"Kast y la extrema derecha chilena ponen a prueba su músculo territorial", por Juan Elman
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El extremista José Antonio Kast parece mejor colocado para aprovechar la fragmentación y el giro a la derecha de la política chilena.

En su perfil de TikTok, el rostro lampiño del influencer Cristopher Rojas se reproduce en un mosaico de selfies. De 28 años y oriundo de Cerro Navia, una comuna popular alejada de los circuitos turísticos de la capital chilena, Rojas es uno de los principales promotores digitales del candidato de ultraderecha José Antonio Kast.
Su contenido, volcado en TikTok y replicado en Instagram, combina dardos a la izquierda chilena y alabanzas a diferentes íconos de derecha, desde Kast hasta Charlie Kirk, el influencer trumpista recientemente asesinado.
Rojas acumula 75.000 seguidores y más de dos millones de me gustas en TikTok, indicadores de un perfil en ascenso, no del todo famoso pero con un puñado de videos virales.
Desde esa tribuna difunde propuestas de Kast. “En los últimos años Chile dejó de tener control sobre sus fronteras. [Los inmigrantes] Ya no solo eran familias en busca de oportunidades sino que narcotraficantes, delincuentes, bandas criminales… incluso llegó el sicariato”, dice en un video con música dramática de fondo, dedicado a la principal bandera electoral de su candidato, el plan ‘escudo fronterizo’.
“Quienes entren de manera ilegal serán expulsados, quienes contraten ilegales serán sancionados y quienes resguardan nuestras fronteras serán respaldados”, dice Rojas.
El video está decorado con cifras que muestran el aumento de la migración irregular durante la administración de Gabriel Boric. Si bien solo el 17% de los extranjeros que residen en Chile lo hacen de manera irregular, la cantidad de personas en esa condición se triplicó en los primeros dos años de gobierno, según cifras oficiales. Hay casi dos millones de extranjeros en Chile, 10% de la población total; la mayoría de forma regular y provenientes de Venezuela.
“¿Cuanto más aguanta Chile?”, se pregunta Rojas, anunciando un remate. “Por eso hace falta el escudo [...] Este 2025 los jóvenes votaremos por quien viene mostrando firmeza en esta problemática”.
La mayoría de los jóvenes chilenos no milita en ningún partido, se muestra desencantada de la política y pesimista ante el futuro. Pero Rojas representa a un segmento creciente, marcado por el fracaso de dos procesos constitucionales y la desilusión con el gobierno de Boric, componentes de una resaca que se remonta al estallido social de 2019, cuando millones de personas salieron a las calles a manifestar su malestar con el rumbo del país.
El fanatismo de Rojas por Kast y su acercamiento a la política nacieron por esos días. Mientras muchos jóvenes estaban en las calles, Rojas se preocupaba por los hechos de violencia en su comuna. “Nos quemaron las micros, los supermercados; toda tu cotidianidad estaba envuelta de violencia, y eso te genera una reacción”, me dijo Rojas. Si bien la gran mayoría de los casos de violencia documentados durante el estallido social fueron atribuidos a las fuerzas de seguridad, el foco sobre el vandalismo y los saqueos de manifestantes en barrios populares ha ganado peso con el correr de los años, bajo un clima social diferente.
“Muy pocos se atrevían a condenar la violencia. José Antonio era uno de ellos; ahora todos defienden a Carabineros, hasta el Partido Comunista, pero el tipo lo hacía cuando era impopular, cuando lo acorralaban en los paneles televisivos y lo funaban [escrachaban] en las universidades”.
Este es el grado cero del Partido Republicano, la fuerza de Kast que hoy amenaza con tomar el liderazgo de la derecha, y del país. En 2019, cuando la gran mayoría de chilenos apoyaba las movilizaciones y el arco político tradicional oscilaba entre el silencio y la autocrítica, Kast condenaba las protestas mientras defendía su principal blanco: el legado económico de la dictadura de Pinochet.
Dos años antes, en las elecciones de 2017, Kast, por entonces un diputado conocido por su perfil ultraconservador, había obtenido el 8% de los votos con una plataforma que apelaba a pinochetistas nostálgicos. Lo había hecho de manera independiente, tras romper con la Unión Demócrata Independiente (UDI), el partido heredero del pinochetismo que, según él, se había alejado de sus valores fundacionales.
En 2019 ya tenía su propio partido, que buscaba a jóvenes como Rojas. El acercamiento fue gracias a las reuniones que se organizaron en comunas como la suya, y que rememoran el tipo de acercamiento que supo tener en su momento la UDI.
“Es literal ir a los barrios y escuchar a las comunas populares; entender que la política no se vive solo desde Las Condes o Ñuñoa, sino en todo el país, que es donde se vive la violencia”, dice Rojas. En Las Condes suele residir la elite de centroderecha, mientras que Ñuñoa es la comuna asociada al actual gobierno de centroizquierda, también de origen acomodado.
