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LA CARRERA DEL ÁRTICO

La progresiva desaparición del hielo del Ártico ha reactivado despliegues militares, particularmente de Rusia y Estados Unidos, pero también ha renovado el antiguo interés de muchas naciones por la explotación económica del área. En el horizonte, una nueva versión de Guerra Fría y la perspectiva de algún desastre ecológico.

El Ártico, un área del planeta que había perdido el interés de las grandes potencias desde el final de la Guerra Fría (1991), ha vuelto en los últimos años al podio de los asuntos geopolíticos de mayor proyección, tanto en lo militar como en lo económico, de la mano de otra gran prioridad del nuevo siglo: el calentamiento global.


El Ártico se derrite a un ritmo anual de más de 30 cm por año, debido a un calentamiento que duplica la media del resto del planeta. Esa pérdida del hielo marino está abriendo vías de navegación impensadas hasta ahora en la era moderna y, con ello, alimentando tensiones entre los Estados vecinos (Rusia, Estados Unidos, Canadá, Noruega y Dinamarca) y con potencias extra regionales.


La progresiva desaparición del gran obstáculo helado han reactivado grandes despliegues militares, particularmente de Rusia y Estados Unidos, pero también ha renovado el antiguo interés de muchas naciones en la explotación de las reservas confirmadas de gas y petróleo que encierra el Ártico. En el horizonte, una nueva versión de Guerra Fría y también la perspectiva de algún desastre ecológico.


Durante las próximas décadas, en las que el calentamiento global hace temer una acelerada transformación del área, el Ártico será además escenario de pujas por derechos de soberanía en las Zonas Económicas Exclusivas (ZEE), y sobre las aguas internacionales que eventualmente queden despejadas sobre el Polo.


UN NUEVO PUENTE ESTE-OESTE

El Ártico ha perdido alrededor del 12,8% de su superficie cada década entre 1979 y 2018. Aunque ello no tiene precedentes desde hace al menos 1.000 años, podría reducirse aún más si no se toman medidas, advirtió en 2019 el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU.


En el último medio siglo, la extensión del hielo marino ártico se redujo a un ritmo de más de 13% anual, hasta quedar por debajo de los 3,6 millones de km2 en 2012. En 2019, el Ártico tenía 4,1 millones de km2, la segunda menor extensión desde el comienzo del monitoreo satelital en 1979 (el récord fue el de 2012).


El derretimiento del hielo marino continuará, incluso en el caso de un calentamiento muy moderado. Si se limita a un aumento de 2°C en 2100, el riesgo de ver un septiembre sin hielo en el Ártico ascenderá a un 10%-35%, contra sólo un 1% si se limita a un aumento de 1,5 °C, según el IPCC.


En el verano de 2010, por primera vez, el carguero ruso “Monchegorsk” atravesó con níquel y sin ayuda de rompehielos la Ruta del Norte, por toda la costa norte de Rusia, del Atlántico al Pacífico. Zarpó de Múrmansk, la ciudad más poblada del área (300 mil hab), y llegó a Shanghái (China) a través del Estrecho de Bering. Tardó menos de la mitad del tiempo que llevaba la ruta tradicional Europa-Asia.


En agosto de 2017, el buque metanero ruso “Cristophe de Margerie” consiguió navegar desde Noruega hasta Corea del Sur a través del Ártico en tan solo 19 días, un 30% más rápido que la ruta que cruza el canal de Suez. Fue el primero de su tipo en lograrlo sin ayuda de un rompehielos. Un año después, en enero de 2018, el ruso “Eduard Toll” fue el primero que unió Corea del Sur con Rusia en pleno invierno.


Si se abrieran temporal o definitivamente nuevas vías de navegación como las llamadas Rutas del Noroeste (a través de Canadá), del Noreste o del Norte (a través de Rusia) se podría acortar drásticamente el tiempo que llevaría a los buques de carga o militares unir el Este con el Oeste del planeta. Y navegar a través del Ártico para pasar de un hemisferio a otro sería, sobre todo, mucho más barato.


