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"El gran replanteamiento", por Joschka Fischer

"No hay ninguna duda de que el llamado Sur Global desempeñará un importante papel en la lucha emergente por el predominio en el siglo veintiuno; eso ya es evidente después de 13 meses de guerra en Ucrania".



¿Sabía el Presidente ruso Vladimir Putin lo que estaba haciendo cuando ordenó la invasión de Ucrania el 24 de febrero de 2022? Esa decisión marcó un punto de inflexión para Europa. Por primera vez en ocho décadas una gran guerra terrestre había hecho erupción en el continente, remeciendo las grandes ilusiones de paz de los europeos con una fuerza proporcional a la de las bombas rusas lanzadas sobre ciudades y pueblos ucranianos desde entonces.


Pareciera que Putin no puede concebir a Rusia como otra cosa que una potencia mundial autoritaria, temida y armada, pero para lograrlo se necesita la hegemonía rusa en Europa del este -una resurrección del legado imperial de la Rusia zarista y la Unión Soviética- para la cual Ucrania es imprescindible. Sin embargo, subestimó mucho la voluntad ucraniana de luchar y morir por su libertad y su independencia. Esto, junto con el apoyo proporcionado por la OTAN y la Unión Europea, le ha impedido alcanzar su objetivo.


Tres días después de la invasión, el Canciller alemán Olaf Scholz expresó bien el momento en un discurso al parlamento germano. “Estamos viviendo un punto de inflexión”, declaró, “Y eso significa que el mundo del mañana ya no será el que fue”. De hecho, la guerra de Ucrania implica mucho más de lo que la mayoría de la gente -Scholz incluido- pensaba hace 13 meses.

Evidentemente, la lucha es por sobre todo acerca de la supervivencia del pueblo ucraniano y el futuro de su tierra. Pero también sobre el futuro del orden internacional, ¿Triunfará la violencia sobre la ley, o podemos volver a una paz duradera basada en leyes y tratados? Y ¿cuáles son las implicancias geopolíticas más amplias? La invasión rusa representó el primer gran replanteamiento del orden global del siglo veintiuno, y ahora China y Rusia han entrado en una alianza más profunda (aunque no formalizada) para desafiar el predominio de Estados Unidos y Occidente.


Esta lucha, cuyo antecedente inmediato es la política de la Guerra Fría, es la expresión de dos importantes transformaciones globales: la omnipresente digitalización de todas las esferas de la vida moderna y la crisis final de la sociedad industrial alimentada por combustibles fósiles.

Es más, la guerra de Rusia ha revelado un escenario internacional cada vez más complejo. Importantes economías emergentes -como Brasil, India y Sudáfrica- se han negado a tomar una posición clara. Con la mayoría de los estados del Golfo ha ocurrido lo mismo. Todos se están conduciendo estrictamente en función de sus intereses nacionales. Al evaluar el nuevo conflicto entre grandes potencias, ven no sólo las ventajas económicas (importaciones con descuentos de petróleo y gas de la sancionada Rusia), sino también oportunidades para reforzar su propia estatura regional y diplomática.


No hay ninguna duda de que el llamado Sur Global desempeñará un importante papel en la lucha emergente por el predominio en el siglo veintiuno; eso ya es evidente después de 13 meses de guerra en Ucrania. Por desgracia, muchos de estos países y regiones recordarán el trato recibido desde Occidente -y, en particular, su potencia principal, Estados Unidos- en el pasado reciente. Su colaboración en la confrontación de potencias como China no se puede dar por descontada. Habrá que ganarla.


En cualquier caso, más allá de aquellos que se encuentran directamente afectados por los combates, Europa será la región que sufra más cambios tras la agresión rusa. La guerra se está librando en sus cercanías inmediatas y fue iniciada por un régimen autoritario que encarna valores completamente opuestos a los suyos. Con la ilusión de la paz hecha trizas, hoy la tarea de Europa es superar sus divisiones internas y su falta de defensas tan pronto como sea posible. Debe convertirse en una potencia geopolítica capaz de autodefenderse y disuadir, lo que incluye capacidades nucleares.


No será una empresa fácil y el camino está sembrado de riesgos. Piénsese en algunos de los peores escenarios. ¿Qué hará Europa si otro aislacionista tipo “Estados Unidos primero” llega a la Casa Blanca el año próximo, seguido del triunfo electoral de la nacionalista francesa de ultraderecha Marine Le Pen? Este resultado es una clara posibilidad.


Con una Rusia incapaz de derrotar a Ucrania en el campo de batalla, finalmente se tendrá que poner fin a la guerra mediante difíciles negociaciones. Sea cual sea el resultado, Europa se encontrará en un mundo diferente, tal como previó Scholz. Tendrá que adaptarse a una amenaza perpetua desde el Este, con independencia de si proviene de Putin o su sucesor.


Aunque la UE habrá ganado más estabilidad interna, su carácter básico cambiará. La seguridad será una preocupación central en el futuro previsible. La UE deberá empezar a verse a sí misma como una potencia geopolítica y como una comunidad de defensa en estrecha colaboración con la OTAN. Su identidad ya no será definida por constituir una comunidad económica, un mercado común o una unión aduanera. El bloque ya ha aceptado a Ucrania como país candidato a ser un futuro miembro, decisión impulsada casi por completo por consideraciones geopolíticas (ese también fue el caso, con anterioridad, de Turquía y los estados balcánicos occidentales).


Hay en camino un gran replanteamiento del orden mundial. Si esta lucha ocurre siguiendo la política de potencias tradicional, la situación de todos irá a peor. Si hemos de crear un orden adecuado para los grandes retos económicos, de seguridad y climáticos del siglo veintiuno, es imprescindible que prime la colaboración.


Publicado el 25/04/2023 en Project Syndicate por Joschka Fischer

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