La formación técnico-profesional podría constituir una oportunidad para que los jóvenes continúen sus estudios, accedan rápidamente al mercado de trabajo o, incluso, finalicen su educación secundaria en programas combinados.
En 1771, Richard Arkwright ponía en marcha la primera hilandería con bastidores impulsados por energía hidráulica que permitía el funcionamiento ininterrumpido de más de 100 dispositivos de hilado. Doscientos años después, en 1971 se presentaba el primer microprocesador de la historia, el Intel 4004 que con sus 4 bits podía ejecutar hasta 92.600 instrucciones por segundo. A inicios del año 2021 IBM anunció su microchip de dos nanómetros que incorpora hasta 50.000 millones (sí, cincuenta mil millones) de transistores en un chip del tamaño de una uña.
Para poner estos datos en perspectiva, consideremos por ejemplo que los primeros arados comenzaron a utilizarse en la Mesopotamia alrededor del año 4000 AC. Con algunas variaciones en el tiempo y en la región, su tecnología e impulso de tracción a sangre se mantuvieron más o menos invariables hasta la década de 1850 cuando comenzó a popularizarse el uso del locotractor a vapor en Inglaterra.
Es decir, a partir de la Revolución Industrial pasar de la hilandería movida por impulso del agua al microchip de dos nanómetros con cincuenta mil millones de transistores llevó 250 años, mientras que en la era pre-industrial pasar del arado a tracción a sangre al arado a tracción a vapor requirió 5850 años.
Hace más de 20 años Juan Carlos Tedesco hacía referencia a una crisis estructural global sobre la cual existe el “consenso en reconocer que el conocimiento y la información estarían reemplazando a los recursos naturales, a la fuerza, y/o al dinero, como variables clave de la generación y distribución del poder en la sociedad. Si bien el conocimiento siempre fue una fuente de poder, ahora sería su fuente principal, lo cual tiene efectos importantes sobre la dinámica interna de la sociedad.” Estas circunstancias colocan a la educación –al decir del intelectual portugués Roberto Carneiro- entre dos fuegos: en el límite entre preservar e innovar, en la tensión entre la vieja sociedad –estable, simple y repetitiva- y la nueva sociedad– inestable, inventiva e innovadora.
Los sucesivos diagnósticos de crisis en la educación, en su sentido más estructural, tengan tal vez que ver con el desfase entre lo escolar y un mundo más acelerado, complejo, incierto, pequeño, inestable, donde -además- pierden sentido orientativo nuestras referencias históricas y en el cual no hay tiempo para detenerse a contemplar, analizar y decidir.
Hasta la aparición de la pandemia, en América Latina la tasa de egreso en el nivel secundario se situaba -en promedio- en un 60%, es decir, de cada 100 niños que ingresaban a primer grado, 40 no se graduarían del secundario. Si bien ello implica un avance sostenido en las tasas de graduación en la región, como todo promedio oculta situaciones de extrema desigualdad. En algunos países de la región, por cada 100 estudiantes de los deciles más pobres, solamente 15 finalizarán sus estudios medios mientras más de 50 lo harán satisfactoriamente si pertenecen a los deciles de ingreso más altos. En marzo de 2020 unos 9,4 millones de jóvenes latinoamericanos no tenían empleo y de aquellos que lo tenían 62,4 % (más de 30 millones) lo hacían de manera informal, 23 millones no trabajaban, no buscaban trabajo y no estudiaban.
Es decir, muchos jóvenes latinoamericanos no finalizan sus estudios secundarios, sólo una minoría accedía a la universidad y de esa minoría, menos egresaban satisfactoriamente en un contexto en el que el mercado de trabajo ofrece pocas alternativas para mejorar sus oportunidades. Todo ello en plena sociedad del conocimiento. Como puede suponerse, con la pandemia del Covid solo podemos esperar un agravamiento de esta situación a lo cual se suma la incertidumbre ante la posibilidad de enfrentar altas tasas de abandono escolar.
