Fortalecido por el impacto de la guerra en Ucrania y decidido a encontrar un renovado balance centrista para un segundo mandato, el presidente Emmanuel Macron surge como gran favorito para la reelección en los comicios que tendrán su primera vuelta este 3 de abril y el ballottage definitivo una semana más tarde.
Casi 50 millones de franceses podrán votar este 3 de abril en la primera vuelta de las presidenciales que, según todos los sondeos, se definirán en un ballottage dos semanas después entre el actual presidente y favorito para la reelección, Emmanuel Macron, y quien llegue segundo para desafiar su actual primacía política.
Macron (44, En Marcha) competirá con otros 14 candidatos de un espectro que va desde la izquierda radical hasta la ultraderecha y en el cual, según los sondeos, la candidata con más posibilidades vuelve a ser, como en 2017, la ultranacionalista Marine Le Pen (53, Agrupación Nacional), a caballo de una realidad que tiene a la inmigración como asunto más candente, junto al costo de vida y el desempleo.
Después de un agitado primer lustro en el poder, caracterizado por las protestas de los “chalecos amarillos”, dos años de pandemia y su correlato recesivo, la recuperación económica y -más recientemente- la invasión de Ucrania por Rusia le abrieron a Macron la oportunidad de relanzar su liderazgo nacional e internacional.
La agenda interna será tan determinante como la repentina necesidad de cohesión nacional ante la guerra, explotada por Macron durante el último tramo de campaña electoral. Los franceses evaluarán su segundo programa de reformas económicas y sociales muy diversas de las cuales, en sus propias palabras, algunas tienen “una inspiración que podría decirse que es de izquierda, y otras de derecha”.
Un factor político adicional puede alterar la suerte de todos los candidatos: la participación. Las regionales de 2020, en las que los partidos de Macron y Le Pen fueron barridos por la centroderecha, registraron una abstención récord de más de 60% (en el ballotage de 2017 superó ya el 25%), lo que esta vez ha llevado al Estado francés a promocionar la participación entre jóvenes en aplicaciones de citas como Tinder (“Si matcheás cerca de casa, votá cerca de casa”).
La valoración pública de lo que se ofreció durante la campaña electoral fue un indicador del malestar social que están canalizando de manera notoria los candidatos más radicalizados, a izquierda y derecha: el 70% de los ciudadanos se declaró “decepcionado” (Macron no participó de debates) y el 65% la consideró un fracaso, según una encuesta privada.
Minorías mayoritarias
La condición de Macron de candidato favorito contrasta con el amplio espectro ideológico de candidatos que, en primera vuelta, prometen reunir más de dos tercios de la preferencia de los votantes franceses, desde la izquierda más radical hasta la ultraderecha populista y xenófoba, con muchos matices en medio.
Los franceses podrán elegir en esta primera vuelta entre cuatro mujeres y ocho hombres, aunque sin mucha renovación: cinco de ellos se presentan por tercera vez. En 2017, se disputaron la elección 11 candidatos, en 2012 otros 10, 12 en 2007 y 16 en 2002. Este año, las campañas tienen un límite máximo de financiación de 16,8 millones de euros en primera vuelta y en 22,5 en segunda vuelta.
Como en 2017, Macron -un exsocialista redefinido desde 2019 como “socioliberal”- vuelve a rivalizar con Marine Le Pen, hija y heredera política del ultranacionalista Jean Marie Le Pen (93), expulsado en 2015 del Frente Nacional (1972) que fundó, por negar el Holocausto. Brexit de por medio, Marine Le Pen dejó de militarla salida de la UE o el abandono del euro, para fijar la atención en propuestas como una rebaja del IVA del 20% al 5,5% en tarifas de servicios.
Pero Le Pen mantiene a la inmigración en el corazón de su propuesta y podría incluso aventajar a Macron en primera vuelta de no ser porque le surgió un competidor directo, Eric Zemmour (63), quien le disputa una gran franja de los votantes franceses -un tercio- con arraigados sentimientos xenófobos.
Zemmour es un veterano polemista mediático condenado tres veces por discurso de odio, promete expatriar a un millón de inmigrantes, hace del Islam un blanco constante de ataques, proclama la recuperación de la cultura francesa sin mezclas y hace de la seguridad interior otro pilar de sus discursos. Llegó a secundar a Macron en las encuestas, pero fue perdiendo fuelle en las últimas semanas.
Ese nicho ultraderechista suma un tercer candidato, Nicolas Dupong-Aignant (61), quien promueve reforzar al Ejército y la Policía, reimponer controles fronterizos y levantar todas las restricciones para contener eventuales nuevas olas de COVID-19. Caso aparte es Jean Lassalle, un ingeniero y pastor de la “Francia profunda” que promueve los ambientes rurales y pide una renta básica juvenil.
