"El fin del principio", por Ezequiel Kopel
- Embajada Abierta
- 26 jun
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Luego de doce de días de guerra, Irán perdió por puntos: quedó debilitado, con sus aliados destruidos e internacionalmente aislado, pero su régimen político se mantiene en pie pese al ataque conjunto dos potencias nucleares. Este es el saldo provisorio de un conflicto que puede volver a estallar en cualquier momento, dice Ezequiel Kopel, que escribió esta nota entre idas y vueltas a su refugio antibombas de Tel Aviv.
Desde el comienzo de la guerra, Irán disparó 525 misiles balísticos contra Israel. Al menos 30 de ellos lograron ingresar al territorio israelí e impactar en zonas urbanas directamente, o indirectamente luego de ser interceptado en el aire por las defensas, causando daños importantes: miles de departamentos y casas y otros edificios han resultado dañados, muchos de ellos destruidos. El resto de los misiles –alrededor del 94 %– fueron derribados, fallaron o cayeron en zonas deshabitadas. Irán también lanzó más de 1000 drones. Todos, salvo uno, fueron interceptados. En estos días, 28 israelíes murieron, más de 2.000 resultaron heridos y aproximadamente 10.000 personas tuvieron que evacuar sus hogares. Por su parte, Israel, que inició la guerra atacando sorpresivamente a importantes miembros del aparato de seguridad e inteligencia iraní en la madrugada del 13 de junio, asesinó a científicos nucleares y jefes militares, destruyó sistemas de defensa aérea y múltiples instalaciones atómicas y de misiles balísticos. Entre 800 y 1.000 misiles balísticos iraníes fueron destruidos, junto al 65 % de sus lanzadores. Según datos de fuentes iraníes, al menos 610 personas, incluidos 13 niños, murieron, y 3.056 resultaron heridas por los ataques.
Al principio de la guerra, Estados Unidos, bajo el liderazgo de Donald Trump, fingió demencia, sosteniendo que no estaba enterado de la ofensiva israelí. El presidente incluso sostuvo que fue Irán quien había iniciado el conflicto al rehusarse a firmar un acuerdo nuclear. Casi una broma, porque en ese preciso momento los negociadores iraníes se encontraban en conversaciones con los estadounidenses en la búsqueda de un arreglo: el ataqué israelí comenzó un viernes, y el domingo era el día acordado para que la delegación iraní contestara la última propuesta de la administración Trump. La declaración no era sorpresiva: Trump se había pronunciado en reiteradas oportunidades como si hubiera sido Irán quien abandonó el anterior acuerdo nuclear, cuando fue Estados Unidos, durante su primer gobierno, quien lo rompió unilateralmente en 2018.
El camino a la guerra
Lo cierto que el ataque israelí es parte de una dinámica iniciada poco más de un año y medio atrás, cuando Hezbollah, protegido libanés de Irán, comenzó a atacar a Israel en su frontera norte, el 8 de octubre de 2023, mientras las autoridades israelíes trataban de acomodarse militarmente luego de la masacre de Hamas de un día antes. El ataque de la organización libanesa consistió en el envío de cohetes que causaron pocas bajas israelíes, pero obligaron a ordenar la evacuación de cerca de 30 mil personas de las comunidades norteñas ante la posible réplica de una invasión como la de Hamas, durante la cual varios poblados israelíes fueron capturados en simultáneo por fuerzas de asalto, al tiempo que se producía un ataque generalizado a numerosas bases militares por parte de miles de palestinos. Pero en realidad la invasión no era una sorpresa total: durante muchos años, la división y el Comando Norte del Ejército israelí habían debatido un escenario conocido como “la batalla por el tiempo”, en el cual Hezbollah lanzaría un ataque sorpresa desde el Líbano, lo que obligaría a movilizar y desplegar fuerzas rápidamente para contener la oleada enemiga e impedir que los milicianos entraran en los poblados y ciudades israelíes próximas a la valla fronteriza.
