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“EL CORONAVIRUS NO FRENARÁ LA GLOBALIZACIÓN”, por Raphael S. Cohen

A medida que un país tras otro cerraba sus fronteras en medio de la propagación de la pandemia de coronavirus, una avalancha de comentaristas de todo el espectro político predijo que el brote alteraría la forma en que pensamos acerca de la circulación de personas y bienes a través de las fronteras y dejaría a su paso un mundo mundo muy cambiado.

Publicaciones que van desde los medios de derecha como PJ Media hasta los de izquierda como The Nation han publicado artículos que predicen que el coronavirus significará el fin inminente de la globalización. Sin embargo, aunque la globalización puede haber disminuido, todavía es demasiado pronto para darla por terminada.


Ciertamente, la pandemia del coronavirus es un serio golpe al sistema internacional. Dicho esto, la lógica de por qué el virus destruirá la globalización se basa en tres clases de argumentos, ninguno de los cuales se sostiene en pie. Así pues, aunque la pandemia cambiará la mecánica de la globalización, probablemente no significará su sentencia de muerte.


El primer argumento para la inminente desaparición de la globalización es que el sistema ya está sometido a una gran presión. Incluso antes de la pandemia, la globalización se vio desafiada por una creciente ola de populismo impulsada por el descontento económico en Europa, Estados Unidos, América Latina y otros lugares.


Además, la pandemia irrumpió durante un período de mayor competencia estratégica entre Estados y guerras comerciales, lo que socavó la confianza en que se apoya la globalización. En este sentido, la pandemia es sólo el último y, según el argumento, el golpe final.


Sin embargo, la globalización siempre ha tenido sus malestares y ya ha superado otras crisis graves. La tendencia persiste a pesar de dos guerras mundiales, una Guerra Fría y, más recientemente, una guerra mundial contra el terrorismo. También sobrevivió a epidemias y pandemias, como la influenza española en 1918, el SARS en 2003, el virus H1N1 en 2009 y 2010 y, más recientemente, el Ébola.


Esta última reacción tampoco es un fenómeno nuevo. La globalización ha dado lugar a protestas masivas durante décadas, pero aún así ha perdurado. Incluso los reveses recientes de la globalización -como la tortuosa salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) durante tres años y medio, que costó el puesto a dos primeros ministros antes de que se lograra- evidencian el arraigo del sistema, tanto como su fragilidad.


El segundo argumento, más directo, de por qué el coronavirus provocará un retroceso de la globalización es que ella misma es, al menos en parte, responsable de la pandemia. El hecho de que un virus pueda comenzar en China y luego propagarse con relativa rapidez por todo el mundo se debe a la facilidad de los viajes internacionales y, en un nivel más profundo, a la globalización. De hecho, la imposición de barreras a la circulación y la ruptura del tejido conjuntivo mundial se han convertido en piedras angulares de la respuesta internacional a la crisis.


Sin embargo, los virus forman parte del mundo natural. Las pandemias existían mucho antes de la actual era de la globalización y es probable que perduren mucho tiempo después. Al igual que los atentados terroristas del 11 de septiembre obligaron a revisar la seguridad de los aeropuertos hace casi dos decenios, es fácil imaginar que la crisis de los coronavirus hará que Estados Unidos y otros países se replanteen los controles de salud en los puertos de entrada.


Aún así, esas medidas tendrían que considerarse en perspectiva. Hace un siglo, Estados Unidos controlaba a los inmigrantes que llegaban a Ellis Island por motivos de salud, e incluso antes de la actual pandemia los visitantes que volaban por Asia, Medio Oriente y otros lugares podían esperar que se les tomase la temperatura antes de entrar a algunos países. En ninguno de los dos casos esas medidas significaron el fin de los viajes y sólo añadieron una instancia de detección.


El tercer argumento -y tal vez el más relevante- para el fin de la globalización es el espectacular fracaso inicial del internacionalismo frente a esta crisis del COVID-19. Estados Unidos, China, Rusia y otros países cayeron enseguida en recriminaciones mutuas. La ayuda médica -incluso en organizaciones supranacionales como la UE- se vio alterada a medida que cada país se centraba en atender a su propia población. Algunos Estados, incluso, trataron de restringir los vuelos de repatriación.


Estas fallas son reales y sin duda provocarán cambios. Después de la pandemia, los Estados pueden administrar más activamente el sistema sanitario para asegurar la capacidad nacional de producir artículos críticos como máscaras, ventiladores y medicamentos de venta con receta en caso de crisis.


Sin embargo, muchos países, incluidos Estados Unidos, ya adoptan un enfoque práctico similar para supervisar su producción de defensa, por lo que tal cambio en el sector de la atención de la salud -si se produjera- difícilmente sería un enfoque novedoso o un golpe fatal para la globalización en general.


Sobre todo, la razón principal por la que la globalización persistirá -quizás con cambios- es que sus motores permanecen intactos. Los países siguen necesitando bienes y servicios de unos y otros, como lo han hecho durante miles de años. Algunos Estados seguirán necesitando recursos naturales; otros, acceso a mano de obra barata; otros, capacidades, aptitudes y capitales escasos dentro de sus propias fronteras. Y necesitarán comerciar, como durante gran parte de la Historia.


Además, las interconexiones personales entre las diferentes partes del mundo formadas durante las últimas décadas de globalización no pueden romperse fácilmente. La gente tendrá amigos y familiares en el extranjero. Seguirán queriendo experimentar las vistas y sonidos de otros países. Las vías de comunicación que difunden información por todo el planeta a un ritmo cada vez más rápido no se ven afectadas por el COVID-19. De hecho, el paso a un mundo cada vez más conectado a la red puede acelerarse con el reciente aumento del teletrabajo.


Por último, la cooperación internacional persistirá, porque debe hacerlo. Si el mundo espera alguna vez derrotar una enfermedad sin fronteras, los países tendrán que cooperar entre sí para darle una respuesta. De lo contrario, entonces, el virus puede terminar derrotado en un lugar sólo para resurgir en otro.


Especialmente ahora, cuando grandes franjas de la población mundial siguen en sus casas semi aisladas, las predicciones sobre el fin de la globalización adquieren un cierto atractivo. Sin embargo, se quedan cortas si miramos más allá de las actuales circunstancias.


La forma en que comerciamos y viajamos a través de las fronteras puede cambiar después de la pandemia, pero el mundo está demasiado interconectado y es demasiado interdependiente para terminar deshecho. Y después de todo, vamos a agradecer su capacidad de resistir.


Publicado por Lawfare, el 12 de abril.


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