Kast volvería a presentarse en las elecciones de 2021, las primeras después del estallido, cuando fue derrotado por Boric en segunda vuelta. Pero entonces ya no le hablaba solamente a los pinochetistas nostálgicos: había logrado imponerse a la coalición de partidos de centroderecha, convirtiéndose en el principal opositor tras la elección.
Desde entonces han surgido otras candidaturas de derecha, dos proyectos constitucionales – uno bajo su tutela – han fracasado, y el clima de opinión en Chile, atravesado por el miedo y la incertidumbre, lo favorecen. Kast llega a la elección como el favorito en una segunda vuelta contra la izquierda, que se llevaría a cabo el 14 de diciembre si ninguna candidatura logra el 50% más uno de los votos en noviembre. Se dice que se ha moderado, que busca conquistar a mujeres y jóvenes, segmentos que le fueron esquivos en 2021. Que cultiva una cuidada estrategia en redes sociales.
Todo eso puede ser cierto para personas como Rojas, un influencer. Pero él no olvida las reuniones en su comuna.
“La idea de esas reuniones, y es algo que me llamó la atención, es que no se daban en época de campaña, porque los partidos solamente van a los barrios cuando hay elecciones. Entonces se valoraba mucho más”.
¿La revancha?
En 2021, Kast superó las previsiones de encuestadores y se impuso en primera vuelta con casi 28% de los votos. En la segunda, sin embargo, fue fácilmente derrotado por Boric, con más de 10 puntos de ventaja. Kast parecía tener un techo electoral, que lo volvía vulnerable ante cualquier escenario de segunda vuelta.
El escenario para estas elecciones, en cierta medida, es inverso. Aunque prevalece una gran dispersión y ninguna candidatura logra siquiera acercarse al 40% de preferencias, las encuestas otorgan el primer lugar a Jeannete Jara, la candidata del Partido Comunista que se impuso sorpresivamente en las primarias del oficialismo, y cuyo apoyo orbita en 30%, lejos de un triunfo en primera vuelta pero con un lugar garantizado en el balotaje. La principal pregunta es a qué candidato de derecha se enfrentará.
Kast figura segundo con poco más del 20% de intención de voto, seguido por un pelotón de postulantes conservadores. Pero la extrema derecha ya no tiene un techo en segunda vuelta: ni siquiera la encuesta más optimista para Jara le augura un triunfo en un balotaje. El descrédito del gobierno, sumado al tradicional anticomunismo chileno, parecen dar a la derecha una ventaja clara en estas elecciones, a las que concurrirán unos cinco millones de votantes nuevos, en virtud de una ley de 2022 que reimpuso el voto obligatorio.
“El principal cambio es el prejuicio contra el conocimiento”, me dijo un asesor de Kast. “La elección de 2021 fue una elección de prejuicios a favor y en contra. El prejuicio en contra de José Antonio era el de ultraconservador, ultraderecha, fascista, nazi”, dijo el asesor. “Y también había un prejuicio en favor de Boric, un cabro [chico] joven, nuevo, fresco, que no está metido en la corrupción y no representa al gobierno”.
Boric, un exdirigente estudiantil que supo interpretar el mandato de cambio social en las últimas elecciones, navega sus últimos meses de gobierno con un rechazo superior al 60%.
“Hoy día es ‘conozco a Kast, lo conozco hace 10 años; no voté por él porque, chucha, me asustaba’”, continuó el asesor interpretando la voz de un votante imaginario. “Pero ese mismo tipo hoy día está sin trabajo, o lo asaltaron, o vio cómo le quitaban la prioridad en la asignación de vivienda porque entró un inmigrante. A Boric ya lo conoce: gobernó, y no lo quiere más”.
Duelo constitucional y miedo
Para entender el descrédito de la izquierda y las renovadas chances de la ultraderecha hay que remontarse al 4 de septiembre de 2022, cuando la propuesta de una nueva constitución – la salida que encontró el sistema político al estallido, liderada por distintas figuras de la izquierda independiente – fue rechazada con 62% de los votos. La derrota sumió a todo el campo de la izquierda en el pesimismo, incluyendo al flamante gobierno de Boric, que afrontó el resultado como un punto de inflexión.
Todo el sistema político interpretó el rechazo al proyecto constitucional como el fin de un largo ciclo de movilización social que había comenzado en 2011 con protestas estudiantiles por la gratuidad de la educación, y que se había profundizado con el estallido.
La ciudadanía chilena parecía igual de molesta con el sistema político, pero acusaba fatiga y hastío. También tenía miedo: la principal preocupación según encuestas era ya la inseguridad; la idea de que el país vivía una “crisis de seguridad” provocada por la llegada del crimen organizado dominaba la cobertura informativa. Todavía lo hace.