Pero fue el líder de Hamás en Gaza, Yahya Sinwar, quien sorprendió a Hezbollah cuando su grupo, socio circunstancial del eje radical regional liderado por Irán, decidió atacar solo, sin informar antes a sus patrocinadores y socios, desbaratando los planes de todos los demás actores. Es hasta hoy que diversas fuentes del ejército israelí creen que si Hassan Nasrallah, secretario general de Hezbollah, hubiera decidido unirse a la ofensiva de Hamas e invadir Israel, incluso más tarde, sus fuerzas podrían haber llegado hasta la importante ciudad de Haifa, porque nada hubiera podido detenerlos. No obstante, tras sus vacilaciones iniciales, Nasrallah –y por consiguiente su patrón, Irán– decidió no implementar el plan de avance en territorio israelí, perdiendo la iniciativa.
Más tarde, cuando ya había logrado destruir la resistencia de Hamas en Gaza (y detenido el lanzamiento de los cohetes Qassam hacia su territorio), Israel inició una ofensiva total. El primer paso fue el 1 de abril de 2024, cuando la fuerza aérea israelí llevó a cabo un ataque contra la embajada de Irán en Damasco, Siria, destruyendo el edificio que albergaba su sección consular. Dieciséis personas murieron, incluidos ocho oficiales del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, y dos sirios. Poco después, el 13 de abril de 2024, llegó la represalia iraní, que atacó a Israel por primera vez desde su propio territorio, lanzando 120 misiles balísticos, 30 misiles crucero y más de 150 drones. El ataque fue repelido por Israel y Estados Unidos, quienes, con la asistencia de Jordania, lograron derribar prácticamente todo lo que penetró su espacio aéreo. Luego, Israel continuó su ofensiva asesinando al líder de Hamas, Ismail Haniya, en Teherán, en una residencia segura controlada por las fuerzas de seguridad iraníes, lo que puso de manifiesto que los servicios secretos israelíes podían hacer lo que deseaban dentro de Irán. El liderazgo iraní, encarnado en el Líder Supremo, el ayatollah Ali Khamenei, decidió no contestar.
En el pasado, Israel ya había atacado a otros países de la región que intentaron desarrollar un arma de destrucción masiva.
Israel volvió a tomar la iniciativa. El 17 y el 18 de septiembre, miles de beepers y walkie-talkies estallaron en una serie de explosiones coordinadas que mataron a 42 personas e hirieron al menos a 3.000 operarios y simpatizantes de Hezbollah. Fue una operación conjunta entre el ejército israelí y su servicio de inteligencia externo, el Mossad. Diez días después, el 27 de septiembre, Israel asesinaría por medio de un ataque aéreo al secretario general del Hezbollah, Hassan Nasrallah, quien se encontraba en un búnker subterráneo junto a importantes subalternos y generales iraníes.
El 1 de octubre de 2024, Irán lanzó dos oleadas de misiles en represalia, unos 200 en total, contra objetivos en Israel, lo que representó hasta ese momento el mayor ataque durante el largo conflicto entre ambos países, iniciado décadas atrás cuando la República Islámica anunció que entre sus prioridades nacionales se encontraba la destrucción del Estado de Israel, que en ese momento se encontraba ocupando el sur del Líbano. Los ataques iraníes fueron más efectivos en saturar las defensas aéreas israelíes que el anterior ataque de abril, pero no causaron grandes daños civiles pues estuvieron dirigidos principalmente a objetivos militares. Sin embargo, Irán demostró que las defensas israelíes no eran infalibles. Ese mismo día, Israel aprovechó el enfrentamiento e invadió el sur del Líbano, avance que se vio interrumpido el 24 de noviembre cuando un descabezado y muy debilitado Hezbollah firmó un acuerdo de alto el fuego.
Contra Irán
Con Hamas y Hezbollah controlados en las fronteras sur y norte, el primer ministro Israelí, Benjamín Netanyahu, se concentró en su proyecto personal, según lo anunciado hasta el hartazgo por él mismo durante toda su carrera política: destruir el desarrollo nuclear iraní, para que el país no pudiesen crear, si así lo quisiera, un arma de destrucción masiva –como las que por otra parte Israel tiene por decenas desde hace décadas–. En el pasado, Israel ya había atacado a otros países de la región que intentaron desarrollar un arma de destrucción masiva, como los precisos bombardeos contra el Irak de Saddam Hussein en 1981 y la Sira de Bashar Al Assad en 20007. Los deseos de Netanyahu se amalgaman con la doctrina de seguridad israelí, basada en la idea de que nadie en Medio Oriente –excepto Israel– puede poseer un arma de tal calibre que altere el balance de fuerzas y la hegemonía armamentística israelí, bajo la idea de que así garantiza su supervivencia ante cualquier amenaza violenta.