En el otro extremo, la izquierda ofrece todavía más candidatos que en 2017, en una paleta que va desde los más radicalizados hasta el tradicional Partido Socialista que hegemonizó durante décadas ese costado ideológico del electorado francés (Francois Miterrand presidió el país en 1981-95 y Lionel Jospin fue el primer ministro izquierdista de la “cohabitación” bajo el conservador Jacques Chirac en 1997-2002).
La izquierda (cuyas variantes reúnen 25%) coincide en la defensa de los derechos laborales, una reducción de la edad de jubilación y de la jornada laboral, impulsar una rápida transición energética y subir el salario básico, todas respuestas a las demandas de los “chalecos amarillos” y ante el impacto de la crisis de la pandemia.
Así, el 3 de abril se podrá votar al sindicalista Philippe Poutou, a la anticapitalista Nathalie Arthaud, al comunista Fabien Roussel, al eurodiputado verde Yannick Jadot y, sobre todo, a Jean-Luc Mélenchon, tercero en los sondeos -segundo entre los jóvenes- con su propuesta de "unión popular" por una “justicia social y ecológica”.
Con toda esa izquierda disputa votos -y la supervivencia del socialismo francés- Anne Hidalgo, primera alcaldesa de la historia de París desde 2016, quien ha incorporado contenido ecologista a los postulados socialdemócratas del PS, como hicieron sus camaradas en Alemania y otros países de Europa occidental, pero se enfrente a un casi seguro colapso electoral usufructuado por Macron.
En medio de todos ellos, emerge la figura de Valérie Pécresse, presidenta de la región Île-de-France, postulada por los Republicanos que tomaron la posta del polo conservador liderado por Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy entre 1993 y 2012, y que tienen ahora su primera candidata con un discurso basado en el orden social y la prosperidad económica capitalista que la pone segunda entre votantes mayores.
Programa de reelección
Así como ninguna estrategia reelecionista en el mundo puede desacoplarse de la gestión nacinal de la pandemia, en el caso de Macron el antes y el después de sus primeros cinco años de gobierno fueron las protestas de los gilets jaunes (chalecos amarillos) en 2018-19, disparadas por una suba de combustibles -se reactualiza hoy con la crisis en Ucrania- pero que destapó las grietas sociales de la quinta economía mundial, sus bajos salarios y sus altos impuestos.
En 2019, Macrón buscó apaciguar las protestas: mejoró el salario mínimo en 100 euros, prometió bajar impuestos por 5 mil millones de euros, indexar pensiones, revisar su reforma previsional, abandonar el despido de 120 mil empleados públicos y mantener la jornada laboral de 35 horas. En 2020, llegó la pandemia, con sus restricciones, pero también su expansión del gasto público.
La economía francesa creció 7 % (1,5% por encima del nivel pre pandemia) y el gobierno pronostica un 4% de aumento en 2022. El desempleo ya es inferior a 2019 y cayó por debajo del 8% el año pasado. La inflación, antes de la crisis en Ucrania, cerró el 2021 en 2,8% anual aunque ya había trepado a 3,6% en febrero.
El presidente presentó su nuevo programa en la periferia industrial norte de París, una de las golpeadas por las reconversiones y los ajustes. En total, pone en juego 50 mil millones de euros en gastos anuales. “Nace de las crisis que hemos pasado en los últimos cinco años y que no estaban previstas”, dijo, y anticipó un nuevo giro conservador en economía: “Cuando la coyuntura empeora, debemos proteger a los empleados. Pero cuando mejora, debemos promover la vuelta al trabajo”.
Macron insiste en retrasar la edad mínima de jubilación hasta los 65 años (hoy 62), aunque asegura que esa reforma es distinta a la que movilizó a los chalecos amarillos, y en recortar la asistencia a desempleados, todo para financiar una baja de impuestos a personas de 15 mil millones de euros. Además, bajar otros 7 mil millones de impuestos a empresas, eliminar la de sucesiones hasta 150 mil euros y dejar de cobrar 138 euros anuales para sostener los medios públicos.
“Tenemos que hacer en los próximos cinco años lo que ya hemos hecho durante los últimos cinco años”, dice Macron. Una de sus propuestas más polémicas es obligar a los beneficiarios de la Renta de Solidaridad Activa (un ingreso mínimo vital) a trabajar o tomar cursos durante 15 o 20 horas semanales (lo mismo propone la centroderechista Pécresse).
Con un ojo en la oposición ultraderechista, el candidato “socioliberal” promete devolver a sus países a los inmigrantes con solicitud de asilo rechazada. “Lo que me importa es lo que funciona para el país y nos hace más fuertes y permite a los franceses y las francesas que puedan vivir mejor”, respondió cuando le hicieron sus semejanzas con el programa de la republicana Pécresse.
