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"Geopolítica de los alimentos", por Eckart Woertz

La guerra ruso-ucraniana afecta al comercio mundial de alimentos en un momento en que el sistema alimentario global ha experimentado un cambio significativo desde la década de 1970, hacia una mayor globalización y corporativización de las cadenas de valor. En este contexto, Oriente Medio se verá afectado en gran medida ya que es la mayor región importadora de cereales del mundo, y la autosuficiencia no es una opción viable por falta de agua en la zona.



En Oriente Medio sigue muy presente el recuerdo de la crisis alimentaria global del período 2007-2008, cuando naciones agrícolas exportadoras como Argentina, Rusia y Vietnam, temiendo por su propia seguridad alimentaria, anunciaron que aplicarían restricciones comerciales. Más recientemente, las disrupciones en la cadena de suministros derivadas de la pandemia de la COVID-19 han intensificado las preocupaciones relativas a la fiabilidad del sistema comercial alimentario multilateral surgido después de la Segunda Guerra Mundial.


El impacto de la guerra ruso-ucraniana en el comercio mundial de alimentos será sustancial. Durante las dos últimas décadas, Rusia y Ucrania se han convertido en importantes exportadores de cereales, como ya lo fueron en el siglo XIX. Por entonces, los cereales del Mar Negro constituían aproximadamente el 22% de las exportaciones mundiales, y el cierre del Estrecho de los Dardanelos durante la Primera Guerra Mundial hizo que el precio del trigo en Chicago aumentase casi un 50%. En la década de 1970, la Unión Soviética se había convertido en un gran importador de cereales, y Estados Unidos trató de paliar esta vulnerabilidad declarando un embargo de cereales después de la invasión de Afganistán. Hoy, Rusia y Ucrania vuelven a ser potencias exportadoras, como ya lo fueron durante la Primera Guerra Mundial. Alrededor del 30% de las exportaciones globales de trigo y cebada, el 20% del maíz, y una enorme cantidad (las tres cuartas partes) del aceite de girasol proceden de estos dos países.


Las repercusiones son múltiples. Las malas cosechas y la escasez de mano de obra reducen la producción. La logística está interrumpida, con los puertos ucranianos del Mar Negro, como el de Odesa, cerrados. Las dos naciones en guerra han anunciado ya la imposición de restricciones a la exportación para garantizar su propia seguridad alimentaria. Aunque Rusia haya manifestado su voluntad de mantener las exportaciones, las sanciones financieras limitarán la disponibilidad de la financiación comercial, y el incremento del riesgo se verá reflejado en unas primas de seguros más elevadas. El precio de las transacciones se disparará. La producción en otras zonas también se verá afectada, ya que tanto Rusia como Ucrania son importantes exportadores de fertilizantes nitrogenados, fosfatados y de potasio. A esto cabe añadir la subida del coste de la energía y el hecho de que el impacto inflacionario de la producción global de alimentos será sustancial.


Esta situación está provocando la reaparición de algunos fantasmas del pasado. La crisis alimentaria global de 2007-2008 golpeó a los países del Oriente Medio en un momento en que muchos de ellos habían tenido que limitar la agricultura doméstica. Los acuíferos estaban muy mermados y la producción alimentaria local ponía en riesgo la seguridad hídrica. La agricultura es, con diferencia, la mayor consumidora de agua de la región. Hay diferencias notables; en las regiones áridas del Golfo, la dependencia en la importación de cereales es casi total, especialmente después de que el año 2008 Arabia Saudí decidiese disminuir gradualmente su producción de trigo. Los países más fértiles, como Turquía, Egipto y Siria producen una cierta cantidad de cereales, pero no la suficiente para cubrir las necesidades locales. En Egipto, el mayor importador de trigo del mundo, las importaciones representan aproximadamente un 60% del consumo. La necesidad de agua para la producción de cereales también compite con el interés de una industria exportadora de frutas y verduras de importancia considerable, como es el caso de Turquía, Túnez y Marruecos. Turquía es una de las diez mayores economías agrícolas del mundo y el mayor productor mundial de avellanas, albaricoques, higos y cerezas, por mencionar solo unos cuantos productos.