Para cumplir este plan, solo faltaba un elemento: la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos en reemplazo de Joe Biden, quien había prometido reflotar el acuerdo nuclear con Irán, aunque terminó desperdiciando la oportunidad durante su mandato y dejó creado el escenario para el actual conflicto.
Apenas Trump volvió a la presidencia en las elecciones de fines de 2024, retomó su avanzada contra Irán, curso de acción que comparte con Netanyahu. Esto quedó en evidencia cuando Trump, en su mandato anterior, canceló el acuerdo nuclear con Irán, que según cualquier especialista o monitor independiente estaba funcionando, limitando el desarrollo iraní de una bomba de destrucción masiva. También quedó claro cuando ordenó el asesinato del líder del Guardia Revolucionaria iraní, Qassem Suleimani, lo que a su vez provocó que Irán lanzase, por primera vez desde su suelo, misiles contra dos bases estadounidenses en Irak, en un momento de máxima tensión mundial.
En este marco, sin enemigos con poder de fuego en sus fronteras y con Trump aceptando un ataque que Biden no había terminado de aprobar durante su administración, Netanyahu tomó la iniciativa, y el 13 de octubre, en un ataque prácticamente perfecto, acabó en un solo día con tres cuartas partes del liderazgo de la Guardia Revolucionaria, la nueva vanguardia del poder iraní que poco a poco había comenzado a reemplazar los ayatollahs al mando del país.
Irán está prácticamente aislado del mundo, o con pocos actores internacionales dispuestos a arriesgarse para su rescate.
Comenzaron así nueve días en los que la fuerza aérea israelí hizo todo lo que deseaba en los cielos de Irán, sin que las defensas iraníes pudieran derribar un solo avión. El 22 de junio, la Fuerza Aérea y la Armada de Estados Unidos atacaron tres instalaciones nucleares en Irán, confirmando la coordinación total entre estadounidenses e israelíes. Mientras Trump actuó durante una semana como “policía bueno” (supuestamente sorprendido ante los ataques israelíes), y Netanyahu hizo de “malo de la película”, amenazando con matar a Ali Khamenei o voltear al régimen iraní (algo imposible de lograr solo mediante ataques aéreos, sin fuerzas terrestres), se confirmó que, más que el programa nuclear iraní, lo que quedó destruido fue el derecho internacional, el mismo que el propio Estados Unidos construyó desde la Segunda Guerra Mundial. Ya no hay reglas, y el mundo no va a ser un lugar más seguro sin ellas.
A diferencia de lo hecho por George W. Bush cuando invadió Irak bajo el pretexto de que Saddam tenía armas de destrucción masivas, Trump no buscó la autorización del Congreso o al visto bueno de las Naciones Unidas, ni presentó pruebas a la opinión pública estadounidense sobre el desarrollo de armas de destrucción masiva por parte de Irán. De hecho, solo tres meses antes, el 25 de marzo, en una declaración ante un Comité del Senado, la directora nacional de inteligencia, Tutsi Gabbard, había asegurado que “la comunidad de inteligencia sigue evaluando que Irán no está construyendo un arma nuclear y que el Líder Supremo no ha autorizado el programa nuclear que suspendió en 2003”.
Bajo la idea que todo ataque en suelo iraní debe generar una respuesta, la represalia contra la intromisión de Estados Unidos no estuvo guiada por la búsqueda de venganza, sino por la disuasión. Irán eligió atacar una importante base estadounidense en Qatar, con previo aviso, para que no se produjeran víctimas y Trump no se viese obligado a reaccionar. Una especie de “ataque controlado” para cumplir, pero sin el deseo de iniciar una nueva escalada. En un principio, atacar Qatar pareció contradictorio, ya que es el país más cercano a Irán en el Golfo Pérsico y el que más coopera en el sector energético. Pero atacar por ejemplo Arabia Saudita podría haber perjudicado las noveles relaciones del reino con China, a su vez importante comprador de petróleo iraní. Por lo tanto, Qatar era una apuesta segura, ya que los iraníes podían calibrar la respuesta al informarles a los qataríes de antemano lo que harían y en qué momento. Una vez más, con la decisión de ser parte activa en la dispuesta, Qatar aparece como el gran ganador de este conflicto: al poder hablar con todas los actores involucrados para lograr un cese al fuego, se ha posicionado como el mediador principal de las potencias internacionales y regionales, reemplazando a Omán.