Mirando hacia la izquierda, a su vez, prometió subir de 116 a 174 euros las ayudas a madres solteras, fijar la jubilación mínima en 1.100 euros y aumentar el apoyo financiero a las universidades francesas.
Por fin, y en plena crisis energética por la guerra de Ucrania, el presidente tomó la bandera de la construcción de seis nuevas centrales nucleares, como un camino hacia la descarbonización abrazada por toda la Unión Europea, que se combine con una inversión de 30 mil millones de euros en renovables como la eólica y la solar.
Citando a Charles de Gaulle intentó neutralizar las oscilaciones de su plataforma: “El general decía que Francia es de izquierdas cuando está a favor del movimiento, el cambio. Y necesita decisiones de derechas: el orden, el trabajo, el mérito... Asumo ser bastante gaullista”.
El factor ucraniano
La revista The Economist sintetizó el impacto de la guerra de Ucrania en la carrera electoral francesa: “El 14 de marzo, un canal de televisión francés organizó un evento nocturno con ocho de los 12 candidatos, Francia ante la guerra. La mayoría de los aspirantes se esforzaron por demostrar que tienen lo que se necesita para ser jefes de Estado y de las Fuerzas Armadas y Macron contó sus conversaciones con Vladimir Putin” (18 en cuatro meses y 25 con Volodimir Zelenski).
En el terreno europeo e internacional, justo cuando Francia acaba de asumir el 1 de enero la presidencia de turno de la UE (el último francés fue Nicolas Sarkozy, en 2008) y sobrevino la guerra, las ventajas proselitistas de Macron han resultado indisimulables para sus rivales, obligados en plena campaña a anteponer el interés nacional frente a sus votantes.
Así, Macron sacó a relucir la conveniencia de su política de gastos militares (por encima del 2% de la propia OTAN) y prometió llevarlos de 40 mil millones de euros a 50 mil millones de euros, para asegurar “una nación más independiente” y “poder afrontar una guerra de alta intensidad que puede volver en nuestro continente”. Aunque también trazó una “línea roja” en la entrega de tanques que reclamó Ucrania con desesperación: “Le tiene miedo a Rusia”, interpretó, ácido, Zelenski.
Hoy los analistas recuerdan su discurso de 2017 sobre la necesidad de desarrollar una "soberanía europea" y su más reciente propuesta de idear unas fuerzas armadas comunitarias que hagan al continente menos dependiente de Estados Unidos. En la cumbre de Versalles de marzo, con Ucrania ya invadida, la UE se comprometió a lograr esa "soberanía europea”, organizar su defensa conjunta y darse autonomía en energía, medicamentos y alimentos.
En su lectura, "Estados Unidos y Rusia estructuraron el mundo durante la Guerra Fría. Ya no estamos en la Guerra Fría… Necesitamos una política de defensa y definir una arquitectura de seguridad para nosotros mismos y no delegar esa tarea".
Este nuevo escenario, por otra parte, refuerza la presunción de Macron de que los 750 mil millones de euros aprobados por Bruselas para ayudar a los 27 a superar la crisis de la pandemia sean no sólo insuficientes sino muy difícil de aumentar si así lo demanda la disrupción energética con Rusia. Y más complicado, aún, el cumplimiento de la meta de la UE de renunciar al uso de carbón antes de 2030.
Mientras tanto, Macron lució como el más activo gestor de una paz que nunca se aseguró, con numerosos viajes y conversaciones con Putin y Zelenski, una proactividad que lo exhibió más como un esforzado pacificador y menos como un símbolo del fracaso de la diplomacia occidental (Macron había anunciado que Putin se había comprometido a no invadir Ucrania. “Doble discurso”, aceptó después).
Días antes de las elecciones fue incluso más allá, cuando el presidente Joe Biden sugirió que Occidente debía forzar la caída de Putin y su régimen. "Primero hay que lograr un alto el fuego y luego la retirada total de las tropas [rusas] por medios diplomáticos… Si queremos hacerlo, no podemos escalar ni en palabras ni en acciones", le replicó Macron cómo líder europeo, y Washington dio marcha atrás.
Con Francia alineada con la OTAN en las sanciones a Rusia, 65% de los franceses apoya la entrega de armas a Ucrania y 80% apoya la acogida de refugiados (en un país de matices xenófobos y con varios candidatos que simpatizaban con Putin). “Mi programa electoral está claramente anclado en nuestra época, es decir, de un retorno de lo trágico en la Historia”, resumió Macron.
Publicado el 04/04/2022
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