De Vladivostok a San Petersburgo, dentro de Rusia, los 52 días de navegación actuales a través del Canal de Suez se reducirían a 31 y la distancia, de 23 mil km a 14 mil km; de Tokio a Rotterdam, de 47 a 29 días y de 21 mil km a 13 mil km; y de Dalian a Rotterdam, de 45 a 32 días y de 20 mil km a 15 mil km.


LA RIQUEZA EN JUEGO

Lo que llamamos Círculo Polar Ártico (CPA) es una división artificial, determinada por el Paralelo 66 Norte. Dentro, quedan comprendidos territorios (terrestres y plataformas marinas) de Estados Unidos, Canadá, Dinamarca, Islandia, Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia. En total, el CPA representa sólo 6% del globo terráqueo.


Pero bajo los hielos marinos que se derriten se sabe, desde hace mucho tiempo, que yacen comprobados yacimientos de hidrocarburos y gas, desde Alaska a Siberia (además de la pesca y metales como bauxita, cobre, diamante, manganeso, molibdeno, níquel, oro, plomo y zinc).


En 2009, de los casi 60 grandes yacimientos de petróleo y gas natural que se habían descubierto en el Ártico, había 43 en Rusia, 11 en Canadá, 6 en Alaska y 1 en Noruega. Según el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), casi una cuarta parte de los recursos petrolíferos recuperables no descubiertos de la Tierra están bajo los hielos árticos: 13% del petróleo, 30% de gas natural y 20% de gas natural licuado.


Más del 80% de esos recursos están en alta mar. "Las extensas plataformas continentales del Ártico pueden constituir la mayor área geográfica sin explorar de petróleo que queda en la tierra", resumió el USGS.


Pero el desarrollo de la técnica extractiva del fracking abarató la explotación de petróleo en áreas terrestres y, por consiguiente, restó atractivo al Ártico. En 2012, la estatal rusa Gazprom abandonó el yacimiento de Shtokman (Mar de Barents), el mayor proyecto potencial de gas del Ártico en alta mar, por una cuestión de costos.


Otro gran condicionamiento es la memoria del desastre del buque petrolero “Exxon Valdez”, en 1989, cerca de Alaska, donde vertió unos 41 millones de litros de crudo, afectó 26 mil km2 de aguas oceánicas y mató a cientos de miles de aves y mamíferos marinos.


De todos modos, Noruega opera en Hammerfest, en Finnmark, la primera planta del mundo en el Círculo Ártico para exportar gas natural licuado, y Rusia comenzó a producir petróleo en los yacimientos de Prirazlomnaya y Novoportovskoye en 2013.


EL REARME DEL FRÍO

La cuestión de seguridad, en cambio, no ha dejado de merecer desarrollo militar y ensayos armamentísticos en el Ártico, en particular de parte de Estados Unidos y Rusia, pero sin excluir a otras potencias menores del área.


Durante la Guerra Fría, el Ártico era un escenario estratégico importante para Estados Unidos, que construyó una serie de bases militares en toda la región, para interceptar eventuales bombarderos y misiles soviéticos que cruzaran el Polo Norte. Con la desintegración de la ex Unión Soviética (1991), se abandonaron muchas de esas bases que ahora vuelven a reactivarse y a multiplicarse.


El secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, resumió en el Foro Ártico (Finlandia) de 2019. "Estamos entrando en una nueva era de compromiso estratégico en el Ártico", y describió “nuevas amenazas” “para todos nuestros intereses en esa región".


En agosto de 2018, la Armada estadounidense reactivó la II Flota en el Atlántico Norte, que había desmantelado: "Una nueva II Flota aumenta nuestra flexibilidad estratégica para responder, desde la costa este hasta el Mar de Barents", dijo el Jefe de Operaciones Navales John Richardson.


En esta primavera boreal, el Pentágono desplegará 7.500 efectivos en Noruega para unirse allí con otros contingentes de países de la OTAN, para realizar un simulacro de batalla generalizada (Cold Response 2020) con fuerzas rusas invasoras imaginarias y desembarcos masivos en un contexto invernal extremo. A semejante escala, es el primer ejercicio de su tipo desde la II Guerra Mundial.