Chile experimentó un pico de homicidios en 2022, con una tasa de 6,7 cada 100.000 habitantes, cuando el año anterior había sido de 4,6. El aumento fue considerable, aunque se trate de números menores a países como Ecuador. Pero los expertos señalan que, antes que una explosión de homicidios, lo que hubo fue un aumento notable en la percepción de inseguridad, atravesada por una serie de crímenes de alto impacto, como asesinatos a agentes de seguridad cometidos por integrantes de bandas criminales, muchos de ellos extranjeros. Si bien la tasa se redujo desde entonces, la sensación de inseguridad permanece, y abona la ventaja de las derechas en esta elección.
Con este telón de fondo y asumida la derrota de la propuesta constitucional progresista, Boric decidió abrir paso a un segundo intento, que se desarrolló en 2023.
El Partido Republicano de Kast, el único que se había opuesto a una nueva constitución, terminó conduciendo la redacción del nuevo texto gracias a una victoria contundente en las elecciones para el consejo constitucional, en mayo de 2023. Pero la segunda propuesta constitucional fue percibida como demasiado conservadora por la ciudadanía, que la rechazó con el 55% de los votos.
Kast, que había logrado capitalizar el descontento con el proceso de reformas, empezaba a sufrirlo en carne propia.
En ese contexto de desgaste, el diputado republicano Johannes Kaiser rompió con el partido acusándolo de moderación y de doblegarse ante el sistema político. Hoy es el segundo aspirante presidencial de ultraderecha, por el Partido Nacional Libertario, inspirado en el presidente argentino Javier Milei. Un hermano de Kaiser, el economista Axel Kaiser, es amigo de Milei e integrante del consejo directivo de la Fundación Faro, un centro para difundir las ideas ‘mileístas’ que lidera el agitador Agustín Laje.
Este año, Kast cultiva un perfil diferente al de su anterior campaña. Ya no habla contra el aborto y la ‘ideología de género’; propone en cambio un bono maternal y busca mostrarse rodeado de mujeres.
Kaiser es quien hace gala de las posiciones ultraconservadoras que han definido la carrera política de Kast desde sus inicios. Y en seguridad, migración y economía, sube la apuesta. Así, si Kast propone recortar el gasto público en 6.000 millones de dólares – una propuesta tachada como inviable por economistas –, Kaiser ofrece un corte de entre 12.000 y 15.000 millones. “Al lado de Kaiser, Kast parece un estadista”, me dijo un funcionario del gobierno recientemente.
Diez años más joven que su mentor y con aires chabacanos, Kaiser arrancó el año por encima de Kast en las encuestas. Pero ambos eran superados por Evelyn Matthei, otra candidata de derechas, más moderada, exalcaldesa de una comuna acomodada de Santiago y militante de la UDI. Matthei cuenta con el apoyo casi total de la élite económica y los principales medios de comunicación. Pero en los últimos meses perdió tracción y se ubica tercera o cuarta en las preferencias. Algunos integrantes de su coalición de centroderecha han anunciado que votarán a Kast.
Paradójicamente, Kast aparece para el electorado de centroderecha como una opción más seria y moderada que Kaiser, cuya campaña vivió un subidón en las últimas semanas – algunas encuestas le otorgan el tercer lugar, a solo seis puntos de Kast o incluso casi empatándolo.
Estos movimientos ilustran la volatilidad y la fragmentación del escenario chileno. También su derechización.
La lechuga hidropónica
Hace unos años, el politólogo Juan Pablo Luna inventó un término célebre para describir al sistema político de Chile: la lechuga hidropónica. Los partidos políticos son de larga data, reconocidos dentro y fuera del país, pero apenas tienen vínculo con la sociedad. “Desde arriba ves la lechuga: la ves en el Congreso y en la tele”, dijo Luna. “Pero abajo no hay raíz, está flotando en el agua”.
“Kast es otro bandazo de expresión del descontento, pero que representa a su vez la revolución conservadora posestallido”, me dijo Luna en su oficina de la Universidad Católica, donde enseña. “El estallido abrió una suerte de giro hacia la izquierda, con el gobierno y el primer proceso constituyente, pero la pandemia, la crisis económica y la de seguridad, que generaron a su vez un brote de xenofobia, sentaron las bases sociales para un giro conservador”, agregó.
En la votación de septiembre de 2022 se volvió a instaurar en Chile el voto obligatorio, que había dejado de regir en 2012. Alrededor de cinco millones de nuevos votantes, que las encuestadoras comenzaron a rotular como “obligados”, se incorporaron a la batalla electoral.
