economía.
De momento, los líderes empresariales creen supuestamente que las cosas no se irán de las manos, que EE UU y China en concreto llegarán a un acuerdo. Pero este sentimiento podría cambiar de repente cuando las empresas caigan en la cuenta de que los partidarios de la línea dura parecen tener la sartén por el mango.
El cierre de la administración en EE UU: no son solo los trabajadores federales los que están sin cobrar. También los contratistas, a los que nunca se les compensarán las pérdidas; los perceptores de cupones para alimentos, que se quedarán sin ellos si la paralización continúa, y muchos más. Los cálculos sobre el coste del cierre son casi con seguridad demasiado bajos, porque no tienen en cuenta las perturbaciones que la paralización de la administración pública impondrá en todos los aspectos de la vida.
Como en el caso de la guerra comercial, los directivos empresariales creen supuestamente que el cierre se resolverá pronto. ¿Pero qué ocurrirá con la inversión y la contratación cuando el Estados Unidos empresarial llegue a la conclusión de que Trump se ha atrincherado y que esto podría durar muchos meses?
De modo que, son muchas las cosas que van mal, y todas ellas amenazan a la economía. ¿Hasta qué punto será grave?
La buena noticia es que, incluso tomadas en conjunto, todas estas cosas negativas no se acercarán al duro golpe que la crisis financiera de 2008 asestó a la economía mundial. La mala, es que no está claro qué pueden hacer los políticos para responder cuando las cosas se pongan feas.
La política monetaria —es decir, la rebaja de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal (Fed) y de sus homólogos extranjeros— es normalmente la primera línea de defensa contra la recesión. Pero la Fed tiene muy poco margen para recortar, porque los intereses están ya muy bajos, y en Europa, donde los tipos son negativos, no hay margen en absoluto.
La política fiscal —subidas temporales del gasto público y de la ayuda a trabajadores vulnerables— es el apoyo habitual a la relajación monetaria. ¿Pero estaría dispuesto a aplicar un estímulo sensato un presidente que convierte a los trabajadores federales en rehenes del intento de construir un muro inútil? Y en Europa, cualquier propuesta de acción fiscal se tropezaría probablemente con el habitual nein alemán.
Por último, para abordar de manera eficaz cualquier recesión mundial hace falta muchísima cooperación internacional. ¿Qué probabilidad hay, teniendo en cuenta quién está al mando? Insisto, no digo que necesariamente esté a punto de producirse una crisis mundial. Pero los riesgos aumentan claramente
Publicado por Paul Krugman, el 25/01/2019 en diario EL PAIS