Por su parte, Rusia mantiene concentradas fuerzas con capacidad nuclear en la península de Kola, frontera con Noruega. Además de sus puertos del Báltico y del Mar Negro, accesibles al Atlántico a través de estrechos pasos que puede bloquear la OTAN, el único puerto ruso con acceso sin restricciones al Océano Atlántico está en Murmansk, en la península de Kola. Es en ese puerto donde Rusia tiene el cuartel general de la Flota del Norte de Rusia, la más poderosa, bases aéreas, de infantería, de misiles y de radar, además de astilleros navales y reactores nucleares.


En 2018, según el Balance Militar anual del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), el Ártico ya poseía el mayor número de cruceros y destructores modernos (10) de toda la flota rusa, junto con 22 submarinos de ataque y buques de apoyo. En Murmansk hay una moderna flota de aviones MiG. En 2019, Rusia desplegó el misil balístico hipersónico Kinzhal aire-tierra, en Murmansk.


Dinamarca, por su parte, invirtió unos 200 millones de dólares en los últimos cinco años para reforzar su capacidad militar y planea crear una Fuerza de Respuesta Ártica. Y Noruega tiene su flota de patrulleros y fragatas que opera en aguas árticas.


Universalidad vs soberanías

Haya deshielo o no, la importancia estratégica del Ártico es innegable para los cinco estados soberanos costeros que lo rodean: Estados Unidos (desde Alaska), Canadá, Rusia, Noruega y Dinamarca (desde Groenlandia). Completan el panorama ártico los vecinos Islandia, Suecia y Finlandia (sin costas).


El Ártico mereció acuerdos bilaterales, regionales e internacionales, y el Consejo del Ártico (1996), un foro intergubernamental de esos ocho países del Círculo Polar Ártico, es el principal espacio internacional para la colaboración regional, con 38 países observadores que incluyen, por ejemplo, a China, India y Japón.


Pero el marco jurídico general que rige las actividades en el Ártico, como el resto de los océanos del mundo, es la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CONVEMAR) de 1982, que entró en vigencia en 1994.


Para los cinco Estados costeros, el tratado establece el límite del mar territorial a 12 millas marinas de la costa; derechos de libre navegación; zonas económicas exclusivas (ZEE) hasta 200 millas marinas; derechos de plataforma continental hasta 350 millas marinas; y mecanismos de resolución de conflictos.


Así, cada uno de los cinco Estados árticos costeros tienen reconocido sus derechos de soberanía sobre todos los recursos naturales dentro de su ZEE y de su plataforma continental (pesca e hidrocarburos).


Sin embargo, quedan 1,1 millones de millas cuadradas de aguas abiertas al norte de las cinco ZEE, un agujero en medio del Ártico considerado “alta mar” y sin jurisdicciones nacionales, en la que tercian intereses de potencias distantes como China e India, atraídas por rutas comerciales mucho más cortas.


En ese sentido, para China la apertura de nuevas vías árticas pueden competir con su ambicioso proyecto global de infraestructuras La Franja y la Ruta, de impulso a su intercambio comercial con el resto del mundo. Pero también puede resultar indirectamente muy beneficiada, en su condición de gran potencia marítima.


Estados Unidos, a su vez, sigue sin adherir a la CONVEMAR. Desde su frustrada ratificación parlamentaria en 1994, este tratado internacional sigue siendo visto en una parte del Congreso estadounidense como una amenaza para la soberanía de la nación, en particular por los republicanos.


De todos modos, en 2008, los gobiernos de los cinco Estados costeros del Ártico, incluyendo a Washington, reafirmaron su compromiso de respetar a la CONVEMAR, a través de la Declaración de Ilulissat (Groenlandia).


Mientras tanto, Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y otros países sostienen que la Ruta del Noroeste es un estrecho internacional con derechos de libre navegación, pero Canadá sostiene que es una vía de navegación interior.


Washington rechaza a su vez que Moscú considere una parte de la Ruta del Mar del Norte como aguas internas rusas. Y Dinamarca y Canadá reclaman para sí la isla Hans, un lugar deshabitado en el centro del Estrecho de Nares.

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