El retrato de este universo de votantes que antes decidía quedarse al margen es difuso, pero diversos estudios han señalado que se trata de una población que no se identifica con el eje izquierda y derecha, y que se moviliza por posiciones más conservadoras y tradicionalistas que el promedio de votantes.
Kast es ahora la nueva estación del péndulo, con una diferencia. “Lo que ha hecho es construir una estructura partidaria y territorial a nivel local más sólida y mejor desarrollada”, dijo Luna. Esto lo distingue de otras fuerzas de derecha, pero también de izquierda. “El Frente Amplio [el partido de Boric] no lo hizo”, agregó.
Las raíces de esta estrategia están en el origen de la UDI, fundada por Jaime Guzmán, el ideólogo de la constitución dictatorial de 1980 y mentor intelectual de Kast. El gremialismo, como se conocía al movimiento, buscaba apelar a un mundo más diverso que el de sus principales integrantes, jóvenes de entornos religiosos y acaudalados; de ahí la idea de “bajar” a las poblaciones.
La socióloga Stephanie Alenda, profesora de la Universidad Andrés Bello y dedicada al estudio de la derecha chilena, explica que el perfil religioso de Kast, un devoto militante católico perteneciente al movimiento Schoenstatt (fundado en 1914 en Alemania) es importante para entender su política. “Kast es alguien que ha recorrido todo el país, que busca el contacto con la gente”, me dijo.
Para Alenda, que se encuentra realizando investigaciones con militantes del partido, “el mundo pastoral religioso es super importante en el armado del partido. Las comunidades de base, las parroquias, los movimientos católicos y conservadores contribuyen a la construcción del proyecto. Y son activistas: saben hacer campaña”.
En esta elección, la candidatura de Kast se beneficia de un actor nuevo: el Partido Social Cristiano (PSC), de corte evangélico y ultraconservador, que desistió de una candidatura presidencial propia para apoyarlo, mientras a nivel parlamentario conforma un frente electoral común con el Partido Republicano y el Nacional Libertario de Kaiser.
El pastor evangélico Juan Molina Romo, de la periferia de Santiago y candidato a diputado del PSC, me dijo que su partido es la “casa propia que tiene la iglesia evangélica en Chile” y que los Republicanos son como “primos” que representan sus valores en esta elección.
La creación del PSC en 2022 y candidaturas como las de Molina Romo son un síntoma del ascenso del evangelismo en la política. “Antes, cuando me presentaba en las comunidades como candidato siendo representante de una iglesia, me cuestionaban. Ahora me lo celebran”, dijo.
Simón Escoffier, investigador de sociología política en la Universidad Católica y que también estudia al partido de Kast, afirma que este ha logrado diversificar su base.
“Lo que hizo muy bien el Partido Republicano es desarrollar un núcleo más popular, con grupos de activistas al estilo Con Mis Hijos No Te Metas [movimiento ultraconservador que nació en Perú en 2016 para oponerse a la equidad de género, los derechos reproductivos y la educación sexual], donde se mezcla gente católica y evangélica con figuras no religiosas con ansias de poder”, me dijo Escoffier.
Un hito en ese armado fueron las elecciones municipales y regionales, a fines de 2024. Los republicanos no consiguieron ningún gobernador y apenas lograron ocho alcaldes, pero lograron más de 190 concejales en todo el país. “El partido ahora empieza a ser uno más cercano a la hora de resolver problemas locales; creo que esto puede tener peso en moderarlos ante los ojos de la gente”.
‘Estalinistas de derecha’
Aunque Kast todavía despierta un rechazo elevado, mejoró entre los jóvenes y las mujeres. Encuestas que ofrecen resultados segmentados para la segunda vuelta, como la de Atlas Intel, muestran al candidato de extrema derecha liderando las preferencias por más de 20 puntos entre los menores de 24 años, imponiéndose en la franja de 25 a 34 años e incluso empatando a Jara entre las mujeres.
Los colaboradores de Kast lo atribuyen al cambio de táctica, cuyo correlato internacional es elocuente. A pesar de haber presidido la Political Network for Values, una plataforma de políticos de extrema derecha de Europa, EEUU, América Latina y África, el candidato ya no se muestra como el ‘Bolsonaro chileno’; prefiere elogiar a la italiana Giorgia Meloni, a la que visitó hace unas semanas.
Luego está la férrea disciplina del partido, controlada por el círculo chico del candidato, que lo acompaña desde su primera campaña.
“Nadie se sale del guión”, me dijo el asesor de Kast a cargo del despliegue territorial. “Si la línea que baja del comando es que nadie habla de aborto en la radio, sea de Santiago o de la localidad más pequeña que te imagines, se acata”. Luego buscó una definición más precisa: “Somos estalinistas de derecha”, dijo.
Por Juan Elman en OpenDemocracy. Texto original aquí.