Esta realidad precuarentena y la que podemos deducir postcuarentena, nos invita a repensar algunas estrategias de vinculación del sistema educativo formal y no formal con el mundo del trabajo, en especial con la formación técnico-profesional. La formación técnico-profesional en sus diversos formatos podría constituir una oportunidad para que los jóvenes continúen sus estudios, accedan rápidamente al mercado de trabajo o, incluso, finalicen su educación secundaria en programas combinados.
En este contexto la estrategia del Programa y Presupuesto de la OEI propone el establecimiento de mecanismos de consenso nacional sobre el tema. Así, junto con la UOCRA, la constitución a finales de 2019 de la Mesa de Educación y Trabajo ha sido central.
Integrada por cámaras empresarias, la CGT, el Gobierno Nacional, Gobiernos Provinciales, la CONEAU y la OEI, esta mesa viene realizando un análisis de situación y prospectiva en esta cuestión. En una tarea colaborativa, trabajadores y empresarios, interior y AMBA, oficialismo y oposición han identificado diversos aspectos que coadyuvan a la baja matriculación de los jóvenes en centros de formación profesional o de educación técnica superior. Entre estos aspectos destaca la falta de articulación entre niveles y modalidades educativas.
Un sistema integrado de educación/formación profesional, permitiría que los jóvenes opten por la formación profesional al término del secundario y que luego, esos estudios sean reconocidos por las universidades como créditos para continuar estudiando, que la educación secundaria les provea formación para el trabajo en algunas áreas del conocimiento o que, si abandonaron la escolaridad, puedan finalizar nivel educativo mientras realizan estudios de formación profesional.
Podría parecer una utopía plantear un enfoque de este tipo. No lo es.
En primer lugar somos beneficiarios de una rica historia educativa para la cual la formación en artes y oficios no es ajena. Desde la extraordinaria experiencia de las Misiones Jesuíticas, la impronta salesiana en el sur del país hasta la ampliación de la educación pública técnica desde inicios y mediados del siglo pasado, la formación para el trabajo se desarrolló en estrecho vínculo con un sistema productivo en rápida evolución y acompasada con sucesivos proyectos de desarrollo. Herederos de esta tradición, diversas organizaciones sindicales y cámaras empresarias desarrollaron notables experiencias formativas que hoy permanecen a la vanguardia tecnológica en distintas ramas de la producción, como la metalurgia, la mecánica, la construcción o la energía.
En segundo término, porque en distintas regiones del mundo este proceso de integración educación-trabajo ha ido avanzando de acuerdo con las particularidades culturales, geográficas y productivas en cada caso. Ejemplos conocidos son el de España, en particular en el País Vasco, el modelo de formación dual alemán o los enfoques asiáticos ligados a la perspectiva de aprendizaje a lo largo de la vida.
Finalmente en nuestro país se cumplieron recientemente quince años de la aprobación de la Ley 26.058 de Educación Técnico Profesional que significó un marco de avance muy importante que aún debe desplegarse en su totalidad.
En este camino, Córdoba, la Ciudad de Buenos Aires, Entre Ríos o Mendoza, entre otras, avanzan en iniciativas tendientes a vincular la educación y el trabajo, UOCRA, UOM, SMATA, Luz y Fuerza o UTGHRA modernizan sus acciones de formación profesional, y los ministerios de Educación y Trabajo de la Nación con la participación de la mesa antes mencionada, avanzan en una primera propuesta de un sistema de créditos y equivalencias de formación profesional. En paralelo, el Consejo Económico Social impulsa el desarrollo de proyectos de formación vinculados a innovación tecnológica, y el Ministerio de Trabajo ha desarrollado el interesante Portal de Empleo.
Aún queda camino por recorrer para construir un sistema integrado de formación técnico-profesional a nivel nacional con una adecuada coordinación entre organismos nacionales, las provincias, el sector privado y las organizaciones sindicales. Una oferta educativa más integrada entre niveles de enseñanza, con contenidos articulados, sistemas de créditos y flexibilidad de tránsito entre modalidades y niveles, otorgará a los jóvenes más oportunidades de inclusión y movilidad social a través del acceso al mundo del trabajo con más herramientas para enfrentar esta sociedad del cambio y del conocimiento.
Luis Scasso es Director de la Oficina para Argentina de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI).
Publicado en LA NACIÓN el 21/08/2021.