La relación oficial entre la Argentina y Brasil se encuentra en su punto más bajo y delicado desde la transición democrática en ambos países. Hace un año, en una entrevista después de su asunción presidencial, Jair Bolsonaro aseguró que Brasil buscaría “tener supremacía en Sudamérica”.
A finales de 2019, en un artículo publicado en la página web de Itamaraty, el canciller Ernesto Araújo afirmó que una amenaza comunista se cierne sobre América Latina y procura “estrangular” a Brasil. Un comunismo que “pretende iluminar con sus oscuridades” a naciones como la Argentina. En agosto de 2019, después de las PASO, el Ministro de Economía, Paulo Guedes dijo que “si (Cristina Fernández de) Kirchner llega y quiere cerrar la economía de ellos, dejaremos el MERCOSUR”. Y en octubre Bolsonaro dijo, antes de la elección en primera vuelta, que una victoria de Alberto Fernández “puede poner en riesgo a todo MERCOSUR”.
En 2020 es preciso tener en cuenta lo siguiente. 1) Estamos frente a un Brasil hiper-ideologizado, retomando viejas aspiraciones hegemonistas en América del Sur, re-primarizado con un sector de agro-negocios de creciente peso en comparación con los segmentos industrialistas, más neoliberal en lo económico y cruzado civilizatorio en lo político-cultural. Este Brasil no va a cambiar de repente. 2) La situación es intrincada y negativa para una Argentina notablemente vulnerable, urgida por desafíos internos y externos monumentales y con diversos actores sociales dispuestos a extremar el nivel de polarización interna. Esta Argentina no debe ahondar su declinación sino revertirla con mucho esfuerzo y por varios años. 3) Con el transcurso del tiempo la Argentina ha ido perdiendo (por acción, omisión o negligencia) palancas y activos de influencia y es menos relevante, en distintos ámbitos, para Brasil. De seguir el actual sendero la relación brasileña-argentina puede perder su sentido estratégico para los dos; siendo ello más dañino para nuestro país.
Asumiendo este diagnóstico, es clave admitir que nuestra dirigencia política, empresarial, laboral, partidaria, intelectual, social y militar lleva lustros sin reflexionar y actuar seriamente sobre el estado real de los vínculos argentino-brasileños. De igual manera hay que subrayar que, como en otros aspectos de la política exterior (las inversiones, el FMI, Trump, etc.), el gobierno de Cambiemos creyó que su sola existencia era sinónimo de armonía; en este caso respecto a Brasil sin advertir las profundas transformaciones que vienen operando en los dos países. También es preciso recordar que la diplomacia convencional de naturaleza inter-estatal es hoy insuficiente para abordar los enormes retos generados en las relaciones binacionales. Por esto es urgente reivindicar, estimular y ahondar la diplomacia ciudadana.
A pesar de que como bien señala Kristian Herbolzheimer, este es un concepto relativamente reciente y sin definición única y universalmente asentida, en general se la asume como parte de una estrategia dirigida a resolver problemas; particularmente a mitigar relaciones y/o situaciones difíciles. Entiendo la diplomacia ciudadana como aquel tipo dediplomaciaen el que grupos no gubernamentalesdesarmados tienen un rol complementario al del Estado, asumenuna labor de interlocución legítima con distintas contrapartes en el exteriory despliegan alianzas novedosas con las sociedades civiles de otras naciones en ámbitos bilaterales y multilaterales. En esencia, se trata de un proceso de entrelazamiento social trasnacional que no sustituye los contactos y acuerdos entre Estados y de los Estados en foros internacionales.
La diplomacia ciudadana se ha ido expandiendo desde la década de los ochenta, pero cobró intensidad en los noventa. Las dinámicas de democratización, globalización e integración la facilitaron. Sus principales esfuerzos se dirigen a incidir sobre gobiernos y organizaciones inter-gubernamentales recurriendo al cabildeo y la negociación. Esta diplomacia exige conocer a profundidad la agenda pública (interna e internacional), prepararse para actuar por fuera de las fronteras nacionales, contar con la habilidad para movilizar recursos, gozar de cierta autonomía y disponer de la credibilidad indispensable para la interlocución con distintas contrapartes.
La diplomacia ciudadana comprueba que la noción monolítica y ambigua del interés nacional es errada: diversos intereses se expresan hacia adentro y hacia fuera de los países y se pueden robustecer o fragilizar. En ese sentido, es fundamental entender la configuración y el alcance de la economía política vigente en cada país. También confirma que las relaciones asimétricas de poder entre naciones se pueden compensar, de algún modo, con ciudadanos movilizados y activos que complementan la diplomacia tradicional y elevan a capacidad de maniobra del más débil.
Una diplomacia ciudadana exitosa es aquella que establece redes y coaliciones transfronterizas, crea interdependencias sociales fuertes en el exterior, influye sobre la opinión publica dentro y fuera del país, amplía los lazos de cooperación con sus contrapartes en otras naciones y contribuye a reconstruir y/o a mejorar los vínculos entre los Estados.
La Argentina necesita hoy quizás más que nunca que se despliegue una renovada diplomacia ciudadana hacia Brasil. Políticos, empresarios, trabajadores, científicos, ONGs, jóvenes, mujeres, universidades, comunicadores podrían organizarse más domésticamente y proyectarse mejor bilateralmente para aportar a un re-encausamiento de los vínculos binacionales.
Es prioritario comprender la envergadura de lo que está en juego en el presente y futuro de las relaciones entre la Argentina y Brasil. Y en esa dirección, el gobierno argentino debería comprometerse a respaldar significativamente los intentos para actualizar e incrementar la diplomacia ciudadana. La diplomacia convencional sola ya no alcanza para regenerar una cultura de la amistad entre brasileños y argentinos.
Publicado por Juan Gabriel Tokatlián en CLARÍN el 17/01/2020