El saldo
Si hoy, al final de una contienda bélica de dos semanas, habría que definir un resultado, sería una derrota por puntos de Irán: el sistema político y el régimen se mantienen en pie, el país enfrentó a dos potencias nucleares y logró con sus misiles perforar el halo de invencibilidad de Israel. No obstante, su programa nuclear se encuentra detenido o destruido, las arcas del Estado están vacías para la reconstrucción del país y su influencia regional se encuentra debilitada. Irán está prácticamente aislado del mundo, o con pocos actores internacionales dispuestos a arriesgarse para su rescate. Israel, en cambio, hizo lo que quiso dentro de Irán, no sufrió el derribo de ningún avión o la captura de un solo soldado, y logró dañar la cadena de mandos iraní dificultando una respuesta precisa y articulada (en el primer día de la guerra, con el líder supremo escondido en un refugio, no había nadie que ordenase el contraataque). Asimismo, el nivel de penetración en el liderazgo iraní por parte de Israel es inaudito, como quedó demostrado en el hecho de que sabía dónde se encontraban las principales figuras para eliminarlas a todas juntas en solo 48 horas.
¿Israel realmente detuvo el programa nuclear iraní o solo lo retrasó? La información es confusa: Israel destruyó todo lo que consideraba amenazador, y hay quienes dicen que Irán tardará años en volver a alcanzar el estadio nuclear en que se encontraba. Otras fuentes sostienen que Israel solo logró retrasar el programa por algunos meses. Por lo tanto, la única salida sería un nuevo acuerdo nuclear, más leonino que el anterior, que incluya la prohibición de enriquecer uranio dentro de las fronteras iranés o el desmantelamiento del programa misilístico, que fue el único medio de presión contra el ataque israelí.
Israel, como durante la Guerra del Golfo de 1991 o la guerra del Líbano, volvió a experimentar cómo los misiles enemigos detenían el país: se cerraron las escuelas y el aeropuerto, se impusieron limitaciones a las reuniones y el trabajo, etc. El cese al fuego no era una mala opción, porque contemplaba cómo la puntería de los misiles iraníes mejoraba a medida que pasaban los días.
El futuro no es alentador para ninguno de los dos pueblos: envalentonado por el éxito de su ofensiva y el silencio tácito de su sociedad, que contemplaba impávida mientras transcurría la guerra cómo el ejército torturaba a los gazatíes con su manipulación de la ayuda humanitaria o directamente los masacraba, el gobierno de Netanyahu va en camino de entronizar su aspecto más violento para avanzar en sus planes en Gaza pero también en Cisjordania.
La situación es grave en Irán. Cuando Khamenei asumió su cargo en 1989, definió los pilares de seguridad de la República Islámica en tres ejes: el desarrollo de misiles de largo alcance, el establecimiento de aliados regionales para rodear a sus enemigos (sus denominados “proxis”) y la posibilidad de construir un arma de destrucción masiva para garantizar su supervivencia. Hoy, luego de que Hezbollah, los hutíes de Yemen o las milicias chiitas en Irak no lanzaran ni un cohete contra Israel durante la guerra y con su programa nuclear al menos golpeado, parece difícil que no intente perfeccionar aún más sus misiles, junto a nuevas estrategias de defensa en una zona donde todos –salvo Turquía y Qatar– parecen querer encolumnarse detrás de Israel, asustados por su superioridad militar y tecnológica.
En suma, Israel ha conseguido una victoria momentánea, que será pírrica si sus acciones provocan una carrera armamentística en un Medio Oriente desequilibrado, sin adultos responsables. Como lo que siempre perdura en esta región es la sospecha, es posible que también se haya iniciado el conteo para la próxima guerra.
Publicado en Le Monde Diplomatique por Ezequiel Kopel.