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“Geopolítica e Historia”, por Jacques Attali

  • Foto del escritor: Embajada Abierta
    Embajada Abierta
  • hace 1 día
  • 4 Min. de lectura
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Cada generación cree que está viviendo en una era sin precedentes con desafíos únicos. Pero una y otra vez, los mismos patrones y motivaciones han debilitado e incluso destruido civilizaciones, o las han fortalecido y les han permitido prosperar. Aprender del pasado requiere reconocer sus simetrías y resonancias.


Por ejemplo, el ascenso y declive de las potencias a lo largo de los siglos ha establecido algunos principios básicos. El principal de ellos es que cuando una potencia dominante se enfrenta a dos rivales, el rival que no entra en conflicto con la potencia dominante es generalmente el que triunfa.


A finales del Siglo XVIII, Gran Bretaña prevaleció sobre Países Bajos (la potencia dominante del período), mientras Francia, el otro contendiente, que fue a la guerra con Países Bajos, nunca se convirtió en una superpotencia. A principios del Siglo XX, Estados Unidos prevaleció sobre Gran Bretaña en gran parte debido a las guerras entre el Reino Unido y su otro rival, Alemania.


Otra lección es que los imperios colapsan cuando ya no pueden permitirse financiar la seguridad de sus zonas interiores y rutas comerciales. La Edad de Oro de España llegó a su fin cuando ya no pudo financiar el gasto militar necesario para defender sus colonias. El imperio británico dependía de una supremacía naval que no pudo mantener. La Unión Soviética cayó porque confundió la grandeza con el poderío militar.


Una tercera lección es que, incluso cuando las civilizaciones están preparadas para el éxito, pueden colapsar bajo el peso de errores no forzados. Por ejemplo, a principios del Siglo XX, Occidente parecía preparado para la prosperidad: con la llegada de la electrificación, el automóvil, el teléfono, la radio y los viajes aéreos, el progreso tecnológico se aceleraba, mientras que el círculo vicioso de la pobreza y la guerra parecía haberse roto.


El comercio global estaba en auge (particularmente entre Gran Bretaña y Alemania), la democracia avanzaba (incluso en Rusia, donde la revolución de 1905 anunció una nueva era de libertad), y los gobernantes europeos estaban en buenos términos: Jorge V era primo hermano de Guillermo II y Nicolás II, primos terceros. Y para 1908, se había diseñado una arquitectura institucional para resolver conflictos globales.


Pero la I Guerra Mundial interrumpió esta edad de oro. Las invenciones diseñadas para liberar a la humanidad se convirtieron en armas de destrucción, y la ilusión de progreso murió en las trincheras. Durante décadas, Europa convulsionó con guerra y odio, humillación insoportable y venganza bárbara. A pesar de la certeza de que esta vez sería diferente, el continente se incendió.


El mundo está experimentando algo similar hoy: deberíamos estar en la cúspide de un futuro próspero. Nunca el potencial de la humanidad ha sido tan inmenso. El cambio a una energía más limpia podría poner fin a la era de los combustibles fósiles. Los avances científicos podrían cambiar drásticamente nuestras vidas curando enfermedades que han desafiado el tratamiento, desarrollando una fuente casi ilimitada de energía limpia, liberando a los humanos de las tareas más arduas y mucho más.


Muchos países han reconocido la importancia de abordar el cambio climático y proteger el planeta. Millones de hectáreas –desde Kivu hasta el Amazonas– están siendo reforestadas. El Tratado de Alta Mar busca proteger el 30% del océano para 2030. Los bancos están incorporando consideraciones de biodiversidad en sus balances. 


El PIB está cediendo lentamente el paso a otras medidas que valoran la salud, la igualdad y el bienestar. La juventud mundial se está haciendo oír, las mujeres están accediendo a puestos de toma de decisiones, y las sociedades, conscientes de que se enfrentan a desafíos compartidos, están entablando un diálogo.


Y sin embargo, como a principios del Siglo XX, el peor escenario se está desarrollando. El autoritarismo se ha extendido cada vez más subvirtiendo incluso las democracias más establecidas. Si no tenemos cuidado, la Inteligencia Artificial podría destruir miles de millones de empleos, potenciar nuevas armas y erosionar las habilidades cognitivas. 


El medio ambiente sigue deteriorándose y la crisis climática se está profundizando, debido a los millones de toneladas de emisiones de gases de efecto invernadero que aún se liberan a la atmósfera. El aumento del nivel del mar, la sequía de los ríos y la pérdida de cosechas han obligado a millones de personas a migrar. Las guerras se multiplican en todo el mundo, y los conflictos por alimentos y agua están destinados a aumentar.


La mayoría de los gobiernos democráticos están paralizados y postergan las reformas necesarias hasta después de las próximas elecciones. A medida que la globalización es atacada, el miedo al otro, la nostalgia por una pureza inexistente y el desdén por el conocimiento han resurgido. Esto ha resultado en división, exclusión y desconfianza, condiciones en las que prospera el populismo. La inteligencia colectiva da paso a la ira individual, igual que a principios del Siglo XX.


Más preocupante aún, y sin precedentes, nos enfrentamos a desafíos comunes –cambio climático, pobreza, riesgos epidémicos y mal uso de la tecnología, en particular la IA– que afectan a la humanidad como tal. Saturados de pantallas y videojuegos, y todavía obsesionados con la rivalidad nacional, olvidamos pensar en el futuro global y permitimos que poderosos intereses nacionales dominen la formulación de políticas. Así es como mueren las civilizaciones. Así es como la civilización humana puede morir.


Para evitar este resultado, no debemos olvidar las lecciones del pasado. Debemos entender que es hora de pensar como una sola especie humana y de luchar contra los desafíos comunes. Debemos construir sobre la cooperación global y no sobre el egoísmo geopolítico de los Estados-nación. 


Los intereses de las generaciones futuras deben ser lo primero, lo que implica un nuevo énfasis en el altruismo. Quizás un día miraremos hacia atrás, a 2025, como el año en que la Humanidad pudo haber tomado un giro para peor, pero en cambio, por primera vez en siglos, eligió la vida.


Escrito por Jacques Attali en Project Syndicate. Texto original aquí


 
 

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