La autosuficiencia alimentaria no es una opción en Oriente Medio, las importaciones tendrán incluso que aumentar si se tiene en cuenta la existencia de una población cada vez mayor y los cambios en la dieta con tendencia a un mayor consumo de carne y productos lácteos. Todo este comercio alimentario constituye un “agua virtual” que puede ser importada por los países de Oriente Medio mediante el intercambio comercial. El agua virtual describe el agua necesaria para producir una mercancía particular, por lo que podemos considerar que está prácticamente incorporada en ella. La agricultura es, con diferencia, el mayor consumidor de agua del mundo, y aproximadamente un 70% de los cultivos globales se producen a partir de la agricultura de secano. Esta última no utiliza el “agua azul” de la irrigación, sino el “agua verde” de la lluvia que está encapsulada en el suelo. Esta agua verde no puede ser medida, embotellada o enviada por tuberías. No figura en las estadísticas globales relativas a las reservas totales de agua renovable, que solamente comprende las aguas superficiales y las subterráneas. Y sin embargo el agua verde es sumamente importante para la seguridad alimentaria global y para las necesidades de importación de los países de Oriente Medio. Cuando se importan cereales de secano desde Brasil, Canadá, Francia, Australia, Rusia o Ucrania, se importa también efectivamente la lluvia que cae en dichos países y el beneficio que comporta. De esta manera, el agua virtual ha añadido un segundo río Nilo al balance hídrico de la región, como postuló el geógrafo británico Tony Allan, introductor del paradigmático concepto del agua virtual.


Las interrupciones de los flujos comerciales afectan a los países de Oriente Medio de manera desigual, como también sucedió durante la crisis alimentaria global de 2007-2008. Con un montón de petrodólares en sus bolsillos, los países del Golfo pudieron permitirse subir los precios, pero estuvieron seriamente preocupados por las restricciones a las exportaciones de algunos agroexportadores y por la reducción de la liquidez en los mercados alimentarios internacionales. Estos países reaccionaron incrementando el almacenamiento doméstico e invirtiendo en sus cadenas de suministro globales. La compañía saudí de propiedad estatal SALIC, por ejemplo, se asoció con Bunge, el comerciante internacional de cereales, para comprar una participación mayoritaria en la privatizada Comisión Canadiense de Trigo (Canadian Wheat Board). Estas inversiones en los sectores de procesamiento y distribución tuvieron efectos mucho más significativos que las polémicas inversiones en tierras en países a menudo alimentariamente inseguros, como Sudán o Etiopía: tienen un historial de implementación irregular, y más de una década después todavía no representan una contribución significativa a las importaciones de alimentos de los países del Golfo. Por su parte, los Emiratos Árabes Unidos han implementado una estrategia integral de seguridad alimentaria que abarca desde el almacenamiento al control de los precios, pasando por la optimización de la agricultura doméstica. A resultas de la pandemia de la COVID-19, se constituyó un grupo de trabajo especial para acceder a fuentes de importación alternativas con el fin de adaptarse a las disrupciones de la cadena de suministros global.


La diplomacia y la gestión alimentaria de las cadenas de valor han sido aspectos fundamentales de la estrategia de seguridad alimentaria de los países del Golfo durante la última década, para hacer frente a los riesgos relativos a la importación de alimentos que están definitivamente fuera de su control. Esto podría comportar también una mayor cooperación en los organismos multilaterales para hacerlos más resilientes y receptivos a los intereses de los importadores de alimentos. En este sentido, la Organización Mundial del Comercio (OMC) se ha centrado tradicionalmente en la liberalización del comercio y en las barreras a la importación, y no en las restricciones a la exportación. Durante la Ronda Uruguay de las negociaciones multilaterales sobre la liberalización comercial, los países de la NFIDC (Net Food Importing Developing Countries), formaron una alianza negociadora para presionar a favor de una importación asequible de alimentos. Es posible que en el futuro veamos una cooperación similar entre países vulnerables, y aquí los países de Oriente Medio serían los principales candidatos para formar estas alianzas.


Como exportadores de energía, los países del Golfo pueden compaginar la inflación alimentaria con el crecimiento de los ingresos procedentes del petróleo. Otros países de la región se encuentran en una posición fiscal menos favorable. Egipto, por ejemplo, ha obtenido más del 85% de sus importaciones de trigo en la región del Mar Negro y necesitará encontrar proveedores alternativos, que serán más caros. El trigo de Rusia y de Ucrania es de calidad inferior y tiene un menor contenido proteínico, y por eso es más barato. Otros países de la región, como Yemen y Siria, están en una posición aún más grave a causa de su dependencia de las ayudas alimentarias, y a que el Programa Mundial de Alimentos (World Food Program) tiene también dificultades para aprovisionarse. Aunque los países más ricos de la región consiguieran aislarse de las consecuencias directas de la guerra ruso-ucraniana, se verían igualmente afectados si la inseguridad alimentaria pusiese en riesgo la estabilidad política de la región. Esto debería ser un motivo de preocupación también para los países de la UE y otros países occidentales. Mantener el sistema comercial multilateral de alimentos y evitar el tipo de restricciones a la exportación que se produjeron durante la crisis alimentaria global de 2007-2008 es un requerimiento urgente.


Publicado el 31/05/2022 por Eckart Woertz en CIDOB

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